Un artista plástico presentó en 2006 una exposición conocida como Ojo del Culo que constaba de una amplia galería de fotos de anos. El evento tuvo lugar en el prestigioso museo de arte contemporáneo de la Fundación de Serralves, en Oporto, Portugal. Por algún motivo, recientemente este conjunto de imágenes ha cruzado las redes sociales tan rápido como los penes dibujados en las pantaletas de Miley Cyrus y todos se han hecho la siempre sana pregunta: ¿esta mierda es arte?

Bueno, una cosa es segura: no es arte bello. Las fichas de presentación del museo, no obstante, juzgan como valor estético de la galería, el hecho de mostrar un elemento individual e irrepetible que se ha mantenido históricamente en el ano-nimato, a saber, nuestro culo. Tu culo, su culo, nuestro culo son absolutamente irrepetibles y, aunque en definitiva todos hacen cosas de culo, cada uno, diría William Burroughs en su Almuerzo Desnudo, tiene algo claro y distinto que decir.

En su maravilloso libro ¿Pero esto es arte?, Cynthia Freeland explora los límites estéticos y discursivos que distintas teorías han adjudicado al siempre inaprensible fenómeno que aún en la contemporaneidad seguimos llamando “arte”. En efecto, el tópico es tan plurifacético (acaso es esa su esencial riqueza) que a cada instante una nueva expresión pone en jaque  la más posmoderna de las teorías. En otras palabras, el arte es esencialmente un desmadre.

Arthur C. Danto anunciaba en 1997 que el arte había llegado a su fin. Quizá un concepto de arte sí ha muerto: el del arte bello y sobre todo, el del arte esencialista, cuyo culmen declarara Greenberg alcanzado tras conocer aquel extraordinario blanco sobre blanco de Malévich. Como sea, podemos asegurar algo: tenemos la batalla perdida si seguimos buscando belleza en el arte, sobre todo, en el plástico, sobre todo en el arte plástico de culos. En efecto, hemos mandado a la Venus de Botticelli a un lugar muy especial dentro de la cultura mainstream: al culo… y no lo decimos por su ausencia, sino por su vacía presencia en cada rincón de éste, el mundo hiperestetizado.

Goerge Dicki consideraba arte al gracioso y muchas veces extraño fenómeno que la ninfómana relación entre el museo, el dinero y la crítica podía parir. Productos siempre neutralizados y normalizados por una sociedad acostumbrada a presenciar con indiferencia el espectáculo de la clase pudiente. En este sentido, resultan quizá más interesantes que los culos aquí presentados, las fotografías generales de los pasillos de la galería limpiados por los alegres empleados a los que les importa nada menos que un reverendo carajo esa exposición calificable tanto de arte de vanguardia como de síntoma del snobismo “contestatario” burgués (es decir, ¿ya vieron a esas chicas hipsters viendo culos con aire contemplativo?, ¡son anos, por Dios!).

Quizá todo lo anteriormente dicho deba ser también mandado al culo: ya lo dice la sabiduría popular, de tu arte a mi arte, prefiero el silencio posmo. Como sea, ustedes, como siempre, tienen la última palabra. No dejen de llenar el espacio de comentarios de esta página, que es suya, de todos los calificativos, ilustres o culeros (en el sentido más propio y literal) que tengan que expresar en torno a la expo Ojo del culo.

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