Por Esteban Illades
A menos de un mes de terminar las campañas, las encuestas nos dicen algo claro: hay un candidato que va mucho más adelante que el resto.
(Antes de seguir: sí, las encuestas son fiables para dar tendencias. No, no predicen resultados. Sí, sí son representativas aunque sólo se le pregunte a 1,000 personas. No, la única “encuesta” que cuenta no es la del 1 de julio.)
Es cierto que ese candidato lleva todo el siglo XXI en campaña; desde que fue Jefe de Gobierno de la Ciudad de México estuvo interesado e hizo proselitismo para convertirse en presidente del país. Pero también es cierto que ese candidato fue odiado por gran parte de la población durante años: un botón de muestra es que la percepción negativa alrededor de él después de 2006, cuando tomó Reforma, estaba por los cielos.
Pero, por otra parte, ese candidato está prometiendo algo distinto a los demás. Ojo: no es que lo vaya a cumplir, no es que en realidad sea distinto. Lo que está haciendo es utilizar un guion diferente al de los otros dos candidatos serios (Jaime “El Bronco” Rodríguez está todavía más allá, pero tan al punto de que no se le puede ni debe hacer caso).
Y le está funcionando porque ese guion cumple una función muy particular en un momento determinado. Es decir, se adapta a la perfección a la coyuntura. Es cuestión de ver números –que sí, sí son creíbles, no está de más repetirlo–. Cuando le preguntan a los encuestados qué condiciones definen su voto, la mayoría dice que su molestia con el gobierno actual y la situación del país. La mayoría también dice que jamás votaría por el PRI, partido en el poder.
Varias cosas se desprenden de estas respuestas: 1) José Antonio Meade perderá la elección por default. No porque sea un mal candidato (que lo ha sido), sino porque el lastre de estar asociado a un partido que este sexenio se ha dedicado a servirse con la cuchara grande. Y claro, por haber ayudado a que esto sucediera.
Basta con ver la primera plana del periódico Reforma ayer: el actual secretario de Desarrollo Social, Eviel Pérez, ha otorgado contratos a diestra y siniestra a familiares tras su paso por Sedesol. Pérez, quien ha logrado hacerse de 500 millones de pesos de esta manera, llegó a Sedesol de la mano de… José Antonio Meade. Por más preparado y hábil que sea, de nada sirve cuando la gente lo primero que quiere es que no le desaparezcan lo poco que tiene.
2) Los electores este año tienden a ser jóvenes, porque México es un país joven. Es curioso, pero son aquellos que nunca vivieron lo peor del PRI de antaño. Sin embargo, les bastó un sexenio para comprender de qué se trataba. Por eso, cuando uno lee los desagregados de las encuestas, ve cómo mientras más jóvenes, menos interés en votar por el PRI.
3) Esto parecería, entonces, que le podría dar una oportunidad a Ricardo Anaya. Y de inicio es cierto: cualquiera que no sea el PRI tiene una oportunidad de ganar. Pero hay otras cosas de trasfondo. La primera es que el PAN ya gobernó por 12 años. Aunque en un sector de la población –si no me creen salgan y pregunten– Felipe Calderón es visto como uno de los mejores presidentes en la historia del país, en otro es visto completamente al revés: no es para menos; bajo su sexenio se inició una guerra que no parece tener fin.
Por ello Anaya no la tiene tan fácil como uno pensaría. Porque hay gente que ya vio gobernar al PAN y tampoco tiene buenos recuerdos. En cambio, Andrés Manuel López Obrador, con todo y que ya fue Jefe de Gobierno de la capital, tiene un partido nuevo. Cierto es que aglutina a gran parte de lo viejo –cual recolector de cascajo–, pero el partido mismo nunca ha dirigido el país. De hecho, la izquierda como tal nunca lo ha hecho. Quizás es por eso que Anaya va tan atrás. Porque la gente quiere algo que suene distinto. Así termine siendo igual a los demás, pero eso no importa en este momento.
O también es porque como candidato Anaya ha quedado a deber en exceso. Su campaña, como hemos comentado varias veces aquí, es todo y nada. Quiere meter al presidente a la cárcel pero al mismo tiempo negociar con él. Quiere utilizar la tecnología para resolver todos nuestros problemas, cuando en México hay grandes sectores del país que ni agua potable ni drenaje tienen. Quiere amalgamar todas las posiciones políticas posibles. En lugar de querer ser presidente de todos los mexicanos quiere ser presidente de cada uno de ellos. Como un software personalizado.
Y López Obrador ha hecho algo bastante similar. Pero con una diferencia crucial. Todo el cascajo que recibe lo acomoda. Siempre que sale un personaje innombrable –que vaya que los hay–, él y su partido repiten lo mismo: se están sumando al proyecto, y como tal van a tener que seguir las reglas y la plataforma que aquí tenemos. Es interesante el contraste: mientras que Anaya trata de convertirse en todo lo que le llega al Frente, López Obrador lo jerarquiza y se sigue presentando como único y absoluto líder de su corriente. No importa lo que los demás digan, su palabra será la definitiva.
Eso en otros tiempos hubiera dado miedo. Eso también se asemeja al PRI de antaño que queremos expulsar de México. Pero poca gente lo recuerda, o si lo recuerdan, hoy no les interesa. Lo que quieren es echar al PRI a patadas y no quieren que lo haga el PAN, sino que lo haga alguien más.
¿Funcionará? Quién sabe. Pero hoy la mayoría de los votantes va por López Obrador, al menos por la satisfacción de despertarse el 2 de julio y saber que su voto desterró a un partido que se ha dedicado a aprovecharse de ellos. Por la idea de saber que su voto sirve para algo y que su voz es escuchada.
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