Por Paloma Villagómez Ornelas

A principios de año, las declaraciones de un diputado sobre el potencial delictivo de los hijos de madres solteras, le regalaron cinco minutos de fama en este show trágico, cómico y musical que es la política mexicana. La lógica del representante popular sugería que, dado que las madres solteras se ven forzadas a trabajar para mantener a sus hijos, éstos cultivan tal resentimiento que, en cuanto tienen oportunidad, se desquitan con la sociedad y delinquen. Bueno.

Esta declaración tuvo lugar en medio de una discusión sobre la edad conveniente para juzgar a jóvenes infractores como adultos. Seguramente el político estaba convencido de la nobleza de sus intenciones y, en su cabeza, sus argumentos sonaban mucho mejor: no había que juzgar a los chicos por su maldad o dolo. Había que rastrear en sus antecedentes para dar con la verdadera causa de su malignidad: las madres ausentes. Las madres, no los padres ausentes. Las madres.

Así, el diputado pretendía combatir un estereotipo con otro, intercambiar el estigma del joven delincuente por el de la madre omisa. Aunque el asunto provocó algunos comentarios, la indignación fue moderada y pasó muy pronto. Más personas de las que nos gustaría creer comparten esta percepción. En la medida en que insistimos en creer que la familia es, al mismo tiempo, el origen y la solución de todos los males, su “desintegración”, “disfuncionalidad” o “desviación” pueden parecer auténticas catástrofes.

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Imagen: Shutterstock

El imaginario de la madre soltera en nuestra sociedad da bandazos entre la madre “luchona” y la mujer displicente. Nos debatimos entre el estereotipo de una mujer sufrida que rige su vida por el sacrificio total hacia sus hijos y el de la que antepone sus pasiones a sus deberes maternos, los que –fuera de nuestras propias burbujas progres y a veces dentro de ellas– se siguen considerando como la más noble y elevada misión de una mujer. A las madres sin pareja se les acusa lo mismo de no haber sido capaces de entender “con quién se metían”, de querer “amarrar” parejas teniendo hijos, de “abrir las piernas” o de andar a la caza de incautos que las mantengan.

Vistas así, las mujeres son culpables de una ingenuidad extrema o de un oportunismo desmedido. En ambos escenarios, lo que está detrás del rechazo a la maternidad en soltería es la condena al ejercicio de la sexualidad femenina. Se cuestiona más el embarazo de la mujer que la desaparición de los varones. En la medida en que se naturaliza la hipersexualidad y el desapego masculinos, la mujer es culpable de no prever o no saber tomar distancia de un riesgo potencial y hasta normal: “si ya sabes cómo son…”.

En México, tres de cada diez madres consideran que ejercen su maternidad por sí mismas, ya sea porque nunca tuvieron pareja o porque se separaron de ella. Son las mujeres “solas”, carentes de la única compañía legítima y necesaria: la de un varón proveedor. Es cierto que muchas de ellas se encuentran en situaciones socioeconómicas precarias y también es verdad que esto puede acarrear consecuencias negativas sobre el desarrollo de sus hijos, pero esto tiene menos que ver con la ausencia de un hombre o con las capacidades de la mujer, que con las condiciones que impone una sociedad con una división tajante de los roles masculinos y femeninos: los recursos y las habilidades para la vida pública para los primeros, y la vocación y el talento para el cuidado de la familia para las segundas.

Desde hace varios meses converso con familias residentes en colonias populares, como parte de una investigación académica personal. El tema de nuestras pláticas es la alimentación familiar, una tarea arraigada en el rol de las mujeres, alimentadoras por excelencia en el imaginario colectivo. En nuestras charlas, es recurrente que, sin provocación mediante, las madres solteras, sobre todo las más jóvenes, las que están en situaciones de mayor precariedad económica y quienes trabajan fuera de casa, surjan como contraejemplos de maternidad. Las historias de niños con sobrepeso, problemas de conducta o falta de higiene se asocian, sin mayor evidencia, con madres que se califican como irresponsables, con relaciones sentimentales inestables, casi promiscuas y que, en general, no tienen aptitudes para la crianza y el cuidado.

“Actualmente ya no hay maridos. Ya no hay responsables. Déjame decirte que [las mujeres] tienen hijos de otro, aparte. Antes nada más era uno, pero ahora ya les vale si tienen de otro (…) Ahorita en la colonia ya hay mucha chavita que dice ‘ay, pues no funcionó con éste y entonces van con el otro’”.

Es decir, al diputado sus prejuicios no le vienen de la nada. Los estigmas sobre el deber ser de las mujeres gozan de cabal salud y vigencia. En todo caso, lo interesante es ver cómo se expresan estos estereotipos en el diseño de políticas públicas. En general, los apoyos para las madres “solas” de bajos recursos –que deben demostrar exhaustivamente que son las dos cosas, solteras y pobres- consisten en asistencia monetaria, seguros de vida para los hijos, créditos para vivienda y servicios de guardería que, como sabemos, en nuestro país tienen una historia negrísima.

El objetivo principal es mejorar las condiciones de los hijos y, como un asunto secundario, las de las mujeres, quienes son vistas en una sola dimensión: su maternidad. Como lo expresan nuestros interlocutores, la oferta de estos programas suele ser percibida como un incentivo perverso que motiva cierto oportunismo entre las madres solteras:

“- Mira, mucho tiene de culpa el gobierno. Da orientación, de que el condón y los anticonceptivos y todo eso. Pero echan todo a perder con esto que te voy a decir: hay apoyo para madres solteras. Cada vez hay más madres solteras por esa razón. ‘Al fin que si tengo un hijo me ayuda, me ayuda el gobierno, me lo mantiene…’, dicen.

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Imagen: Shutterstock

– Pues yo te voy a decir una cosa, eh. Con oír “apoyo de gobierno para madres solteras”, se ilusionan, se entusiasman. Y entre más hijos tengas, más apoyo te llega. La verdad. Y así, pues eso ya no”.

Sin proponérnoslo, nos encontramos una y otra vez con testimonios similares que también pueden hallarse en una búsqueda rápida en las redes sociales. Al estigma de la maternidad en soltería se suma ahora el prejuicio por la dependencia de programas, ya no sólo por necesidad sino por supuesta voluntad. Las madres solteras encarnan un nuevo free rider en el imaginario social de sus comunidades y las políticas no han sabido abordar el tema más que sustituyendo el vacío de un proveedor.

El problema, sin embargo, no es tener hijos sin pareja. El problema es la pobreza, la violencia que se sufre desde la infancia, la falta de oportunidades, las masculinidades y sus atrofias, la persistencia de los roles de género. El problema es, también, la lectura que la política social hace de las mujeres y, en particular, de las madres, cuyo destino asocia indisolublemente al de sus hijos.

En estos tiempos de acoso frenesí político escuchamos muy poco sobre lo que piensan los y la candidata sobre las violencias que aquejan a las mujeres. Sus omisiones han sido mucho más elocuentes. Urge saber, sin embargo, cómo entienden los partidos a las mujeres, cómo nos ven, para qué creen que servimos, qué piensan que queremos. Ojalá nos lo digan. Ojalá nos importe.

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Paloma Villagómez es socióloga y poblacionista. Actualmente estudia el doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de México.

Twitter: @palomaparda

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