Lo que necesitas saber:
¿A dónde van los muertos? De acuerdo con la cultura azteca, los difuntos van al Mictlán.
De acuerdo con la concepción católica, al morir nuestra alma es juzgada a partir de lo que hicimos en la Tierra y a partir de ello podemos acceder al cielo o al infierno, a descansar por la eternidad o a pagar por los pecados cometidos. Pero esta es solo una de las creencias que existen sobre lo que pasa después de la muerte…. ¿y el Mictlán? ¿a dónde van los muertos?
Para el Imperio Azteca, desde el Posclásico tardío y hasta la conquista española en Mesoamérica, la muerte era alegría, era trascender y regresa al lugar de origen. Creían que a pesar de que el cuerpo se desintegraba al terminar su ciclo en la Tierra, el espíritu perduraba por la eternidad.
Así lo explica Ayaotekatl, quien es nativo de Azcapotzalco y pertenece a la tribu tepaneca.
¿A dónde van los muertos? Al Mictlán
Ayaotekatl explica que los muertos van al Mictlán, un lugar eterno para el reposo que está compuesto por 9 dimensiones. En cada dimensión existe un señor del día y de la noche, un total de 18 que multiplicados por 20 resultan 360 días. Además, cinco puntos cósmicos: tierra, agua, viento, sol y fuego que suman los 365 días del año.
En el Mictlán vive Mictlantecuhtli, señor de los muertos.
De acuerdo con los estudios de las culturas antiguas, el Mictlán es un lugar espacioso, muy oscuro que no tiene ni luz ni ventanas y de donde no se puede volver. Este espacio es el equivalente del Xibalbá, mencionado en el Popol-Vuh.
Para llegar al Mictlán había que pasar por varias dimensiones y tardaba 4 años. Estas dimensiones son:
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Itzcuintlán, que significa “lugar en que habita el perro”. Ahí los muertos tenían que cruzar el río Apanohuacalhuia en cuyas orillas vagaban los muertos que no habían podido cruzar debido a que en vida habían maltratado a un perro. Para cruzar necesitabas de la guía y de la ayuda de un xoloitzcuintle, quienes tenían la tarea de identificar si el difundo era digno o no. Esa era la frontera entre los vivos y los muertos.
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Después seguía Tepaeme Monamictlán, “el lugar en que se juntan las montañas”. Después de pasar el río, el alma tenía que encontrar el momento adecuado para cruzar entre dos cerros que se abrían y cerraban chocando entre sí. Ese es el lugar de Tepetóllotl, dios de las montañas y de los jaguares.
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Itztépetl, la “montaña de obsidiana”. Los muertos pasaban sobre un sendero de navajas de obsidiana, donde eran desgarrados como castigo. Posteriormente llegaban a un lugar con fuertes vientos en donde los muertos se desprendían que su ropa, joyas, y armas.
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Cehuelóyan o Izteecayan, “el lugar en donde hay mucha nieve”. Es un lugar congelado con ocho colinas elevadas de donde siempre cae nieve, hogar del dios del viento frío del Norte Mictlecayotl. De ese lugar llegaba el invierno a la Tierra.
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Pancuetlacalóyan, el “lugar en donde los cuerpos flotan como banderas”. En esa dimensión los muertos encontraban un desierto ocho puntos donde no existe la gravedad y las almas están a merced del viento.
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Temiminalóyan o Timiminaloayan, “el “lugar en donde te flechan”. De los lados del camino, manos enviaban flechas para atravesar los cadáveres de los muertos. Debian ser evitada para no desangrarse.
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Teyollocualóyan o Teocoyocualloa, un lugar en donde fieras salvajes abrían el pecho de los muertos para comerles el corazón, esas fieras eran jaguares.
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Apanohualóyan o Izmictlan Apochcalolca, es el lugar en donde desemboca el río Apanohuacalhuia, el que hay que cruzar al inicio. En este tramo, con aguas negras, el muerto sin corazón tenía que luchar un buen rato para salir. Eso además de atravesar un valle con 9 ríos representando los 9 estados de la conciencia.
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La novena y última fase era el Chicunamictlan, un lugar en donde la niebla lo cubre todo. Tal era el cansancio del muerto que se ve obligado a reflexionar sobre las decisiones de su vida. Después de ello dejaban de sufrir y entraban al Mictlán para obtener el descanso eterno.
Investigadores del Instituto de Investigaciones Antropológicas y del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM explican que los aztecas, mexicas o naguas tenían tres aspectos fundamentales para percibir a la muerte: la salida de las entidades anímicas que integraban a la persona el momento de la muerte, la causa de muerte y los tratamientos rituales que le correspondían a la persona.
El hombre era concebido como la unión temporal de cinco elementos: el cuerpo, el teyolia, el tonal, el ihiyotl y el nahualli.
Este último, por ejemplo, era un ser tangible con forma de animal que estaba ligado a la vida, a la personalidad y al destino del ser humano. Algunas fuentes afirman que esta era la forma que adoptaban algunos hombres durante rituales para su transformación, los nahuales.