Por Esteban Illades
Este sábado cambiará el gobierno del país. Algunos hacen el chiste de que qué emoción, a partir del fin de semana dejaremos de ser corruptos y viviremos en un mundo nuevo. Más allá de las bromas y el escepticismo de algunos –no tantos, si se piensa que las encuestas más recientes tienen a Andrés Manuel López Obrador rondando el 66% de aprobación–, lo cierto es que el próximo gobierno enfrenta una tarea gigante, casi imposible, al mismo tiempo que se ha autoimpuesto expectativas muy difíciles de cumplir.
López Obrador tendrá cuatro grandes frentes con los que lidiar durante su sexenio: corrupción, desigualdad y pobreza, seguridad y Donald Trump. A continuación unas cuántas líneas sobre cada uno para entender la magnitud del resto.
Corrupción
Según las encuestas más recientes, Enrique Peña Nieto se va con la menor aprobación de un presidente desde que hay mediciones al respecto. Depende de la casa encuestadora, pero Peña rondará el 20% de aprobación como número final. No tan mal como ese 8-10% de hace un par de años, pero igual bastante bajo.
Esos números tienen una razón de ser: la corrupción en México. Tema siempre comentado, siempre criticado –en particular a la tonada de “es que aquí nunca se hace nada”–, que incluso se llegó a pensar se podría resolver cuando EPN tomó las riendas del gobierno en 2012. Se hablaba en ese entonces de un Partido Revolucionario Institucional moderno, lejos de las transas del siglo pasado. Se hablaba de una nueva generación de políticos. Se hablaba del futuro.
Y luego resultó que todo era un espejismo. Desde el presidente y su entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que recibieron jugosas prestaciones por parte de contratistas gubernamentales, hasta los gobernadores que se sirvieron con cucharas tan grandes que uno no sabía que existían. Sólo un par están tras las rejas, y aun así parece que ninguno se llevará un castigo serio por desfalcar el erario y robarse el dinero de los mexicanos a puños.
AMLO tiene que revertir eso para no perder popularidad y para mantener la esperanza de millones de mexicanos que quieren un México nuevo.
Sin embargo, el presidente electo ha optado por un camino distinto al que uno esperaría. Sus razones tiene; el problema es que si los peces gordos no pisan la cárcel y se mantienen impunes, mucha gente comenzará a –en el mejor de los casos– reprocharle que no cambió nada de lo que debió haber cambiado. En el peor se enojará en serio.
Dice él que combatirá la corrupción que surja a partir de que tome el poder; ojalá que al menos eso sí sea cierto. Porque el país está harto y quiere resultados ya.
Desigualdad y pobreza
México es un país pobre, por más que nuestra élite de la Ciudad de México opine lo contrario. Bajo nuestros criterios –Coneval, Sedesol–, poco menos de la mitad del país vive en pobreza; una parte significativa vive en pobreza extrema. Es decir, no puede cumplir con las necesidades básicas para poder tener una vida digna: sea comida, sea techo, sea desagüe, sea acceso a salud, sea cualquiera de estos indicadores. Si algo tiene que atacarse es eso, sumado al hecho de que la clase rica en México es cada vez más rica pero ese crecimiento no se refleja en el país. México es pobre, México es desigual. El gobierno actual lanzó fajos de billetes a programas como la Cruzada nacional contra el hambre, programa que no sólo no funcionó, según la Auditoría Superior de la Federación, sino que fue un embudo por el cual desapareció muchísimo dinero que seguimos sin saber dónde está.
Quizás aquí es donde López Obrador pueda tener más éxito: dos de sus programas banderas van enfocados a la ayuda de adultos mayores y a los jóvenes en edad de estudiar preparatoria y universidad. De ser efectivos ambos, tal vez sea posible pensar en un México menos pobre y menos desigual. Sin embargo, todo está en el aire: la ambición es mucha, la capacidad de aplicar no sabemos qué tal salga.
Seguridad
El país está en llamas desde hace mucho tiempo, eso no es ningún secreto. Del nuevo gobierno, sobre todo a raíz de lo que dijo en campaña, se esperaba una estrategia radicalmente distinta. Nada de militarización, nada de guerra: militares a los cuarteles.
No obstante, sucedió lo contrario. Aunque disfrazados bajo el nombre de Guardia Nacional, militares y marinos continuarán indefinidamente en las calles. Esto, se ha comprobado, no consigue la disminución de violencia, sino todo lo contrario.
Junto con esto, el próximo gobierno promete un esquema de legalización de drogas, así como de justicia transicional. Eso sí es nuevo, y bien ejecutado podría cambiar las cosas al menos un poco. Pero es un gran hipotético hasta el momento. Más cuando veamos a Estados Unidos alzar el puño y decir que no quiere nada de eso en nuestro territorio.
De no moverse los índices, de no bajar la inseguridad, de mantenerse el nivel de homicidios, el próximo presidente podría encontrarse muchos problemas y muy rápido. Ésta deberá ser área prioritaria en su gobierno.
Donald Trump
Se dirá que Trump ladra pero no muerde, lo cual a veces es cierto. Pero el presidente de Estados Unidos, quien buscará reelegirse en un par de años, va a aumentar su retórica antiimigrante y antimexicana en los próximos meses. Ayer por la tarde, sus agentes fronterizos lanzaron gas lacrimógeno a migrantes en territorio mexicano; antier, medios estadounidenses reportaron que México estaba considerando aceptar un acuerdo con EEUU para mantener a los migrantes en nuestro territorio en lo que se procesaban sus documentos en el norte.
El próximo gobierno debe ser cauteloso a más no poder con quien ocupa la Casa Blanca. También debe aprender de los errores y aciertos –en su mayoría errores– del gobierno actual. Si las cosas salen como se esperan, es posible que toda la presidencia de AMLO corra en paralelo a la de Trump durante los próximos seis años y por ende quede marcada por ello.
¿Tons?
Lo que viene no va a estar fácil, y el gobierno entrante ha dado ciertos tumbos en la transición. Sin duda veremos más, en particular al inicio, pues se trata de una oposición que está dejando de serlo y tiene que acomodarse a ser gobierno nacional por primera vez. También porque se trata de una autodefinida Cuarta Transformación del país, que no es poca cosa.
Frente a sí, esa Transformación tiene grandes, grandísimos retos, que tendrá que empezar a resolver desde el próximo sábado. Porque si algo demostró el electorado mexicano es que está más dispuesto que nunca a ejercer su voto de castigo cuando el gobierno no cumple lo que promete, y las elecciones intermedias son en dos años y medio.
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