“La vida es una tómbola tom tom tómbola/ la vida es una tómbola tom tom tómbola/de luz y de coloooor/ de luz y de colooooor”, cantaba el finado rocanrolero Johnny Laboriel. Y por más simplón y reduccionista que pudiese resultar su aforismo, se aplica y ajusta para casi todas las situaciones de la vida. Ya ni se diga de la política. “Los últimos serán los primeros”, dicen que dijo Jesucristo, quizá de una manera más elocuente, para referirse a la misma situación en lo que se conoce como La parábola de los obreros de la viñaLas cosas cambian a cada rato. Lo que sube, al rato habrá de bajar. Y viceversa. La única certeza en esta vida es la incertidumbre, pues. Y a todo esto, ¿ por qué o para qué todo este rollo existencialista? ¿El sopibecario que redactó estas palabras está deprimido? ¿Ya también le quieren jugar al filósofo? ¿Se creen chistosos? Juro en el nombre de la deidad de su preferencia que esta introducción está relacionada —espero, de alguna manera— con la resurrección del Partido del Trabajo en la Cámara de Senadores.

Ya sé, el recurso parece trillado y facilón. Hacer referencias bíblicas para hablar sobre un hecho político en la coyuntura de la Semana Santa. Un lugar común. Una puntada al más puro estilo de la Hora Pico o uno de esos programas humorísticos que recurren al pastelazo y al albur fácil. “A Jaime Avilés le quedó mejor“, y pues sí. ¿Pero realmente algunos de ustedes se acordaba del Partido del Trabajo antes de la noticia que se anunció ayer, 4 de abril? Para los que no estén muy enterados del tema, ahí les va: la bancada del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en el Senado de la República sufrió una desbandada a raíz de la imposición de la legisladora Dolores Padierna como su coordinadora. Esta decisión se tomó, a su vez, tras la renuncia del senador Luis Miguel Barbosa, tras externar públicamente su apoyo a Andrés Manuel López Obrador para las elecciones del año entrante.

Bueno, volviendo con el Partido del Trabajo, lejos habían quedado esos días en que la organización política era noticia, ya fuera por los resonantes debates del ciudadano Gerardo Fernández Noroña o las propuestas de legisladores como Jaime Cárdenas. De a poco a poco y casi de manera imperceptible, el PT fue transmutando en una especie de partido satélite, fue perdiendo la cuota—ínfima o sobresaliente, depende de ustedes— de protagonismo, al punto de considerársele casi casi rémora de los otros grupos de la llamada izquierda. Su nombre volvió a resonar en el ágora esta semana después de que se anunciara que Miguel Barbosa y los once apóstoles (casi como los de Cristo) que dejaron el PRD, se sumarían a la fe lopezobradorista. Primero aparecieron en un evento de apoyo a la maestra Delfina Gómez y después se hizo oficial: los desertores perredistas cambiaron su culto amarillo por el rojo.

Cartón: Paco Calderón

El Partido del Trabajo, como si se tratara de una fábula bíblica o un milagro concedido por órdenes directas del mismísimo Rey de Reyes, pasó de tener siete senadores a convertirse en la tercera fuerza en el Senado de la República. La llamada así bancada PT-Morena ahora cuenta con 16 miembros (los apóstoles Morón y Encinas aun no deciden su peregrinar ni su nueva fe). Dicen que “no se mueve la hoja sin la voluntad de dios” y así, de un momento a otro y sin poderlo predecir, el partido político que a últimas fechas se había distinguido por sus grisáceas y parcas apariciones en el Senado por casi perder su registro en 2015, y al que la carne ya se le estaba haciendo polvo, ahora —inesperadamente— ha resurgido del eterno descanso. Ahora como ayer, como en 2006 y 2012, el Partido del Trabajo, obtiene su mayor crecimiento legislativo gracias a enrolarse en la fe amloista. Para despedir y como parafraseando los Salmos 23:1: “El Peje es mi pastor, nada me faltará”.

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