Por Esteban Illades

El jueves pasado ocurrió algo que lamentablemente ya es costumbre en México: civiles y militares se enfrentaron y hubo muertos. La historia, confusa –algo que, también es lamentablemente costumbre–, dice que el Ejército disparó contra miembros del crimen organizado. Del otro lado la versión es distinta: no eran hombres armados, eran campesinos que huían de abejas que habían escapado de un panal caído.

Al día de hoy sigue sin saberse con exactitud cuál de las dos versiones es la correcta, y, como –lamentablemente es costumbre–, quizás nunca la sepamos con exactitud. Lo que sí sabemos es el trasfondo del evento, en el que murieron cuatro militares y seis civiles: el huachicol.

El término seguro lo habrán escuchado desde hace años –los primeros reportes son del año 2000–, pero en estas últimas semanas “huachicol” es la palabra que más se escucha en las noticias. ¿Qué es?

Los Zetas y el origen del huachicol

El término huachicol tiene una procedencia incierta, y más en referencia a la gasolina. Según algunas versiones, la palabra original servía para referirse a alcohol adulterado o pirata, y después se empezó a utilizar en el mundo del combustible.

Sin embargo, el combustible huachicol es distinto al alcohol huachicol, ya que no es una mezcla o una versión falsa: es material robado. Así de simple.

Aunque la ordeña o el robo de combustible no es nuevo, fueron Los Zetas quienes lo llevaron al siguiente nivel. Contrario a lo que uno pudiera pensar, extraer gasolina de un ducto no es tan sencillo como un invento del Coyote. Es mucho más complicado.

Por eso Los Zetas comenzaron a secuestrar ingenieros químicos hace unos años. Necesitaban gente con conocimiento especializado que les pudiera explicar cómo extraer el combustible. Lo mismo hicieron con empleados de Pemex; la idea es que ellos les dijeran cómo estaban instalados los ductos, por dónde corrían y qué seguridad tenían. Al extenderse los Zetas por Veracruz y Puebla, lo mismo sucedió con las tomas clandestinas.

Y, como –una vez más– lamentablemente es costumbre en este país, la cosa se complicó. Al disminuir la fuerza de Los Zetas, los grupos locales se fueron adueñando del negocio. Porque negocio era y sigue siendo. Según cálculos de 2016 del especialista Alejandro Hope, el negocio de la gasolina huachicol asciende a unos siete millones de pesos diarios. Entonces en lugares como El Triángulo Rojo (el conjunto de seis municipios en el este de Puebla por donde pasa el 40% de todo el combustible que llega a la Ciudad de México), donde hay cinturones de pobreza extrema, es una buena salida. Si te unes al negocio puedes escapar de la miseria.

No es justificación pero sí explicación: es como el narcotráfico, como el sicariato, como cualquier otro negocio vinculado al crimen organizado. En un lugar donde la pobreza está por todos lados, el robo de combustible se convierte en una alternativa viable.

De cómo todo se cae a pedazos

Como cualquier gran problema mexicano, la causa no es solo una. Por un lado están la pobreza extrema y el dominio del crimen organizado, pero por otro hay un Estado débil que no sabe cómo enfrentarse a la situación.

Por ejemplo, Margarita Zavala, precandidata a la presidencia de la república, tuiteó lo siguiente este fin de semana:

Uno diría que Zavala tiene razón –porque de cierta manera la tiene– el huachicoleo no apareció de la noche a la mañana. Apareció hace casi dos décadas, creció el sexenio pasado, bajo el mandato de… su esposo, y se descontroló ahora con Enrique Peña Nieto. Este gráfico de Animal Político lo muestra muy bien. De 2009 en adelante el robo de combustible ha generado un aumento constante de pérdidas. Empezó en 13,259 millones de pesos y ya para 2012 iba en 18,256. Con Peña Nieto se mantuvo el ritmo, hasta 2016. Ahí cambió todo.

¿Por qué? Hay muchos factores.

El primero, como comentábamos, es que el gobierno no se da abasto en la lucha contra el robo de combustible. A pesar de que tiene una fuerza policial de élite –los gendarmes– dedicada a la protección de actividades económicas, son muy pocos los policías para enfrentarse a la situación. Por eso han tenido que entrar militares, que también están sobrecargados –llevan 10 años peleando una guerra, ahí nomás–.

Esto desde el punto de vista de seguridad.

Desde el punto de vista social, la pobreza en México no ha disminuido. (Bueno, sí, con los nuevos y cuestionables métodos para medirla de este gobierno, que cambiaron, convenientemente, sin avisar.) Entonces lugares como Puebla (que, por cierto, el exgobernador y también precandidato a la presidencia, Rafael Moreno Valle, dejó metido en un lío financiero) siguen igual o peor que antes.

Mientras no se revierta la pobreza en el país, tampoco habrá algún incentivo para que la gente deje de robar gasolina. Es dinero fácil y rápido.

Y, por último, está el factor económico. El así llamado “gasolinazo”, que fue particularmente duro en 2016, hizo estrago no sólo en los bolsillos de los ciudadanos, sino de las empresas. El combustible subió de precio y claro que las personas y las compañías buscaron la alternativa sencilla. Un litro de Magna está en más de 15 pesos. Uno de huachicol se vende en siete. No hay que ser genios. Entre llenar un tanque con litro de a 15 o uno con litro de a siete, habrá personas que no tengan mayor consideración moral y le compren la gasolina robada a los huachicoleros. Los clientes son una parte importante de este desastre.

¿En qué va a acabar?

Sólo un ingenuo pensará que esto se va a resolver pronto. No por nada el presidente ordenó hace unos días “desmantelar” a las bandas de huachicoleros.

Chim, pum, pam, tortillas papas.

El efecto inmediato más probable es que el ejército aumente patrullajes. Y que en una de ésas detenga al líder de una de las bandas que roban combustible. Pero, como todo lo que ya es, lamentablemente, costumbre en este país, no pasará de ahí. Porque cualquier cambio que evite el robo de combustible implica una estrategia en serio, o un esfuerzo de verdad.

Y así como con la corrupción, la neta no parece que haya ganas de enfrentarlo, más porque le queda poco más de año y medio al sexenio.

Así que el huachicol seguirá. Los ductos serán ordeñados. Las pipas asaltadas. Y de repente un día nos quedaremos sin gasolina.

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Esteban Illades

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