Por Esteban Illades
Para Chano, Chelo, Itu y Valedorian
Hoy es un día de cruda, querido sopilector, pues han terminado los dos eventos que –aparte de la elección– más han llamado la atención de los mexicanos durante mucho tiempo. El primero, sin duda, es la Copa del Mundo, que concluyó en una atrabancada final. Partido emocionante, pero mal juego, en el que resultó campeón –por más obvio que suene– quien mejores jugadores tenía. A pesar de que Croacia hizo lo que pudo por ganar, no había manera de igualar a Mbappé y compañía.
El otro evento que movió la conversación como nada lo había hecho en mucho tiempo fue la serie de Netflix sobre la vida de Luis Miguel. Cual telenovela de antaño, consiguió que, a pesar de ser un servicio de streaming, disponible a cualquier hora, millones de personas se apersonaran frente a la televisión el domingo a las nueve de la noche para revivir el México de la década de los 80 y 90, representado por quizás el cantante mexicano –que ni mexicano era– más famoso de toda la historia.
Luis Miguel, la serie, fue un éxito rotundo por diversos factores. No sólo por tratarse de una de las primeras producciones a gran escala de Netflix en México, sino por el tema que abordó. Quien haya crecido en cualquiera de esas dos décadas, o quien haya tenido papás que vivieron su juventud entonces, se sabe perfecto las canciones de quien conocemos como “El sol de México”. He ahí el gancho inicial: contar una historia que todo mundo conoce, a través del viaje a la nostalgia.
Si algo muestran las nuevas películas, las nuevas series, hasta las nuevas canciones, es que la industria de entretenimiento actual sabe a la perfección qué botones mueven a quienes más dinero tienen hoy: aquellos que los regresan al pasado. Por eso es que uno ve tantos remakes en el cine, por eso es que uno escucha tantos samples en la nueva música. La nostalgia vende porque quienes gastan –gastamos– más en esta época lo único que queremos es regresar a los tiempos de antaño, cuando el Baby-O estaba en su apogeo, para escapar de los tiempos actuales, en los que uno de sus más famosos cadeneros es baleado en una de las zonas más exclusivas de la capital.
Pero, claro está, es volver a una versión idealizada del pasado. Porque los 80 y 90 de Luis Miguel no son los 80 y 90 del resto de la población. Estarás muy joven para recordarlo, querido sopilector, pero mientras Luis Miguel compraba su espectacular casa de Acapulco –hoy eclipsada por la sobreexpansión turística en la ciudad, y por el crimen organizado que controla todo ahí–, en México la inflación estaba a niveles históricos. Poco tiempo después de que Luis Miguel triunfe en el festival de Viña del Mar, en México se vivieron las elecciones más controvertidas de la modernidad. Se cayó el sistema, como decía la expresión de entonces, y al día de hoy es imposible saber quién ganó de verdad la presidencia.
Sin embargo, ese retorno al pasado limpia toda la mugre de la memoria. Es un viaje en el tiempo que desinfecta todo lo que toca. En el México de Luis Miguel no hay fraude electoral, no hay devaluación. Hay dinero, lujos, estrellato. En cambio, los problemas que salen a la luz a lo largo de los 13 capítulos de la serie, son aquellos de la condición humana. Los problemas de Luis Miguel, a pesar de estar cubiertos de una capa que desconocemos –¿a cuántos de aquí les ha pasado que no puedan regresar de Estados Unidos por deberle millones de dólares a Hacienda?–, a fin de cuenta son humanos. Luis Miguel le debe dinero a Hacienda porque su papá lo malgastó. Porque la figura del padre es de los temas más viejos de la literatura y, se presente a la escala que sea, es algo con lo que cualquiera puede identificarse.
Y, peor, la pérdida de la madre. Misterio sin resolver, como aquel programa que transmitía el Canal 4 hace tres décadas, que jala los hilos del corazón de cualquiera: podrá Luis Miguel tenerlo todo, dinero, fama, la vida perfecta, pero en el fondo, como lo representa el melodrama que ayer terminó, sus problemas son iguales a los de cualquier persona. Lo único que quiere es una familia funcional, que, como dice el cliché, es lo único que el dinero no puede comprar.
No obstante, al hablar de Luis Miguel, la serie, no se pueden excluir sus aspectos problemáticos. Quizás el mayor es el que expuso Karina Espinoza en un muy buen ensayo la semana pasada: ¿Y si Luis Miguel fuera mujer? A Luis Miguel y a la serie se les permite no ser autocríticos porque en el fondo Luis Miguel es un hombre blanco heterosexual privilegiado en un país en el que la mayoría no lo es. Luis Miguel llega a donde llega –sí, desde la pobreza y el abuso de un padre explotador– porque las condiciones lo permiten. Es fotogénico, tiene una gran voz, y una vez que está en la cima, toda transgresión es permitida. Hijos fuera del matrimonio, el uso de instalaciones militares para filmar un videoclip, el alcoholismo y la drogadicción…
Muchos olvidamos que detrás de esta serie hay un intento de borrar todo lo malo a punta de puro marketing: no en balde debuta cuando “El Sol de México” pasa por sus peores momentos; ya no vende como antes, cancela conciertos y maltrata a los fanáticos, y los éxitos son cosas de antaño. ¿Cuál fue la última gran canción de Luis Miguel? Habría que remontarse décadas para encontrarla.
Eso no quita que la serie funcione. Sí, su fin es una campaña de rehabilitación, así como la explotación del público a través del vehículo de un pasado idealizado. Pero es buena televisión de escape, que siempre es necesaria. Los ricos también lloran, y a nosotros siempre nos parecerá fascinante.
Con peras y manzanas regresa en agosto
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