Por Diego Castañeda
De forma muy extraña lo que debió ser un simple uso equivocado de palabras se volvió un tema de conversación de una semana. Parece que es el efecto de nuestro presidente electo sobre sus críticos: casi no puede ni dar un respiro sin que sea motivo de discusión. Así que aprovechando el asunto es buen momento para recordar qué ha pasado con la economía mexicana los últimos años.
Ciertamente el país no está en bancarrota, pero ¿podríamos decir lo mismo de los estados o los municipios en México? ¿O de las universidades estatales? ¿Podríamos decir lo mismo de Pemex o del sistema de pensiones? Muchas de estas cosas si se comienzan a parecer un poco a tan desafortunada situación.
Pero, en fin, concentrémonos en el país, hablemos de cómo nos ha ido los últimos 30 años.
A lo largo de los últimos 30 años la economía nacional ha crecido a una tasa promedio de 2.4 por ciento, llamémosla la “tasa mexicana” de crecimiento. Esto quiere decir que el tamaño de la economía del país se duplica cada 30 años aproximadamente. Parece un número razonable, pero si descontamos el crecimiento poblacional, es decir vemos el crecimiento per cápita que ha sido de más o menos 1 por ciento en promedio, eso nos arroja que se duplica cada 70 años, durante la vida de completa de una persona apenas ve duplicado su estándar de vida (en promedio). El veredicto de este crecimiento no es bancarrota, pero sí es mediocre en el mejor de los casos y francamente malo en el peor, por esto no se acaba con la pobreza.
Hablemos ahora de las finanzas públicas, aquí si es muy importante recalcar que no estamos en bancarrota, de hecho, es un buen punto para hacer visible un punto que parece que todo el mundo, críticos incluidos no han notado y ese es que un país que tiene autonomía en su política monetaria y que tiene su deuda esencialmente en moneda nacional, no puede nunca entrar en bancarrota. Esto es algo que solo podría ser valido para países como Grecia con profundas crisis financieras y no independencia en su política monetaria.
Las finanzas públicas del país no están en buena forma; vaya, difícilmente podríamos calificarlas de estrictamente ordenadas. Nuestros Saldos Históricos de Requerimientos Financieros del Sector Público (la deuda pública) no están en niveles críticos, pero sí han agotado casi la totalidad del espacio fiscal que tenemos sin que comencemos a meternos en problemas serios. Hace 10 años la deuda era alrededor de 26 puntos del PIB; hoy es alrededor de 46. Diez puntos por sexenio es un incremento muy veloz, sobre todo cuando se traduce en que seguimos creciendo a la “tasa mexicana” de crecimiento. ¿Qué diablos pasó con todo ese dinero? Peor aún, ¿qué diablos pasó con los billones y billones y billones de pesos de la renta petrolera durante los buenos años del foxismo y calderonismo? Pasaron muchas cosas, pero ninguna de ellas se tradujo en finanzas públicas más sanas.
El asunto más preocupante es que entre las pensiones que van a crecer con el tiempo y el pago de intereses de la deuda nos estamos terminando la poca capacidad que tenemos para hacer política pública; no estamos en bancarrota, pero no estamos nada bien. Hay una regla básica que desde los ingleses y holandeses del siglo XVII se ha conocido y ésa es que si deseas realmente aumentar de forma acelerada el uso de la deuda, también debes tener una capacidad de recaudación elevada para poder pagar. Durante los últimos 10 años hicimos lo primero, pero lo segundo la mayor parte del tiempo no importó.
Si cambiamos nuestra perspectiva ligeramente y lo que vemos es la calidad del gasto público, la situación no es mejor. Perdemos de acuerdo con algunos reportes cerca de 2 o 3 puntos del PIB en puras ineficiencias. La calidad de nuestra infraestructura es pésima al grado que ni siquiera podemos hablar de que todo el país es una economía integrada al cien por ciento. Quizá esto no es algo que a muchos apologistas del modelo económico de los últimos años les importa, pero si no tienes carreteras en el sur del país para llegar de un determinado punto A hasta un determinado punto B o C o D y al mismo tiempo te gastaste más de 5 billones de pesos en deuda en 10 años es porque realmente se han hecho las cosas desastrosamente mal.
Podríamos continuar con este rant y hablar de cómo en esencia la pobreza no ha disminuido o de cómo las finanzas estatales son un desastre o cómo los salarios han perdido poder de compra durante décadas o cómo somos una economía que promueve empleos precarios. Podríamos hablar de cómo muchos de los críticos de la “bancarrota” promovían un modelo en el que la fuente de competitividad principal del país eran bajos salarios por la virtual no existencia de derechos laborales.
Pero lo realmente importante es esto, lo que debemos discutir y hacerlo con mucha intensidad: cómo vamos a impedir que todas esas cosas malas que se han hecho en la economía mexicana durante décadas se sigan repitiendo. Durante 30 años los defensores del status quo han puesto los términos del debate económico, eso ya no puede ser.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda