Por Carolina Cordero Estrada
Hace diez años conocí la plaza de las tres culturas. Sentía una curiosidad enorme sobre lo acontecido el dos de octubre del 68. La frase “Dos de octubre no se olvida” me parecía un mantra de lucha. La repetía en voz baja, la repetía mentalmente una y otra vez; por ese tiempo había terminado de leer La noche de Tlatelolco y Regina, comenzaba México 68, Juventud y Revolución. Tenía 18 años y no me bastaba recrear el movimiento a través de los libros; yo quería palparlo, respirarlo, verlo lo más cerquita posible.
Tomé la línea verde del metro, descendí en la estación Tlatelolco, me introduje en un pasadizo de caminos angostos y techados entre edificios. Imaginaba que caminaba a ese mitin, sentía un nudo de emociones en el estómago; conocía la historia, sabía cómo terminaba, pero me apresuraba a mí misma, estaban por pronunciarse miles de estudiantes, darían lectura a un pliego petitorio dirigido a un gobierno protagónicamente represor. A veces las ciencias sociales son exactas: la represión utilizada por un gobierno es directamente proporcional al miedo que un movimiento le hace sentir. Díaz Ordaz y su gabinete reconocían la intensidad y legitimidad de lo que pedía y proclamaba el estudiantado.
Cuando estuve frente a frente con el edificio Chihuahua, me sentí nacional y estudiantilmente triste, molesta, decepcionada. Entendí que en México existe una enemistad entre la vida y la lucha social. Las bengalas, los guantes blancos, el batallón Olimpia, el ejército y su operación Galeana, fueron las piezas de un gobierno asustado por una acción colectiva que logró identificarse y organizar solidariamente a miles de estudiantes como respuesta a un conflicto propiciado por el gobierno mismo. Aún se desconoce la totalidad de muertes, al día siguiente la plaza estaba limpia; hoy sólo se encuentra una placa con algunos nombres en ella.
¿A dónde y a quién mira el edificio Chihuahua? ¿Hacía aquel pasado interminable y reaccionario? ¿A la juventud que viene delante y no calla? No lo sé con exactitud; sin embargo, de algo estoy segura, Tlatelolco y su dolor están más allá de las coordenadas tiempo-espacio. Dos de octubre, no te olvido.
*****
Carolina Cordero Estrada es abogada y politóloga por la Universidad de Guadalajara. Coordinadora de Buen Gobierno en Futuro Jalisco.
Twitter: @carocordero22