Por Esteban Illades
Hace exactamente una semana, en Culiacán, un grupo de personas encapuchadas sacó de su coche a Javier Valdez, lo hizo hincarse y le pegó 12 tiros. Valdez, leyenda del periodismo mexicano y fundador del semanario local RíoDoce, se convirtió en el sexto periodista asesinado en los cinco meses que lleva este año.
El séptimo ocurrió a las pocas horas: Jonathan Rodríguez, reportero del periódico El Costeño de Autlán, en Jalisco, fue baleado mientras viajaba con su madre, directora de información del mismo medio.
Unas semanas antes, Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua, fue ejecutada al salir de su casa, cuando iba a dejar a uno de sus hijos a la escuela. Los asesinos dejaron una cartulina cerca de su cuerpo: “Por lengua larga”, decía.
Éstos son los tres casos más recientes de periodistas asesinados en nuestro país. Según Artículo 19, una organización no gubernamental en defensa de la libertad de expresión, desde el año 2000 hasta hoy son 106 los comunicadores que han muerto “en posible relación con su labor periodística”.
Estas 106 muertes son consecuencia de una situación que el Comité para la protección de los periodistas (CPJ en inglés) llama “un ciclo mortal de violencia e impunidad”. Nadie los protege y los grandes poderes de este país (el gobierno, el crimen organizado) están abiertamente en su contra. Basta con recordar este escalofriante dato: el Estado es el principal responsable de agresiones contra periodistas. Y eso lo dice… el propio Estado.
En pocas palabras, ser periodista en México es una sentencia de muerte.
No obstante, a pocos les importa. A veces ni siquiera a los mismos medios. Cuando un periodista muere, es raro que un medio lo cubra, salvo que el periodista haya trabajado ahí. Muchas veces la nota es pequeña y no explica mucho.
Pero el periodismo no sólo es importante. Es necesario en un país como el nuestro, donde la corrupción y la impunidad son la ley. Alguien tiene que contar lo que sucede.
¿Para qué sirve el periodismo?
Durante el siglo XX en México la prensa fue, salvo contadas excepciones, aliada al poder. En tiempos de la matanza de estudiantes en Tlatelolco y el conflicto social posterior, por ejemplo, periódicos como El Universal apoyaron en público y en privado al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
El único caso verdaderamente distinto ha sido el del periódico Excélsior –mucho antes de convertirse en lo que es ahora–, dirigido por Julio Scherer. Pero el experimento no duró mucho y tras un golpe interno, el periódico pasó a otras manos. No fue sino hasta finales del siglo pasado –con la aparición de Reforma, entre otros–, que el periodismo mexicano comenzó a alejarse del poder. Cosa que, cabe recalcar, sigue sin lograr en muchos casos.
Sin embargo, en esta década hemos empezado a ver casos de verdadero periodismo independiente y de investigación. Dos ejemplos: la publicación del portal Aristegui Noticias sobre la así llamada “Casa Blanca” del presidente Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivera, y “Las empresas fantasmas de Veracruz”, la serie de reportajes de Animal Político que destapó la cloaca del gobierno de Javier Duarte.
De no existir las plataformas para que esto sucediera –de hecho, MVS Noticias despidió a Aristegui y su equipo al poco tiempo de publicar la investigación, aunque siempre argumentó que fue por otros motivos–, hoy no sabríamos nada de este par de escándalos de corrupción.
Quizás Duarte hubiera seguido en el poder, y hoy no estaría prófugo. Quizás Peña no tendría aprobación en mínimos históricos como durante los últimos meses, cuando llegó a tener el apoyo de sólo el 8% de la población. Las cosas estarían peor de lo que están, aunque sea difícil de creer.
El periodismo es una necesidad. No todo es bueno, de acuerdo. Mucho es incluso malísimo. Pero dentro de todo eso hay partes muy rescatables, aquellas que ayudan a que estemos más informados y podamos exigir que quienes están en el poder nos rindan cuentas a los ciudadanos. (Que nos escuchen o no, ése ya es otro asunto.)
Como llegó a decir Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos, “si fuera mi decisión elegir entre tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría un momento en elegir la segunda opción”.
¿Quién y por qué mata a los periodistas?
