Por Esteban Illades
Como ya es costumbre, un escándalo envuelve la presidencia de Donald Trump, quien se encuentra en plena campaña de reelección. Durante los dos primeros años de su presidencia, Trump enfrentó la investigación de Robert Mueller, exdirector del FBI encargado de determinar si Rusia había influido en la campaña presidencial de 2016 en favor del hoy presidente de Estados Unidos.
La investigación de Mueller, que concluyó hace unos meses, no pudo determinar con certidumbre que Rusia hubiera intervenido en las elecciones de EEUU. Mueller no exoneró pero tampoco culpó al presidente. El caso quedó cerrado. Con ello parecía que Trump, a pesar de todo lo que ha hecho –enjaular a niños migrantes, tratar a ciudadanos musulmanes como terroristas, aprovecharse de su puesto en el gobierno para lucrar descaradamente, entre muchas, muchas otras– se encaminaba a una reelección sencilla. A fin de cuentas, el partido demócrata no hace uno de sus cerca de 15 precandidatos.
Sin embargo, las cosas han vuelto a cambiar.
En esta ocasión, un funcionario de la CIA, la Agencia Central de Inteligencia, denunció anónimamente a Trump por solicitar que el gobierno de Ucrania interviniera en la próxima elección, que se llevará a cabo en 2020. En concreto, la denuncia gira entorno a que Trump supuestamente chantajeó al nuevo presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Trump se negó a darle apoyo monetario, 250 millones de dólares prometidos en ayuda militar, hasta que Zelenski se comprometiera a investigar a Hunter Biden, hijo de Joe Biden, quien lidera las encuestas para la candidatura demócrata.
El registro de la llamada entre ambos existe, y es ambiguo. Se entiende que Trump está chantajeando a Zelenski, pero el chantaje no es tan obvio como para ser lo que en Estados Unidos llaman “the smoking gun”, o el arma humeante. Y, claro, Trump, como siempre, dice no haber hecho nada mal.
Los demócratas, que controlan la Cámara de Representantes –el equivalente de la de Diputados en México– ya aceleraron el paso para iniciar lo que se conoce como “impeachment” o juicio político. Las investigaciones comenzaron, y la mayoría en la Cámara –que incluye republicanos– está a favor de que se investigue a Trump a fondo. Con la evidencia que hay, y el interés de los demócratas en voltear de cabeza la elección, es probable que a Trump se le haga el famoso “impeachment”, que sólo ha ocurrido dos veces en la historia de Estados Unidos: Andrew Johnson en el siglo XIX por hacer un nombramiento político contra la ley, y Bill Clinton a finales del siglo XX por obstruir la justicia y mentir bajo juramento sobre una relación extramarital con Monica Lewinsky. Richard Nixon, por su parte, renunció antes de ser enjuiciado.
En ambos juicios políticos los presidentes fueron sujetos a proceso; no obstante, como el “impeachment” está constituido por dos partes, ninguno fue declarado culpable y por lo tanto ninguno fue destituido. Esto se debe a que para completar la destitución de un funcionario, incluido un presidente, la Cámara de Senadores debe aprobar con dos tercios de los votos (mayoría absoluta) el veredicto: si el presidente cometió traición o cometió un delito grave. La Cámara de Senadores, desde hace décadas, está bajo control de los republicanos, quienes detendrían cualquier intento de castigo a Trump por parte de los demócratas.
¿Qué sucederá, entonces?
Lo más probable es que la Cámara de Representantes declare abierto el juicio político contra Trump y lo envíe a la Cámara de Senadores, aunque ahí se detendría el asunto. Trump enfrentaría, entonces, un proceso bastante complicado de reelección, pero, en una de ésas, hasta ventajoso: el presidente goza de un índice de aprobación bajo, menor al 50%. Si sus seguidores ven en esto una maniobra política para evitar que se reelija, podrían salir a votar en masa y reelegirlo por otros cuatro años. Asimismo, la campaña se polarizaría aun más de lo que ya está; si el proceso de Estados Unidos en 2016 fue uno muy peleado, en el que vimos cómo las peores expresiones políticas del país salieron a flote –por ejemplo, los neonazis y el Ku Klux Klan–, nada quita que en el año de campaña que viene las cosas no se pongan igual o peor.
Los demócratas, por su parte, buscarían hacer leña del árbol caído. Competirían contra un presidente que enfrenta un proceso por intentar chantajear a otro presidente. En teoría, y en tiempos normales, con eso sería suficiente para ganar, y por mucho, una elección. Pero con Trump nada es normal; sus seguidores, así como los senadores republicanos, lo acompañarán hasta el final, cualquiera que éste sea. Mientras tanto, desde fuera lo que vemos es a un país que durante siglos funcionó como faro político en el mundo occidental, y hoy se muestra igual o peor que todos aquellos países que antes veía hacia abajo. Porque, dicho con todas las letras, ni aunque se esté investigando al presidente de Estados Unidos por corrupción hay señal de que el país y sus ciudadanos entiendan la gravedad de lo que les está ocurriendo en pleno 2019. Y si lo entienden, parece no importarles.
¿A México cómo le afecta?
Como cualquier otro proceso político interno de Estados Unidos, cuando sucede algo así la agenda internacional se relega a un muy lejano segundo plano. A México lo que le importa en estos momentos es la ratificación del T-MEC, el tratado de libre comercio que remplazará al TLCAN una vez que el senado de Estados Unidos lo apruebe. Con la intriga política que representa el “impeachment” resulta poco probable que el T-MEC aparezca en la lista de prioridades de los senadores, por lo que México tendrá que quedarse esperando a que se resuelva el juicio contra Trump para cualquier movimiento.
Así que por lo pronto no queda más que sacar las palomitas, porque los efectos especiales de Hollywood están por empezar en cualquier momento en este espectáculo de televisión que supuestamente funciona como el gobierno de Estados Unidos.
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