Por Esteban Illades

El martes pasado, el ahora presidente electo Andrés Manuel López Obrador estuvo en Ciudad Juárez, Chihuahua, para inaugurar una serie de foros que tiene por objetivo establecer un diálogo como no se ha tenido en mucho tiempo. Dialogar entre víctimas, entre expertos, entre aquellos que han sufrido con la Guerra contra el narcotráfico, que está por cumplir 12 años este diciembre, es lo que se busca.

La idea es que el gobierno recoja conclusiones de los foros y las utilice para implementar una nueva estrategia de seguridad que sea distinta a las previas, que si por algo se caracterizaron fue por ignorar a las víctimas y por no corregir rumbo a pesar de que no estaban obteniendo resultados.

Es cierto que con Felipe Calderón hubo un acercamiento casi al final de su sexenio con representantes de organizaciones civiles, y de poco –pero de algo– sirvió esta confrontación. Sin embargo, el lenguaje utilizado por el entonces presidente fue uno de exclusión: recordarás, querido sopilector, que en el caso de Villas de Salvárcar, por poner un ejemplo, Calderón tuvo el desatino de calificar a las 15 víctimas como miembros del crimen organizado, cuando no era el caso. También fue él quien decía que los criminales “se mataban entre ellos”, lo cual es una versión por demás reduccionista de un asunto bastante complejo, por decirlo de forma amable.

Con Enrique Peña Nieto, si bien es cierto que este tipo de calificativos disminuyó, también es cierto que lo hizo porque el gobierno dejó de hablar del tema y punto. Durante estos últimos seis años simplemente no se ha traído a la conversación el crimen organizado y la violencia, y si se ha hecho ha sido de una manera muy lejana de la realidad.

Cabe resaltar que el actual secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete Prida, dijo en estos últimos días que el país que deja su gobierno no está en guerra. Los habitantes de varios estados seguro opinan lo contrario: por lo menos las tasas de homicidios en donde viven están a niveles de conflicto armado.

Por eso es interesante que el gobierno que está por entrar en funciones tome una perspectiva distinta sobre el asunto, pues queda claro que la política ininterrumpida de la última docena de años ha sido un rotundo fracaso. Los homicidios van al alza una vez más y el aire es de resignación. Como si éste fuera un fenómeno natural del cual no puede escaparse. Como si se tratara de un huracán o de un terremoto.

Ahora bien, aunque apenas comienza, empieza a haber señales de desaliento con lo que se ha visto. Los foros, organizados de manera un tanto intempestiva –recordemos que todo el tema de amnistía surgió de una propuesta de AMLO que no estaba ni remotamente formada cuando la propuso durante la precampaña–, han tenido varios problemas. Entre ellos, los asistentes –y los especialistas– se han quejado de la falta de foco en las reuniones, al grado de que se han semejado más a mítines políticos que a eventos rumbo a una eventual pacificación.

En la sesión inaugural en Ciudad Juárez, que ha sido quizás el más visto de los foros porque participó el propio presidente electo, lo que más resaltó fueron los reclamos de las víctimas. Mientras que López Obrador les pedía perdonar a quienes habían ejercido violencia contra ellos o los suyos, a quienes habían desaparecido o matado a sus familiares, ellos respondían que antes del perdón tenía que venir la justicia, tenía que terminar la impunidad.

Y tienen razón. Habrá quienes pregonen la idea bíblica de voltear la mejilla y comenzar de nuevo, pero hay veces que no se puede. Más cuando el victimario ni presente está. Al menos en ese foro de Ciudad Juárez no hubo nadie con quién dialogar. En el público había víctimas y familiares, pero no los responsables de su sufrimiento. Fueran miembros del crimen organizado o de las fuerzas armadas –las cuales, se ha comprobado, han participado en desaparición y ejecuciones extrajudiciales mientras libran esta interminable guerra contra el crimen organizado–, nadie estaba ahí para ser perdonado, ni siquiera para pedir disculpas. Había un hueco enorme en la sala.

Ese hueco se tendrá que llenar eventualmente. De lo contrario lo único que tendremos serán eventos en los que la gente le grite cosas a un gobierno que dice estar ahí para escuchar –lo cual bien puede ser cierto– pero que no tenga idea alguna de qué hacer una vez que haya silencio. Que se quede pasmado.

Los foros son una buena idea; son una idea necesaria. Escuchar a quien ha sufrido a costa de una guerra tan cruenta es lo primordial. Pero es una idea incompleta, que debe corregirse de inmediato para poder ser útil en este país que vaya que se ha quedado sin propuestas de solución ante un problema que ha diezmado generaciones enteras, y cuya violencia no cesará, al menos en el corto y mediano plazo. Vale la pena repetirlo: justicia antes que perdón. Fin a la impunidad antes que otra cosa. Es lo menos que se merece el país.

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Esteban Illades

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