Por Diego Castañeda
Los últimos días hemos tenido muchas noticias relacionadas con los temas migratorios: la firma del Pacto por la Migración Segura, Ordenada y Regular en Naciones Unidas, el acuerdo de inversión entre México y Estados Unidos para el sur de México y América Central y el acuerdo entre México y Estados Unidos sobre los refugiados que buscan asilo en Estados Unidos. En México, como en muchas partes del mundo, los flujos migratorios han comenzado a crear una línea divisoria entre los que tienen una visión solidaria frente al tema y los que tienen una visión francamente xenófoba del asunto.
Por esta razón es un buen momento para recordar algunos de los aspectos económicos relevantes para entender la migración, algunas de sus causas, sus consecuencias y sus impactos económicos de corto y mediano plazo, y de paso reflexionar un poco sobre cúal sería, quizá, una solución ideal.
En primer lugar es importante recordar que la migración es, en lo general, una respuesta a los estándares de vida. A lo largo de la historia humana siempre ha sido el caso que las poblaciones se desplacen de lugares donde sus estándares de vida son menores o donde su subsistencia esté en peligro hacia otros donde las expectativas sean mejores. No importa si son las hambrunas europeas del siglo XIX que impulsaron las grandes migraciones hacia las nuevas economías de frontera (Estados Unidos, Argentina, Canadá, Australia, Brasil, etc). No importa si son personas escapando de guerras o conflictos políticos (los refugiados Españoles que México recibió después de la su guerra civil) o los grandes flujos migratorios de mexicanos durante décadas escapando de la pobreza en el campo mexicano hacia mejores salarios en Estados Unidos. La migración masiva, en el fondo, es una respuesta a la inseguridad, sea económica o física; por lo tanto, la mejor forma de tratarla es como un asunto de seguridad humana.
En el contexto actual de las grandes migraciones de países de América Central hacia México y hacia Estados Unidos observamos todas las características anteriores. La gente escapa de la precariedad económica en busca de empleo, de la violencia en lo que es quizá la zona más violenta del mundo fuera de una zona de guerra activa y de regímenes políticos que no garantizan los derechos humanos de sus habitantes.
Por las diversas fuentes de inseguridad que estas poblaciones que migran enfrentan, es necesario un enfoque multidimensional para atender sus causas. Es necesario un esfuerzo importante de desarrollo económico; por ello, la inversión en la región es clave. Inversión que genere empleos, que genere infraestructura que conecte esas partes tanto de México como de América Central con los mercados laborales, con los mercados de exportación, etc. Al mismo tiempo, es importante invertir en seguridad en la región, en la formación de sistemas de aplicación de justicia y de seguridad pública que puedan garantizar la seguridad y los derechos humanos en todos los países.
Teniendo esto en mente, tanto el acuerdo entre México y Estados Unidos para invertir en la región como el pacto que se firmó en Naciones Unidas son pasos muy importantes: el primero, para tratar de producir condiciones de mejora en los estándares de vida, disminuir la población que se encuentra apenas en niveles de subsistencia a través de generación de empleos; el segundo, porque permite en alguna medida un compromiso político con el respeto a los derechos humanos de los migrantes. En combinación, y si se ejecuta bien el acuerdo, si se invierte bien en lo que algunos llaman un “Plan Marshall” para la región y si se aprende de lo que no funcionó en el pasado (como en la Alianza por el Progreso de Kennedy en los años sesenta), entonces existe la posibilidad de que veamos un logro histórico en materia migratoria.
La mejor solución, sin duda, sería el libre movimiento de personas de la misma forma en que existe el libre movimiento de capitales o de mercancías. El impacto, como en otros momentos en este espacio se ha mencionado, podría ser grande; para el caso de México y Estados Unidos algunas estimaciones incluso piensan que de una magnitud de 1 punto adicional de crecimiento todos los años.
Al mismo tiempo, la migración libre es quizá una de las formas más efectivas de combatir la desigualdad al permitir de cierta forma la convergencia de salarios y la transferencia sencilla de conocimientos. En este sentido, vale la pena rescatar una propuesta que fue presentada hace un par de años por una serie de expertos encabezados por Michael Clemens y por el ex presidente de México Ernesto Zedillo y el ex secretario de comercio de los Estados Unidos Carlos Gutiérrez en el reporte “Una Frontera Común: un Futuro Común”
Dicha propuesta reconoce que Estados Unidos durante la próxima década continuará demandando muchos trabajadores cada vez en sectores e industrias que requieren más capital humano, como la salud y cuidados y que existen acontecimientos en la región que pueden cambiar los flujos migratorios de forma muy grande en periodos de tiempo muy corto, por lo que la mejor solución es regular y acompañar tales regulaciones de la formación de capital humano que mejorará los estándares de vida de los migrantes en cualquiera de los países en los que se encuentren.
Este tipo de solución parece políticamente irrealizable en el corto plazo, por la toxicidad actual de la política en Estados Unidos; no obstante, la demanda de trabajadores va seguir ahí y creciendo y es un hecho demográfico. El acuerdo entre México y Estados Unidos, aunque lejos de realmente ser una solución óptima, quizá en la medida que logre generar inversión y sea bien usada va a permitir que cuando la demografía triunfe sobre la resistencia política a un posible acuerdo más en la línea de una movilidad libre tenga mayor oportunidad de ser exitoso.
Respecto a los impactos del corto y mediano plazo, algo que debemos recordar, y que tanto la literatura como la realidad en otros países nos índica, es que la migración no necesariamente es un costo para la economía. Al contrario, muchas veces la migración empuja el crecimiento. ¿Cómo lo hace? Lo hace en la medida que esos trabajadores se pueden integrar a los mercados laborales de los lugares a donde llegan y producen y consumen. Un caso muy reciente y paradigmático es Suecia durante los últimos años: tan sólo en 2017 Suecia recibió cerca del 2 por ciento de su población en migrantes y aunque los costos de ese flujo para la seguridad social son altos, también tuvo a causa de esto el crecimiento en su multiplicador del gasto más alto en toda Europa, esto, a su vez, impulsó una tasa de crecimiento elevada (en los últimos 3 años en promedio ha crecido 3.1 por ciento), mucho más que el resto de la eurozona. Y aunque tiene una de las brechas más grandes entre empleo entre nativos y migrantes, su política de inclusión es bastante buena y busca disminuirla en el largo plazo.
Esa lección es algo que la literatura confirma: en la medida en que los que migran puedan integrarse a los beneficios, a la larga superan los costos. Algo que debemos tener en mente siempre cuando pensamos este tema es que el asunto más importante es mejorar los estándares de vida de las personas y al menos en eso parece que sí vamos en la dirección correcta.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda