En estos días, entre la corrupción de los políticos mexicanos, la elección en Estados Unidos, e incluso con el mega desfile de muertos de este fin de semana, hay un tema que ha pasado inadvertido, pero que es de gran importancia no sólo para los humanos, sino para el planeta entero.
El calentamiento global, el peligro más grande a mediano y largo plazo para la Tierra –salvo ese meteorito que no hemos visto pero que en algún momento llegará–, ocurre de manera más rápida de lo que calculaban los expertos.
Durante mucho tiempo se habló de que veríamos los estragos de nuestra contaminación en décadas si no en siglos, pero los estudios más recientes nos dicen lo contrario. La temperatura mundial está aumentando a pasos no pensados, al grado de que la Organización Meteorológica Mundial (WMO, un organismo parte de la Organización de Naciones Unidas, ONU) declaró que el 2015 fue el año más caluroso desde que se mide la temperatura terrestre (1880).
Para que quede más claro, esta caricatura del sitio XKCD muestra el impacto que hemos tenido los humanos en la temperatura de nuestro planeta; basta con ver los últimos 150 años para entender que nosotros somos responsables del problema.
Y 2016 pinta todavía peor en términos de aumento de temperatura. Según los datos disponibles de NOAA (la Administración Atmosférica y Oceánica Nacional de Estados Unidos, la agencia que revisa la temperatura mensual mundial) hasta julio de este año, la Tierra lleva al menos 15 meses seguidos rompiendo sus récords de calor.
A esto hay que sumarle otro dato: éste fue el primer septiembre en la historia de la humanidad que los niveles de dióxido de carbono se mantuvieron por encima de las 400 partículas por millón.
Tal vez los números por sí solos no nos digan mucho, aunque su significado es alarmante. Para poderlo entender –y alarmarnos como deberíamos–, primero hay que ir a lo más básico.
¿Qué es el calentamiento global?
El calentamiento global, también conocido como cambio climático, es un término que se utiliza para referirse al aumento en temperatura en el planeta desde el siglo XIX, cuando ocurrió la Revolución Industrial. La creación de fábricas y la masificación de los procesos de producción llevó a que hace unos 200 años el consumo de carbón como fuente de energía se disparara. Las fábricas necesitaban funcionar para producir, y en ese entonces la única energía provenía de los combustibles fósiles. El más importante en esa época era el carbón, hoy es el petróleo.
Cuando el carbón se quema produce dióxido de carbono, que, junto con otros gases derivados de procesos industriales, crea lo que se llama el efecto invernadero: los gases hacen que parte de la radiación natural que intercambian el Sol y la Tierra se quede atorada en la atmósfera. Esto, a su vez, genera un aumento de temperatura ya que el calor no puede escapar. Mientras sigamos quemando combustibles de este tipo, el invernadero seguirá funcionando como una trampa y la temperatura, como mínimo, se mantendrá como está. Como máximo, seguirá aumentando a niveles catastróficos.
Hasta antes de la aparición de los humanos, el invernadero funcionaba por ciclos. A veces los gases liberados por distintos eventos –explosiones volcánicas, por ejemplo–, alteraban la temperatura mundial. Pero una vez que llegamos nosotros, todo empeoró.
¿Cuáles son (algunos de) sus efectos?
Si la temperatura de la Tierra cambia, todo cambia, hasta lo más imperceptible. Desde el clima –ayer fue 30 de octubre y llovió en la Ciudad de México–, pasando por la tierra para agricultura hasta lo más drástico, el derretimiento de los polos. Los efectos pueden ser tan graves que tal vez ni siquiera los tengamos contemplados del todo. Es como ese episodio de los Simpson en el que Homero viaja al pasado con su tostador: cosa que modifique en el pasado, cosa que se afecta en el presente.
Con el calentamiento global, el aumento incluso menor a un grado de la temperatura puede tener consecuencias desastrosas. Al paso que vamos, por ejemplo, las islas Marshall, Fiji y Vanuatu, entre otros, podrían dejar de existir en los próximos 50 años. El caso más impactante es el de las Maldivas, al sur de la India. Desde 2008, el gobierno del país ha discutido la posibilidad de comprarle tierras a Australia y mudar a todo el país. Sí, mudarse todos porque las Maldivas podrían desaparecer.
Mientras más altas las temperaturas, más hielo se derrite. Mientras más hielo se derrite, más agua hay en el mar. Mientras más agua haya en el mar, más alto es su nivel. Y mientras más alto sea el nivel, más países y ciudades terminarán debajo del agua. Como película de Hollywood: Londres, Miami, Nueva York, todas hundidas. No tan rápido como las Maldivas.
Y esto se ha acelerado, en gran parte por las partículas de carbón. Si la cantidad de partículas por millón en la atmósfera ya no baja, quiere decir que el efecto de los humanos sobre la Tierra puede ser ya irreversible: hemos creado una especie de efecto invernadero perpetuo en el que, dada la cantidad de carbón en la atmósfera, el calor siempre se quedará adentro del planeta. A la larga no sólo tendremos inundaciones, sino sequías. Habrá miles de desplazados y millones de muertos. La comida y el agua escasearán. Y muchos de los animales se extinguirán. Según la Asociación por la Defensa de la Naturaleza (WWF en inglés), dos tercios de la naturaleza podrían desaparecer antes del 2020.
Uno pensaría que estos párrafos son suficientes para ponernos los pelos de punta. Sin embargo, la psicología revela algo terrorífico: los humanos no estamos hechos para entender el peligro que significa el calentamiento global.
¿Por qué no nos importa?
Según Daniel Gilbert, profesor de psicología en la Universidad de Harvard, nuestro cerebro funciona para evitar el peligro inmediato, como por ejemplo, una pelota de beisbol a la cara.
El asunto es que el calentamiento global no sucede tan rápido. Está ocurriendo en menos tiempo del que esperábamos, pero no a un ritmo tan catastrófico para que nuestro cerebro lo vea como un peligro inminente. Por ello no pensamos en él como si estuviera a nada de golpearnos. Lo vemos como si la pelota la estuvieran lanzando a kilómetros de distancia: sabemos que está ahí, que en algún punto llegará, pero mientras no esté en riesgo de pegarnos en la cara, no nos preocuparemos por ella.
Y esto pasa con las personas que creen en la existencia del cambio climático, porque en lugares como Estados Unidos, por ejemplo, 30% de la población todavía piensa que no existe o que no es culpa de los humanos. Ni se diga de Donald Trump, candidato a la presidencia:
https://twitter.com/realDonaldTrump/status/265895292191248385
En México, en cambio, el calentamiento global es una preocupación real. Una encuesta gubernamental de hace dos años mostró que el 81% de los mexicanos lo consideran “una amenaza muy grave” para el país. A pesar de ello, esa urgencia no se traslada al gobierno: para 2017 el presupuesto de la Secretaría de Medio Ambiente se reducirá en 35%.