Como ya saben, queridos lectores, hoy se celebra la cumbre de Líderes de Norteamérica y si bien la agenda de discusión de los poderosos incluye los 20 años del TLCAN y las estrategias comerciales del Tratado Transpacífico, existe otro tema que tal vez tenga que colarse en la mesa por su terrible urgencia: La mariposa monarca.
Todos recordamos ese viaje de niños a ver a la mariposa monarca: a mí me sorprendían los racimos de mariposas que colgaban de árboles que se me figuraban inmensos; me asombraba que los adultos no miraban pasmados, como los niños, los cientos de cadáveres de mariposas en el suelo, tal vez porque la vida abundaba tanto que la muerte aparecía tímida, como parte del suelo, inofensiva y, aún así, los niños caminábamos a saltos, con temor de pisar alguna mariposa valiente.
Ahí, en ese terreno idílico aprendimos de conservación, del delicado equilibrio entre la vida y la muerte que se revelaba brillante y colorido. Hoy, la mariposa monarca peligra más que nunca y ha llegado el crucial momento de defender su hábitat o perderlo para siempre.
Un solo dato basta para darnos cuenta del problema que enfrentamos: en los últimos veinte años, el territorio ocupado por la mariposa monarca se ha reducido 90%. Mil millones de mariposas llegaban hace treinta años, ahora, afirman algunos, llegan menos de 100 millones.
Pero ¿qué tienen que ver Obama, EPN y Harper en todo esto? El asunto es que la mariposa monarca vive su ciclo vital exclusivamente en Norteamérica, las mariposas salen de Canadá en septiembre, atraviesan las Rocallosas en Estados Unidos por climas no tan fáciles de transitar y terminan por conglomerarse en el eje neo-volcánico del México central.
El problema radica en que la mariposa monarca desaparece no sólo por la tala y otros fenómenos económicos que afectan su hábitat sino también porque está, literalmente, muriendo de hambre, pues los campos de cultivo de soya y de maíz de los Estados Unidos están utilizan herbicidas que matan la planta algodoncillo, que es alimento esencial de la especie.
Homero Ardijis encabeza el “Grupo de los 100“, que ha hecho muchos esfuerzos para proteger a la mariposa: a este grupo pertenecen Paul Auster, Junot Diaz, Robert Kennedy, Jr., Michael Palmer, Manuel Felguérez, Emiliano Gironella, Margaret Atwood, Orhan Pamuk Vicente Rojo, Juan Villoro y decenas de premios Nobel e intelectuales del mundo.
Ardijis afirmó que, en Estados Unidos, la mariposa se reproduce y alimenta, pero por el uso de los herbicidas, la planta algodoncillo muere, lo que no permite la reproducción de la especie a lo largo del corredor desde Canadá hasta México de más de 5 mil kilómetros.
Si bien la forma en que se desarrolla la agricultura en América del Norte afecta la vida de la monarca, el Grupo de los 100 ha propuesto una solución que no afecta los intereses económicos de los productores agrícolas ni de los países involucrados. Según una carta dirigida a los tres mandatarios:
una medida impostergable será la creación de un corredor de algodoncillo en toda la ruta migratoria de la mariposa monarca a través de nuestros países. Esto mostrará la voluntad de nuestros gobiernos de salvar el símbolo viviente del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
La carta fue entregada en México a Juan José Guerra Abud, secretario de Medio Ambiente y a la embajada de Estados Unidos y la de Canadá.
El grupo propone soluciones concretas y fáciles de llevar a cabo para remediar el problema.
Hoy debemos repensar nuestra relación con los animales y el medioambiente pero, sobre todo, identificar las formas de producción que están afectado terriblemente el equilibrio natural lo que, tarde o temprano, terminará por afectar a los habitantes de América. Si no damos un paso hoy par conservar a la monarca, la muerte en los santuarios podría dejar de ser tímida parte del suelo y convertirse en la ominosa marca de nuestra negligencia.
Por eso, hoy, además de economía y tratados voraces, Obama, EPN y Harper deberían estar hablando de mariposas.