Por Karen Villeda

Renata Adler es un nombre muy sonado en la lista de mejores ensayistas de Estados Unidos. Aparece al lado de diosas del género de Montaigne que también son periodistas como ella: Joan Didion, quien ha escrito extensamente sobre la muerte, y Janet Malcolm, que lanzó una biografía radical de Sylvia Plath, por poner un par de ejemplos. De padres alemanes que huyeron del régimen nazi, nació en Milán en 1937 y creció en Connecticut. Estudió literatura y filosofía en la Soborna y Harvard bajo la tutela de figuras como Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss. A sus 25 años ya era parte de la redacción de The New Yorker, donde estuvo más de cuatro décadas, y escribía sobre temas como las marchas de Selma o la Guerra de los Seis Días. También se hizo cargo de la sección de cine en el New York Times. Con un talento especial para la perspicacia, Adler se aventuró a escribir una no-novela: Lancha rápida que fue publicada en 1976.

Foto de Michael Loccisano/Getty Images

¿De qué trata?

Lancha rápida es, ante todo, una compilación de observaciones de la joven periodista Jen Fain, un alter ego de Adler. Escrito en fragmentos, no tiene una trama tal como la concebimos. El ritmo es veloz e incendiario y denota una inteligencia tremenda. Lancha rápida se caracteriza por ser una mixtura: es un diario con reflexiones intimísimas (y listas), es una bitácora atiborrada de anécdotas de corresponsal (intermitencias en un suceso). Es, ante todo, un testimonio contundente y preciso de la incomunicación. Adler se mantuvo firme en su convicción: “escribir la clase de libro que me gusta leer”.

¿Cuántos escritores pueden darse ese lujo? Renata Adler fue una de las grandes cronistas de su época y, en Lancha rápida, es, al mismo tiempo, una intimista que no tiene pelos en la lengua. Su cinismo es digno de aplaudirse. En Lancha rápida nos topamos con una escritura sin filtro; es decir, Adler no tiene reservas en presentar lo que no se menciona en un reportaje o en el contacto diario con las personas más cercanas. Si la información que recibimos diariamente es incompleta, ¿entonces qué es lo que se queda en el proceso?

¿Por qué leerlo?

Renata Adler se caracteriza por su lucidez y arrogancia. Reacia defensora de los valores periodísticos, aseguró a finales del siglo XX que The New Yorker estaba muerto. Su narrativa no es la excepción (su novela posterior, Oscuridad total, es también un ejemplo de honestidad). Lancha rápida fue recuperada por los New York Review Classics en 2013 y más de un crítico señaló que “Nadie escribe mejor prosa que Renata Adler”. Algunas secuencias acusan una prosa poética (“Eso fue un sueño, por supuesto, pero he descubierto que muchas de las cosas más importantes son las que aprendes durmiendo”), hay cadenas de frases que, al romperlas, podrían funcionar como aforismos y, en general, es un texto donde lo personal es político y viceversa.

Lancha rápida no es una improvisación al estilo jazzístico, sino que está escrito a la manera de un DJ que añade pistas rítmicas y contrasta discos. Incluso tiene algo del efecto shuffle de una playlist. Es random. Muestra una impaciencia que es, más bien, propia de nuestra generación.

¿Necesitan más razones?

Renata Adler ha preferido que su trabajo hable por ella. A pesar de ser considerada una ensayista clave de los años 70 y 80, Adler se ha mantenido alejada de la luz pública por decisión propia. Prefirió la sombra a quedarse callada. En su momento, criticó con ferocidad a Pauline Kael y a Truman Capote (cuyo legado ha sido puesta en duda después del supuesto manuscrito de Richard Hickock donde relata la matanza). Por ejemplo, del autor de A sangre fría afirmó lo siguiente: “No puedo imaginar una sola cosa que un joven periodista pueda aprender de Truman Capote”. Su actuación en contra del conocido refrán “Calladita te ves más bonita” le valió el exilio del ambiente literario de Nueva York, sumido en rencillas.

Este libro de culto obtuvo el premio Hemingway Foundation/PEN Award que premia a las mejores primeras novelas y parece que fue publicado ayer, debido al reciente (y supuesto) boom de la novela fragmentaria. ¡Pero Lancha rápida es un libro cuarentón! Adler se adelantó a su época (si bien no fue la primera, ha sido una de las escritoras más atrevidas). La sagacidad reveladora de frases como “Creo que la cordura es la opción moral más profunda de nuestro tiempo” o “Ninguno de nosotros está llevando la vida para la que todos estábamos preparados”, Lancha rápida podría ser un ejemplo de literatura en la era del Twitter (tuiteratura) y Adler sería una verdadera tuitstar.

También sería una cima del likeo en Facebook si este fragmento fuera un post:

El aburrimiento implica indiferencia, pero, al mismo tiempo, requiere cierto grado de atención. Uno no puede estar aburrido por algo que no ha notado, o si está en coma o dormido. Pero lo que sí sé, o creo saber, es que la gente ociosa se aburre con frecuencia y la gente aburrida, a menos que duerma mucho, es cruel. No es accidental que el aburrimiento y la crueldad sean grandes preocupaciones de nuestro tiempo. Florecen en una misma región de la mente.

O este otro:

«No tiene perdida» siempre significa que no vas a encontrarlo. La distancia más corta entre dos puntos bien podría ser la dirección prohibida en una calle de un solo sentido. Da igual, da igual, creo que hay que decir algo para asegurarle al siguiente que el agua está bien —calientita en realidad— una vez que te has metido. No tiene pérdida. Tal vez la clase de frase que una quiere justo aquí sea de las que corren, y ríen, y se deslizan y se detienen en el sitio exacto.

 

 

Lancha rápida de Renata Adler. Sexto Piso.

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Karen Villeda es escritora. Ha publicado un par de libros para niños, uno de ensayos y cuatro poemarios. En 2015 participó en el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. En POETronicA (www.poetronica.net) explora la relación entre poesía y multimedia. (Ah, y tiene un gato llamado León Tolstói.)

Twitter: @KarenVilleda

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