Las agresiones y asesinatos de periodistas tienen, en la mayoría de los casos, un fin común: evitar que se conozca información o servir como venganza por información ya publicada. Es lo que se sospecha que sucedió en el caso de Javier Valdez, por ejemplo, quien semanas antes de su muerte había entrevistado a un enviado de Dámaso López, conocido como El Licenciado. El Licenciado era un hombre muy cercano a Joaquín El Chapo Guzmán, pero desde la extradición de este último a Estados Unidos estaba en guerra abierta con sus hijos por hacerse del control del cártel.
Cuando se publicó la entrevista, gente de los hijos de Guzmán compró todos los ejemplares para evitar su distribución, según Ismael Bojórquez, otro de los fundadores de RíoDoce. Estaban enojados porque, según ellos, López estaba recibiendo publicidad gratuita y trato preferencial.
(Para entender a qué se enfrenta RíoDoce día con día, hay que leer este gran reportaje de Alejandro Almazán en Gatopardo.)
Con Miroslava Breach ocurrió algo similar. Durante el año previo a su muerte, Breach había reportado sobre los crecientes vínculos entre el crimen organizado y la política en Chihuahua, en particular cómo algunos candidatos eran financiados directamente por narcotraficantes.
En México hay tanta impunidad que si alguien no quiere que se sepa algo, puede callar a quien lo dice sin que haya consecuencia alguna. Y si ya habló, puede cerciorarse de que nunca más lo volverá a hacer.
¿Qué debe cambiar?
La indefensión de los periodistas viene de muchos frentes. En varias ocasiones, el problema empieza en su lugar laboral. Incluso en los periódicos nacionales, que son los que “mejor” tratan a su gente. Un reportero en un diario nacional de mediana circulación gana entre 5,000 y 10,000 pesos al mes, por ejemplo. Y lo hace por trabajar días enteros sin descanso. En muchos lugares no tiene derechos laborales básicos: seguro, fondo de ahorro, por nombrar algunos. Y la carga de trabajo llega a ser demasiado pesada: hay reporteros que tienen que cubrir hasta tres o cuatro fuentes por día (por ejemplo: tienen que cubrir noticias de seguridad pero también de política o incluso cultura). El estrés es demasiado.
Aparte de las malas condiciones laborales al interior, afuera enfrentan cosas peores. Con temas del narcotráfico, hay periodistas que no firman con su nombre por temor a represalias. Es por eso que uno luego ve notas firmadas por “Redacción” o similares. Con los gobiernos sucede lo mismo: no son pocas las veces en que funcionarios amedrentan a reporteros para evitar que divulguen cierta información e incluso llegan a conseguir que los despidan.
Y eso es a nivel nacional. En la esfera local las cosas son mucho peores. Las amenazas de ambos lados ocurren de manera más abierta. Los sueldos son todavía más bajos. Hay veces que un periodista recibe un billete de 20 pesos por cada texto que entrega.
Defenderse es aún más complicado. En materia laboral, los periodistas son aplastados por sus empresas, o liquidados a la baja, cuando se les compensa. Y en materia de protección, a pesar de que desde hace seis años existe una Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra de la Libertad de Expresión (FEADLE es más corto, porque nadie puede decir tremendo nombre sin pausar para recuperar saliva), que a pesar de lo rimbombante ha hecho poco y nada. Una prueba es que sólo ha logrado conseguir tres sentencias en los homicidios de periodistas, y que de centenares de casos de agresiones sólo ha investigado –o comenzado a investigar– 48.
Por último, hay algo que todos en el medio saben pero que poco se discute el público: los medios mexicanos viven de la publicidad oficial. A nivel nacional son menos de una decena los que no aceptan algún tipo de propaganda gubernamental a cambio de dinero. Mientras eso siga sucediendo, la prensa no puede hacer su trabajo como debe. ¿Se acuerdan de esa frase de José López Portillo? “No pago para que me peguen”, decía. Sigue vigente.
Pero, a ver, ¿por qué me debe importar?
En los últimos días, tras el homicidio de Javier Valdez, varios periodistas se unieron con el lema #NosEstánMatando. Por un lado hubo muestras de apoyo, pero por otro hubo gente que se quejó: también están matando activistas, mujeres, civiles en conflictos armados… básicamente cualquiera puede ser víctima colateral.
Pero los periodistas merecen especial atención. Sin ellos no hay información. Sin ellos la guerra sería todavía más cruel de lo que ya es, pues pocos sabrían de la tortura gubernamental y de la violencia narca, que sería todavía más impune. Sin el periodismo no tendríamos registro de nuestra horrible realidad.
Sin periodismo estaríamos ciegos.
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Esteban Illades
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