Por Esteban Illades

Esta semana, Miguel Ángel Mancera dio a entender que pasado su quinto informe de gobierno, a mediados de septiembre, se pondría a pensar en serio en qué fecha pediría licencia como Jefe de Gobierno para buscar la presidencia de la República.

Desde hace varios años, Graco Ramírez, gobernador de Morelos, ha dicho que su intención es la misma. Igual Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán. También Eruviel Ávila, quien está a semanas de dejar la gubernatura del Estado de México. Jaime “El Bronco” Rodríguez, a los pocos días de ser elegido el primer gobernador independiente de un estado mexicano, cambió de discurso y empezó a hablar de México en lugar de Nuevo León porque ya no tenía interés alguno en el encargo que acababa de asumir.

Muchos, muchos más se irán sumando a la lista. Dirá uno que qué importa, si ninguno de estos personajes tiene oportunidad seria de convertirse en presidente del país. Y tendrá razón. Pero hay algo que tomar en cuenta detrás de estas aspiraciones: todos los personajes aquí mencionados creen que tienen oportunidad. Si no de ser presidente, por lo menos de conseguir un hueso con quien gobierne México a partir de diciembre de 2018.

Y eso nos pinta de cuerpo entero la disociación entre la clase política y la ciudadanía. Porque: ¿cómo es posible que estos políticos piensen que 1) la gente quiere que gobiernen el país, y 2) que son capaces de hacerlo bien?

Con sólo ver un poco del desastre que han dejado a su paso desde que asumieron los cargos es más que suficiente para en serio cuestionarse qué pasa en nuestra política: ninguno de ellos tiene las credenciales necesarias para dirigir, si quiera, una asamblea de condóminos.

Deberían de pedir perdón, regresarse a sus casas, y nunca regresar a la vida política. Pero como claro que en México no hay consecuencias, en vez de ser castigados por su deficiente gestión, buscan un premio que piensan merecer.

Miguel Ángel Mancera

Seamos breves porque ya hemos escrito aquí (y aquí) sobre sus rotundos y repetidos fracasos como Jefe de Gobierno desde 2012. Valga quizás sólo repetir un dato extraordinario para explicar el divorcio de Mancera con la realidad: ganó la elección con casi el 65% de los votos, algo que nunca había sucedido. Cinco años después no sólo tiene una calificación reprobatoria –y mantenida– en la gran parte de las encuestas sobre su desempeño, sino que ha logrado unir a la ciudadanía, pero en su contra, algo verdaderamente meritorio en tiempos de tanta polarización política.

Sea por una Constitución que no sirvió ni servirá absolutamente de nada –al grado de que medios extranjeros como The Guardian se burlaron al decir que el gran logro era que la Ciudad de México cambiaba de nombre a… la Ciudad de México), o por un aumento en robos y homicidios que regresa a la Ciudad a peores niveles que en la década de los 90, o por lo que gustemos. Los chilangos no están nada contentos, porque hasta el gentilicio nos quiere quitar.

Pero eso no ha disuadido al Jefe de Gobierno en sus aspiraciones. Por eso ahora lo vemos cada fin de semana en algún lugar del resto del país, haciendo promoción de su candidatura con recursos públicos: lo que más le gusta, parece, es regalar patrullas o prestar policías a otros estados. Como si la capital no se estuviera cayendo a pedazos. Ahí va Miguelito, con la idea de que replicar la catástrofe que dejó en la ahora así llamada CDMX a escala nacional será algo sensato.

Graco Ramírez

Quizás el que más tiempo lleva apuntado para ser candidato a la presidencia. Desde 2015 dice una vez por mes que si se lo piden él será el candidato de la oposición al cargo. El problema, huelga decirlo, es que quizás los únicos interesados en que asuma el liderazgo del país serían sus familiares.

Como su hijastro, quien preside el PRD de Morelos y ostenta gran influencia en el estado que gobierna Ramírez, al grado de que, entre otras cosas, se le ha acusado de amenazar a periodistas, corromper a diputados –aunque, en su defensa, eso no ha de ser nada complicado– y, la de siempre: usar relojes que no corresponden ni de cerca a su sueldo de funcionario.

Ramírez se ha echado encima a todo el estado, y su trabajo frente a los problemas de inseguridad, según diversas ONGs, ha dejado tanto que desear que en un índice Cuernavaca aparece como la ciudad número uno en delitos con violencia en todo el país.

Eso no evita que, año con año, el gobernador de Morelos se placee por los medios de comunicación como si tuviera algo, cualquier cosa, que ofrecer a México con su candidatura.

Silvano Aureoles

“¿Quién?”, se preguntará más de uno aquí. Exacto. El gobernador de Michoacán dice que quiere ser presidente. ¿Para qué? Quién sabe.

¿Por qué decimos esto? Porque Aureoles es dueño de lo que debería ser un récord Guinness: desde que está en la política nunca ha concluido un cargo para el que se le ha elegido. Siempre ha saltado a otro. Cinco veces lo ha hecho, y promete una sexta. Así de serio su compromiso con la gente que vota por él. Elíjanme, pero no les prometo quedarme mucho tiempo. Mientras más pronto encuentre otra cosa, mejor.

Mientras tanto, Michoacán regresa a los tiempos de antaño, de narcobloqueos y cárteles. Pero qué le importa a alguien que parece disfrutar más la campaña que el cargo mismo.

Eruviel Ávila

Más discreto que los anteriores, pero con la misma intención. Ávila utiliza la vieja forma priista de decir que sí pero no porque no le toca a él decidir si será candidato. “Ni me encarto, ni me descarto”, dijo hace unas semanas. El todavía gobernador del Edomex dice que está haciendo las cosas bien, y que su gobierno cerrará “con broche de oro”. Vaya uno a saber a qué se refiere, porque el Estado de México se cae a pedazos.

Es líder en feminicidios. Tiene de las tasas delictivas más altas en todo el país (lo cual ya es decir). El robo en el transporte público está por los cielos, pero el gobierno local no lo reporta cuando rinde informes al federal. Hasta miedo da el supuesto broche de oro: las cosas no se pueden poner peor.

Aun así, Ávila aparece en las encuestas y hace los movimientos del típico priista que busca la candidatura, como una boda lujosa en la que el invitado de honor es el presidente, por ejemplo.

Jaime “El Bronco” Rodríguez

Su procurador de justicia estuvo en la cárcel en Las Vegas por girar cheques sin fondos para pagar deudas de juego. Su zar anticorrupción está acusado de desviar seis millones de dólares. No hay mucho más que agregar.

(Bueno, sí, controversias del Bronco hay para aventar para arriba, pero con esto debería ser suficiente para entender qué pasa en Nuevo León y qué vería uno con un Bronco presidente.)

Es que en verdad, con hablar un poco de esto es más claro aún el problema: políticos que no entienden, que manejan los estados como si fueran de su propiedad, que dejan las cosas mucho peor de lo que las encontraron –de perdida, en México, un triunfo sería dejarlas por lo menos igual– y cuyo expediente como gobernadores muestra no sólo que no tienen la más mínima idea de lo que deben hacer, sino del daño que son capaces de subir a cargos que conllevan todavía mayor responsabilidad.

Pero no parece importarles. Y si sí, el asunto es todavía peor: destrozar lo poco que nos queda porque su adicción a las cámaras, al dinero, a la fama, al poder no conoce límite alguno.

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Esteban Illades

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