Por Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco

Una de las historias favoritas de Hollywood, del cine y de las telenovelas mexicanas es aquella en donde alguien con orígenes pobres logra alcanzar la riqueza. Pero… ¿esas historias se cumplen con frecuencia en la sociedad mexicana? ¿Ocurren con la misma frecuencia en todos los estados del país? ¿O son sólo ficción? Para contestar esas preguntas hay que estudiar el grado de movilidad social que hay en una sociedad, es decir, el grado de asociación entre los resultados de una persona (en términos educativos o económicos) y las características educativas o económicas del hogar de sus padres. A éstas les llamamos condiciones de origen.

Puede ser que las condiciones de origen sean iguales a las de resultado, en cuyo caso no hay movilidad social absoluta. Puede ser que sean mejores, en cuyo caso hubo movilidad absoluta ascendente, o que sean peores, en cuyo caso hubo movilidad absoluta descendente. También podemos comparar la posición que tiene el hogar de una persona dentro de toda su generación en términos de riqueza con la posición que ocupaba el hogar de sus padres entre la generación de padres. Si hubo cambios en la posición, decimos que hubo movilidad relativa y, dependiendo de la dirección, decimos si es ascendente o descendente.

Pero bueno, la pregunta original era si la historia en donde una persona proveniente de la parte más pobre de la sociedad alcanza la parte más rica de la misma era frecuente o no. Esa pregunta la contestan Roberto Vélez, Omar Stabridis y Enrique Minor y dan una respuesta típica de los economistas: depende. A escala nacional, en promedio, sólo ocho de cada cien personas nacidas en la parte más pobre de la población alcanza la parte más rica de la misma. Es decir, en promedio, en todo el país no es una historia frecuente esa que las telenovelas y películas no se cansan de repetir.

Pero, cuando analizamos estado por estado, las cosas comienzan a ser diferentes. En el caso de la ciudad de México, por ejemplo, uno de cada cuatro (o 25 de cada cien) de quienes comienzan en el 20% más pobre de la población del otrora DF alcanzan el 20% más rico de la población de la ahora CDMX. Esto es tres veces el promedio nacional. En el caso de Chiapas, sin embargo, las cosas son radicalmente distintas. En ese estado, sólo uno de cada cien de quienes tienen su hogar de origen en el 20% más pobre del estado llega al 20% más rico, menos de una cuarta parte del promedio nacional. En los rangos intermedios se encuentra el resto de entidades federativas, aunque el DF es claramente un caso excepcional (mientras que Guerrero, Oaxaca y Campeche son muy parecidos a Chiapas).

Estos resultados apuntan a que en realidad no es tan frecuente que alguien que comienza hasta abajo llegue hasta arriba, si bien la rareza de encontrar a alguien con esas características depende del estado del país que se analice. ¿Por qué esto es así? y ¿por qué hay tan grandes diferencias entre los estados?

La razón tiene que ver con lo que Diego Castañeda platicaba aquí  el viernes (y yo escribí sobre eso en otro lado): la desigualdad de oportunidades. Si nuestro éxito profesional y educativo dependen de los servicios básicos a los que tenemos acceso en nuestro hogar, entonces quienes nazcan en hogares ricos mejor conectados partirán con ventaja. Y esas diferencias, patentes a nivel regional, se deben a decisiones de política pública. La provisión desigual de servicios públicos y de acceso a éstos es uno de los factores que explican las diferencias estatales en las tasas de movilidad social.

Si avanzar en grados educativos depende de los recursos de los hogares en los que pasamos nuestra niñez (y la evidencia dice que es así), entonces quienes nacen en hogares ricos empiezan en mejores condiciones que quienes iniciaron en hogares pobres para avanzar en la trayectoria educativa. Si obtener un empleo formal bien remunerado depende de a quién conoce nuestra familia o de la educación alcanzada, entonces quienes nazcan en los hogares más ricos y mejor conectados tienen ventaja. Estas desigualdades están fuera del control de las personas, pero ello no quita que afecten sus resultados de vida. Si se quiere construir una sociedad en donde el esfuerzo de las personas sea el factor determinante en sus resultados de vida, es necesario que la acción pública cree sistemas educativos, de salud, que aminoren el efecto de esas desigualdades de origen. De otra forma, los cuentos de hadas que repetidamente aparecen en los medios, seguirán siendo sólo ficción.

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Luis Ángel Monroy-Gómez-Franco es Maestro en Economía por El Colegio de México y consultor independiente.

Twitter: @MGF91

Imagen principal: Shutterstock

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