Por José Acévez
Es casi imposible hacer un texto cuya fecha de publicación sea el primero de enero sin reflexionar sobre el año que se fue o sobre lo que viene. Y es que los años, en la medición social del tiempo, representan esos momentos donde como sujetos y como sociedades nos damos la oportunidad de evaluarnos (aprovechando el pretexto natural de que la Tierra completó otra circunferencia alrededor del Sol).
Hemos asumido que celebrar un nuevo año significa que podemos permitir con más “honestidad” decirnos qué estuvo bien y qué estuvo mal. Además de que para aquellos obsesivos del orden y la categorización hay una forma más accesible de saber qué sucedió (y cómo), en qué época y por qué tal se juzgó como superior o inferior o, peor todavía, indiferente.
Sería entonces poco pertinente desaprovechar la oportunidad de hacer un recuento de lo que nos dejó 2017 y, a pesar de que las listas sean abundantes, intento aquí recordarnos aquellos momentos emblemáticos de la cultura pop, la política nacional y la vida cultural a manera de evaluación. Es decir, enlistaré arbitrariamente lo bueno, lo malo y lo peor de diversas categorías.
Sin duda, en 2017 para los mexicanos lo malo fue el temblor del 19 de septiembre, un evento que nos conmovió profundamente como sociedad nacionalizada. Sin embargo, de entre la tragedia, lo bueno fue cómo surgieron los lazos de solidaridad y fuimos capaces de contener la desgracia colectivamente (desde cualquier región del país). Lo peor, sin duda, fue la respuesta de las instituciones públicas, incapaces de resolver con eficacia la urgencia que vivieron miles de familias en el Centro del país.
Otro año más la corrupción fue marca registrada de los gobiernos mexicanos y, como no se puede obtener nada bueno de esto, tendré que recordar lo malo, lo peor y lo indignante. Lo malo, sin duda, fue el socavón en el Paso Express de Cuernavaca, que dejó ver una inmensa cantidad de irregularidades en los contratos que se hacen a nivel federal. Lo peor: Odebrecht y los vínculos con Emilio Lozoya, 10 millones de dólares que recibió el ex director de Pemex para obtener contratos de obra pública. Lo indignante: la red de corrupción que evidenció Animal Político denominada la Estafa Maestra donde nos dejaron ver el modus operandi de dependencias de todos los niveles de gobierno para robar esquemáticamente nuestro dinero.
Para el feminismo y los avances en la igualdad de género, lo bueno de este año fue la denuncia colectiva que se englobó alrededor del hashtag #MeToo (“Yo también”); una campaña surgida en Estados Unidos a partir de las acusaciones de abuso sexual contra el productor Harvey Weinstein, que animó a millones de mujeres a denunciar en redes sociales las miles de veces que han sido violentadas y acosadas sexualmente. Posterior a la denuncia de Ashley Judd, se unieron figuras como Björk, Uma Thurman, Salma Hayek y Viola Davis. Este movimiento dejó ver las raíces profundas e internacionales de la cultura machista, y las denuncias fungieron como una especie de escudo de sororidad hipertextual y global. Lo “malo” (utilizo las comillas porque más que un aspecto negativo, veo una intersección que surgió de la polémica) fue el coloquio “Marta Lamas. En diálogo con XY”, un evento que suscitó infinitas discusiones entre los círculos feministas y que dividió opiniones, pero que, al final, abrió vetas reflexivas inusitadas desde la “provocación”. Lo peor fue la ola de violencia y feminicidios que aconteció a México; múltiples casos que se hicieron públicos y cuya indignación provocó manifestaciones públicas de toda índole. Por recordar algunos, el feminicido de Lesvy Berlín Osorio en Ciudad Universitaria, el de Mara Castilla por un chofer de Cabify en Puebla o Alexandra Castellanos, quien amaneció muerta el 24 de diciembre en Zapopan y cuyas llamadas de auxilio fueron ignoradas por las autoridades jaliscienses a pesar de la alerta de género en el estado.
En cuanto a cultura visual, lo mejor del año en cine (desde mi sencillo criterio) fue la película estadounidense Get Out!, un ejercicio narrativo que puso el dedo en la herida del racismo sistemático que mantiene los sistemas de dominación en el país vecino. Lo malo (otra vez), el cine mexicano. La mayoría de los estrenos nacionales no rebasaron la categoría de lamentables (como Tres idiotas, Hazlo como hombre o Todos queremos a alguien), y no llegaron a los cines comerciales títulos relevantes para la industria como Tempestad de Tatiana Huezo o La región salvaje de Amat Escalante. Lo peor, Weinstein. Por otro lado, en fotografía, lo bueno fue la consolidación de Micaiah Carter, un joven fotógrafo afroestadounidense que logró consolidar su estética en productos de un mercado más amplio. Lo malo fue el escándalo sexual de Terry Richardson que nos puso a pensar a muchos sobre la pertinencia y valor de su trabajo. Y lo peor, el suicidio en febrero del fotógrafo chino Ren Hang, una de las promesas más potentes de la fotografía contemporánea.
Para la arquitectura y el arte urbano en México hubo también sus altibajos. Los buenos del año fueron el Centro Cultural Teopanzolco, en Cuernavaca, obra del estudio de arquitectura Productora, conformado por Abel Perles, Carlos Bedoya, Víctor Jaime y Wonne Ickx; asimismo, el Foro Boca, en la costa de Boca del Río, Veracruz, espacio sede para la Orquesta Filarmónica, obra de Rojkind Arquitectos. Lo malo fueron las controversias del Programa de Arte Urbano del Ayuntamiento de Guadalajara, que aunque fue una política pertinente invertir en obra escultórica para la ciudad, las decisiones no fueron siempre bien justificadas (sobre todo en el caso de una macetota en forma de rostro del artista José Fors). Lo peor: la decisión del Ayuntamiento de Guadalupe, en Zacatecas, de invertir 30 millones de pesos en una colosal obra para hacer la guadalupana más grande del mundo, poniendo en duda de nueva cuenta la laicidad del Estado. (Lo medieval: los conservadores que marcharon en contra de una escultura en Guadalajara.)
Mientras que para el mundo del arte contemporáneo en México, lo bueno que tuvimos este año fue la consolidación del Museo Jumex como un espacio de exhibición que no sólo apuesta por artistas reconocidos (como el caso de la muestra de Andy Warhol), sino que apoya y profundiza en propuestas locales y latinoamericanas de mucho valor como las exposiciones de Ulises Carrión, el Instituto de la Telenovela de Pablo Helguera y el trabajo del brasileño Jonathas de Andrade. Lo malo (aunque muy interesante y provocador) fue la exposición en el MUAC de Jill Magid que incluía la pieza de un anillo hecho con las cenizas del arquitecto Luis Barragán. Y de esta exposición digo “malo” porque fue a partir de un escándalo casi religioso (tocar los restos de un héroe) que el mundo intelectual de México dio muestras de su capacidad para discutir y repensar al país (desde las discusiones entre Villoro y Cuauhtémoc Medina, como las críticas puntuales de Brenda Lozano y Daniel Garza Usabiaga, entre miles más). Lo peor, aunque ésta es una discusión abierta, el absurdo del Oxxo que expuso Gabriel Orozco como pieza en la galería Kurimanzutto.
Para finalizar este conteo, propongo una visión a futuro: lo mejor de 2017 es que ya sólo queda un año del sexenio de Peña Nieto, lo malo es que le quedan dos a Trump, lo peor es que el próximo año tenemos elecciones y no hay ni para dónde hacernos.
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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.
Twitter: @joseantesyois