Por Rocío Espinosa y Claudia Fonseca
La UNESCO ha instituido el 23 de abril como el día internacional del libro, en conmemoración del fallecimiento de William Shakespeare, Miguel de Cervantes Saavedra y el Inca Garcilaso de la Vega. El propósito de contar con este día es alentar a toda la población a leer y celebrar al libro como medio de adquisición y apropiación del conocimiento.
En relación con la importancia del conocimiento en la vida de las personas, el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) ha analizado por más de 10 años la movilidad social en México, la cual comprende, como uno de sus temas principales, precisamente, la correlación entre el nivel educativo de las personas y la de sus padres, así como el impacto que ésta tiene en términos instrumentales en el bienestar de las personas. Aunque la evidencia arrojada por los dos levantamientos nacionales sobre movilidad social intergeneracional del CEEY sugiere que la condición de origen de las personas aún resulta determinante para que éstas logren cruzar la línea de la educación media superior, también confirman que a mayor nivel educativo las personas alcanzan cotas (niveles) mayores de logro material de vida.
Dicho lo anterior, si bien es común escuchar que “estudiar más no paga” o “no sirve para nada”, la información nos muestra que los beneficios de contar con mayor educación establece, al menos, pisos de bienestar más altos. Sí, es cierto que persiste un problema de desigualdad estructural en el sistema educativo; también lo es que el mercado laboral se encuentra restringido y esta situación se refleja en las tendencias salariales. Sin embargo, lo anterior no implica que estudiar no pague.
El argumento anterior se sostiene con base en los datos disponibles. Por ejemplo, el Módulo de Condiciones Socioeconómicas levantado por el INEGI en 2014, cuando se considera a la población entre 25 y 64 años de edad, muestra contrastes notorios según el nivel educativo de los mexicanos (sin estudios, primaria incompleta, primaria, secundaria, medio superior y universidad o más). En términos salariales, las personas que completaron al menos un grado universitario, tienen un salario seis veces mayor que las personas sin educación y el doble con respecto a las personas que cuentan con el nivel medio superior completo. Además, los beneficios no sólo se observan en el ingreso: mientras que el 17.3 por ciento de la población sin educación declara cotizar en una institución de seguridad social (IMSS o ISSSTE, por ejemplo), más del 80 por ciento de aquéllos que estudiaron al menos la licenciatura cotizan en alguna de estas instituciones. Cuando se pregunta por el total de semanas que han cotizado (que vale la pena recordar tienen un impacto al final de la vida laboral de las personas para recibir una pensión), las personas con mayor nivel educativo tiene un promedio de 537 semanas respecto a las personas con secundaria que sólo han cotizado 349, mientras que las personas que únicamente tienen la primaria completa tienen 231 semanas. Finalmente, a todo lo anterior hay que agregar que, con base en la metodología del CONEVAL, mientras que 72 por ciento de la población analizada sin escolaridad son pobres, 7 por ciento de aquellos con universidad están en la misma situación.
En resumen, aunque todavía estamos lejos de lograr que el sistema educativo mexicano se constituya en un mecanismo igualador de oportunidades que incremente la movilidad social, no hay que olvidar que estudiar más da la posibilidad de contar con mejores condiciones materiales de vida.
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Rocío Espinosa y Claudia Fonseca son investigadoras asociadas del Centro de Estudios Espinosa Yglesias.
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