Por Esteban Illades
La próxima semana el Congreso discutirá la creación de la Guardia Nacional. La semana pasada el gobierno federal anunció uno de sus planes más ambiciosos, la creación de un programa de millones de becas para los jóvenes mexicanos.
Temas muy importantes, ambos, pero relegados a un plano muy distante, porque el centro, el occidente y partes del noreste mexicano se encuentran sin distribución normal de gasolina, y con desabasto casi total en muchos casos.
Esta crisis tiene muchos factores y muchos efectos. Hablemos, pues, de los más importantes.
La infraestructura de Pemex
Si tú, querido sopilector, estás alzando el puño al cielo y gritando el nombre del presidente como culpable de lo que hoy sucede, estás en tu derecho y en parte tienes razón. Pero el problema que hoy enfrentamos tiene muchas causas.
La primera es el abandono de Pemex desde hace varias décadas. La paraestatal ha sido, durante mucho tiempo, la principal fuente de ingresos del gobierno mexicano. A través de lo producido y de lo que se le ha cobrado de impuestos, los gobiernos mexicanos han ordeñado –si se permite la expresión– a Pemex hasta más no poder y no le han devuelto ni una mínima parte de lo que le han quitado. Por eso tenemos ductos tan viejos y en tan mal estado, por eso las refinerías no funcionan y si lo hacen lo hacen a nivel mínimo. Por eso tampoco hay suficientes pipas para repartir a nivel nacional, por eso si se cierra una llave hay un caos total. Porque todo ha funcionado con pinzas y eventualmente cualquier cambio llevaría a que Pemex acabara de rodillas, como parece estar en este momento.
A Pemex no se le invirtió, sólo se le quitó; por eso, se vino abajo de manera tan estrepitosa a finales del año pasado.
El robo durante décadas
Pero eso no quiere decir que la pura negligencia en el mantenimiento y desarrollo de Pemex sea la única causa de lo que sucede.
El huachicol –del cual hablamos aquí hace ya casi dos años– se ha permitido durante muchísimo tiempo. No el robo hormiga que imaginamos cuando pensamos en el término –garrafones en las carreteras o asaltos a pipas–, sino la ordeña de ductos. Para este tipo de cosas se necesita gran infraestructura: ingenieros que sepan cómo abrir los tubos, tanques de almacenamiento, personal dentro del propio Pemex que esté coludido y, por último, grandes compradores –empresas que paguen por combustible robado a enorme escala.
Esta situación se dejó crecer desde tiempos de Vicente Fox, y con Enrique Peña Nieto ya estaba a niveles increíbles. Como contábamos hace dos años: hasta los camiones que se utilizaban para construir el aeropuerto de Texcoco utilizaban gasolina robada.
Que el problema haya reventado de tal manera ahorita tiene mucho que ver con que se dejó sin tocar durante lustros enteros.
Las decisiones del nuevo gobierno
El catalizador de la crisis fue, sin duda, el nuevo gobierno, que a finales de diciembre comenzó a cambiar su relación con Pemex. En primera, porque nombró director a un ingeniero agrónomo no titulado, Octavio Romero, como su director. Un hombre sin experiencia en el ramo para liderar la petrolera nacional en tiempos de grandes dificultades.
En segunda, porque decidió –lo cual debe reconocérsele, eso sí– irse de manera frontal contra la ordeña de ductos que tanto afecta al país. El problema aquí es que, como hiciera Felipe Calderón en su momento, no parece haber pensado la estrategia a fondo. Cuando se optó por cerrar los ductos –en particular el Salamanca-León–, no se contaba con que los inventarios de combustible estaban lejos de ser suficientes para sobrellevar los siguientes días. Tampoco contaba con que la cantidad de pipas que hay en el país es muy pequeña.
El gobierno pensaba que esto era menos complicado de lo que en realidad era y que se podría resolver mucho más rápido. O ésa es la impresión que da.
En tercera, y eso se vincula con la línea anterior, porque no ha sabido comunicar su estrategia bien. El presidente se ha negado a decir cuándo se restaurará el servicio o cuáles serán los pasos siguientes. En lugar de eso ha buscado minimizar el problema y pedir confianza ciega. Para quienes votaron por él eso puede ser suficiente, pero para quienes no lo hicieron y ahora sufren por falta de combustible no ha de caer muy en gracia que el presidente diga que la crisis no es tal, como hiciera el presidente anterior.
En cuarta porque el plan como se ha presentado hasta ahora no parece tener fines claros: sí, busca eliminar el robo de combustible, pero eso no se puede hacer cerrando los ductos y se acabó, porque entonces habría que cerrar los bancos para evitar asaltos a las sucursales o dejar de respirar para que no nos dé gripe. Cerrar el ducto sólo puede ser un paso temporal en el camino a algo más. ¿A qué? Eso es lo que mucha gente se pregunta.
El camino para la reducción o incluso eliminación de robo de gasolina debe pasar por una cuestión jurídica, no sólo política: debe investigarse a quienes estén metidos en el asunto y encarcelar a quien resulte culpable. No sólo porque muchos votaron por López Obrador para que eliminara la corrupción a nivel nacional, sino para que este desabasto de las últimas semanas signifique algo. De nada sirve voltearle la vida de cabeza a la población si la medida no va a tener un efecto positivo en el mediano o largo plazo. No se trata de venganza contra gente como Carlos Romero Deschamps, líder sindical, no, sino de que lo que se esté haciendo derive en algo positivo.
Porque el punto de gobernar es que la vida de los representados mejore. Porque hacerlos sufrir sin que haya algún tipo de beneficio posterior no sólo es torpe e irresponsable, sino cruel. Mientras tanto, el desabasto de combustible continúa por tercera semana y nadie sabe cuándo terminará.
Por el bien de todos, por parafrasear al presidente, ojalá que él sí tenga claro lo que está haciendo. Y ojalá que lo pueda comunicar mejor. Porque las filas son cada vez más largas y la incertidumbre sobre lo que sucede aún mayor.
Su primer gran reto del sexenio llega apenas mes y medio después de asumir el puesto. Hora de mostrar si puede cumplir esa gran promesa que hizo después de ganar la elección, cuando dijo “No les fallaré”.
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