Por José Ignacio Lanzagorta García

Las obras de la Línea 7 de Metrobús en la Ciudad de México llegaron a la “zona monumental” del Paseo de la Reforma y, en consecuencia, se han alzado las voces que reprueban este proyecto de transporte público. “A este paso ya no tendremos ciudad, sino puras líneas de Metrobús”, escribió consternada Guadalupe Loaeza, llena de lágrimas, según ella misma, en su columna del periódico Reforma de esta semana. Una búsqueda rápida con las palabras “Metrobús” y “Reforma” en Twitter arrojarán una serie de mensajes de preocupación por arruinar, por “darle en la madre” a una “avenida histórica”. Incluso algún tuit por ahí pide marchar para frenar el proyecto. Pareciera que un Metrobús es lo peor que podría hacérsele a Reforma. ¿Por qué?

Antes que eso, en noviembre, el senador panista José María Martínez -sí, el mismo representante de la faceta más irrisoria y caricaturesca de las agendas ultraconservadoras de este país- presentó un punto de acuerdo para condenar la construcción del Metrobús en Reforma. Su argumento, por supuesto, no es técnico o al menos no elabora causalidad alguna: según el senador y su bancada, el Metrobús “afecta de manera irreversible uno de los bienes culturales más apreciados por los mexicanos”. La pregunta que muchos nos hacemos y para la que no tenemos respuesta es: ¿cómo?

Para algunos urbanistas, el problema del Metrobús en Reforma no es patrimonial, sino de pertinencia. Dado que hay recursos escasos y los problemas de movilidad en la Ciudad de México son asfixiantes, asignar recursos para un Metrobús en Reforma es ineficiente: urgen líneas en otras trayectorias más saturadas, con menos infraestructura de transporte público y, sobre todo, porque Reforma contaba ya con una línea de buses que operaba de una manera no muy distinta. Si había de invertirse en una sola línea de Metrobús este año, lo mejor era hacerla en otro lado. Sin embargo, tener una línea de Metrobús en Reforma no es peor que no tenerla en términos de organización y producción de infraestructura de transporte público. Un pasito en la dirección correcta cuando se pudo dar una zancada. Me convencen.

Así, el Metrobús en Reforma se suma al repertorio de una administración que gobierna sólo desde lo cosmético: pintar el transporte, marquetizar unas siglas de la ciudad, cambiarle el nombre a la demarcación, darnos una constitución más bien irrelevante, poner plantitas y espectaculares en el Periférico, silbatos contra la violencia sexual. Y todo mientras la calidad de vida de la ciudad, incluso en sus zonas centrales, parece deteriorarse a gran paso: inseguridad y avance del crimen organizado, exclusión, contaminación, cortes de agua sin explicación alguna. Poner el Metrobús en Reforma no está mal, es sólo que parece que se limita a una siempre improvisada política pública de publicidad, imagen y relaciones públicas. Qué caro anuncio.

Pero lo que arranca las lágrimas de Loaeza, lo que despierta la intervención del senador Martínez, lo que enciende la ira de mensajes en redes sociales no es esto, sino que un Metrobús “arruina” Reforma. Es decir, si el gobierno quería hacerse de buena publicidad poniendo el Metrobús ahí, el conservadurismo no está de acuerdo que sea, de hecho, buena publicidad. En ambos casos, no es la viabilidad, no es la pertinencia del proyecto: lo que está en disputa es el símbolo de un transporte público de carril confinado en la avenida más atesorada de la ciudad.

No extraña, ni es difícil entender el símbolo que persigue el gobierno de Mancera. El Metrobús en la avenida con más selfies, el tal vez más grande referente de la capital mexicana, hablaría de una ciudad comprometida con las tendencias más aceptadas de movilidad urbana y, en este sentido, se podría pensar en una ciudad “moderna”, incluyente, democrática. Además, los buses de la línea de Reforma serán de dos pisos, buscando, además, proporcionar, simultáneamente, un corredor turístico. El que esto escribe encuentra esto último como una forma ridícula de pretender un cosmopolitismo rancio… pero para todo hay gustos. En fin.

No es tan clara, sin embargo, la molestia de los que encuentran que el Metrobús “arruina” Reforma. Dado que no he encontrado quien explique a detalle cómo es que confinar dos carriles que ya eran empleados para transporte público y la producción de esporádicas estaciones -bastante discretas según los diseños presentados-, afecta el patrimonio material, no queda más que pensar que la ruina la encuentran en el aspecto y símbolo de tener un Metrobús ahí. ¿Cuál es el agravio? ¿Es mejor una avenida con ocho carriles destinados al flujo vehicular que una con seis y dos exclusivos para transporte público? ¿Qué hay en el aspecto de un Metrobús que agrede la vista de los monumentos, plantas y edificios de la avenida más que sus condiciones actuales? ¿Cómo debe ser el uso del Paseo de la Reforma para estar a la altura de su carácter emblemático que excluye la posibilidad de un transporte público mejor ordenado?

Se pregunta Guadalupe Loaeza qué dirían cronistas y estudiosos de la historia del Paseo de la Reforma. Yo también me lo pregunto. ¿Llorarían también dentro de sus autos? ¿También usarían el discurso sobre la conservación del patrimonio para solapar otros discursos conservadores? ¿Encontrarían en el Paseo de la Reforma ese fetiche aristocrático que sí puede incluir el paseo en vehículo propio, pero debe excluir infraestructuras de movilidad que, encima, permitirían una mejor contemplación de la avenida? ¿Se sentirían igual de cómodos sabiéndose al lado del senador José María Martínez?

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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