Por Esteban Illades

Es un cliché empezar un texto con la definición del diccionario, pero, querido sopilector, hoy lo amerita. Decálogo, según el Diccionario de la lengua española es un “conjunto de los diez mandamientos de Dios”. También, en un segundo orden, es un “conjunto de normas o consejos que, aunque no sean diez, son básicos para el desarrollo de cualquier actividad”.

Vale la pena empezar por ahí porque en el video que se transmitió y replicó en las diversas redes sociales del gobierno el sábado, así como en el documento que lo acompañó, no queda claro que el presidente haga distinción alguna entre la primera definición y la segunda. Más cuando en el último punto del decálogo se nos pide buscar el camino de la espiritualidad.

Presenta AMLO su "Decálogo para salir del coronavirus y enfrentar la nueva realidad"
Foto: @lopezobrador_ (Twitter)

Estamos hablando del “Decálogo para salir del coronavirus” que publicó el presidente este fin de semana; coincidentemente, durante el sábado con mayor aumento de registros de contagio de coronavirus a nivel nacional (3,494), y un día antes del domingo con mayor aumento de registros de contagio a nivel nacional (4,147).

A pesar del aumento en registros de contagio y de muertes, el gobierno ya ha iniciado a nivel federal –y en los estados gobernados por su partido– el camino al relajamiento de las normas frente a la pandemia. No sólo eso, el presidente que lleva semanas diciendo que ya se domó, ahora pide que la gente salga, pero que si se infecta no le eche la culpa a él porque la responsabilidad ya es de uno y no de la autoridad.

Es decir, está dejando sola a la población.

Bueno, no del todo. Porque antes de abrir la puerta al sálvese quien pueda, publicó unas reglas –el decálogo que comentamos– para lidiar con la pandemia. No reglas específicas de salud –cómo toser, cómo utilizar un cubrebocas, qué hacer en caso de sentirse enfermo–, no. Reglas más bien vagas como ser optimista, no ser egoísta, o no ser materialista. También, por alguna razón extraña, el decálogo incluye promover la defensa al derecho al medio ambiente. Extraña porque hace un par de semanas se le dio el banderazo de salida al Tren Maya y un poco antes se le quitó el 75% del presupuesto operativo a dos de los organismos encargados de eso, del medio ambiente mexicano. O no ser sexista, a pesar de que ha demostrado en múltiples ocasiones lo poco que le importan las demandas de las mujeres mexicanas.

Lo que presentó el presidente es más bien una especie de manual de autoayuda, que poco hace por paliar el sentimiento de incertidumbre frente al futuro. Dirán algunos que el presidente le está hablando a sus bases, no a todos los mexicanos, y que esta romantización de la pobreza que tanto pregona –la idea de sólo tener un par de zapatos que gusta de repetir, la idea de que hay que consumir sólo lo estrictamente necesario– es para mantener la imagen de “pueblo”. Es un mexicano común y corriente que le habla a los mexicanos comunes y corrientes. A esos mexicanos que son personajes de película de Pedro Infante y viven en un mundo al que le faltan décadas para que llegue el Technicolor.

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Foto: @lopezobrador_.

Hasta cierto punto tiene sentido la justificación que hacen quienes todo le defienden. El mensaje busca recalcar que pasamos de un sexenio de frivolidad absoluta, con un presidente que se la vivía jugando golf los fines de semana, que gustaba de lo caro y no le importaba el conflicto de interés con tal de obtenerlo, a uno diametralmente opuesto.

El decálogo es el recordatorio de que AMLO no es Peña.

Pero ésa es una herramienta de campaña, no de gobierno. Porque el gobierno ha renunciado a sus funciones más básicas: abiertamente admite no hacer pruebas de covid, abiertamente admite que no inyectará apoyo a la economía. Entonces si no hace nada, sólo le queda decir. Y lo que dice son este tipo de cosas porque mayor mensaje no hay. A los ahora desempleados, millones, les sugiere sacar dinero de sus Afores para librar el mal paso: no seas pobre ahora, sé pobre después. Para las compañías sólo hay garrote, nada de zanahoria: cuidadito y despides a alguien. Y al ciudadano común y corriente ya le echó la culpa preventivamente. Se lavó las manos, cosa que ni siquiera le enseñó a hacer a la población frente al COVID-19.

Por eso la romantización de la pobreza: lo ideal es conformarse con lo mínimo ahora para que uno no se sorprenda cuando tenga el mínimo después. Total, todavía le queda la familia, eso sin importar que los datos dicen que la violencia de género se agudizó durante la cuarentena. Y todavía le queda la felicidad, porque si el presidente es la voz “del pueblo” y él está contento, cómo no lo estará uno.

Pero las palabras no sustituyen las tres comidas diarias. Son sólo aire que se evapora tan pronto sale de la boca, y nada más.

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Esteban Illades

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