Por José Ignacio Lanzagorta García
La historia de nuestra democracia parece ser la de una irrefrenable complejización del aparato electoral. Pero lo que comenzó siendo un crecimiento de tejido sano, de pronto podría devenir cancerígeno… si no es que ya lo ha hecho. Hoy tenemos lineamientos y regulaciones que en 2000 no podríamos alcanzar a imaginar. La tendencia en los últimos 10 años ha sido que las autoridades electorales puedan tocarlo todo, medirlo todo, vigilarlo todo. Y, por supuesto, eso no ha hecho más que abrir espacios para perdonar aquello, pasar por alto lo otro, obviar cosas. La incapacidad anunciada sólo se traduce en discrecionalidad a la venta. Esta vez, el INE tuvo que jugar al legislador y hacer el trabajo que el congreso no pudo al no reglamentar la reforma electoral de 2014: emitieron unos lineamientos en los que, entre otras muchas cosas, por primera vez se habla de “aspirantes” (como paso previo a la precandidatura) y, por supuesto, pretende regularlos.
El período electoral comienza formalmente el 8 de septiembre. Es decir, a partir de ese día se aplicarán estos lineamientos que marca el INE con las excepciones que marque el Tribunal Electoral, pues éstos suman más de 300 impugnaciones. Pero todos sabemos que, de alguna manera u otra, el proceso electoral ya comenzó y lo ha hecho con ese período que no es de campañas ni de precampañas, sino de tentarle el agua a los camotes. Y, por supuesto, por ahora es en el PRI donde están los reflectores. Quizás es el único partido que sabe aprovechar estos “períodos” al máximo.
Como hace seis años, el PRI parece querer llegar a las precampañas de noviembre con precandidato único. Es lo más eficiente: no ventilar pugnas internas tanto y tan “cerca” de la elección, aprovechar la ventana de exposición del (pre)candidato antes de otro período de regulación de silencios. Todos hemos visto la forma en la que el partido ha lanzado al ruedo al actual secretario de Hacienda, José Antonio Meade. La última Asamblea Nacional del PRI parece que sólo tuvo el propósito de habilitar la posibilidad de su eventual candidatura y de pronto se nos inundaron las redes sociales con su nombre y su rostro. Hasta su cuenta de Twitter se despertó.
Las élites lo aman. Que es listo. Que es profesional. Que tiene… ¡dos licenciaturas! Que es buena persona y bien amable. Que no es un político. Están dispuestos a pasar por alto que ocupando las carteras de Sedesol y la SHCP y en menor medida la SRE, Meade ha tenido que ser necesariamente una pieza clave de una administración que, creo, cerca del 90 por cierto de los mexicanos hemos aborrecido. Están dispuestos a pasar por alto que justamente desde esas carteras el estrepitoso endeudamiento y opacidad de tantas administraciones estatales no es algo que se vea lejano. Están dispuestos a pasar por alto que Meade algo ha tenido que ver con los dimes y diretes entre INEGI y Coneval y los polémicos cambios en la metodología para la medición de la pobreza cuyos resultados, qué curioso, justo dejarían bien parado al entonces secretario de Desarrollo Social. En fin, sorprende la autosugestionada ingenuidad con la que están dispuestos a verlo como alguien “distinto”. La fobia a la alternativa parece estar teniendo efectos alucinógenos.
En cualquier caso, el “aspirantado” de Meade, se concrete o no, no sólo sirve al PRI como parte de su proceso interno de designación de candidato por las buenas o por las malas. Ni dentro del partido están cerca de un consenso -y para eso basta ver la entrevista que dio Manlio Fabio Beltrones-, ni su posicionamiento es sólo para fines internos. Meade representa un extraordinario flautista de Hamelin dentro de un PAN que coquetea muy incómodamente con la izquierda -es un decir- del PRD. A los pragmáticos, la figura de Meade no sólo les dibuja una nueva esperanza contra López Obrador, sino que la filia al tecnócrata les vuelve a hacer tolerable la idea del PRI. Al final y sin sorpresas, parece que es siempre el PRI quien tiene más posibilidades de ofrecerle al PAN candidatos de unidad.
En todo caso, quede o no Meade como candidato, su presencia como “aspirante” en este indefinido período de tentarle el agua a los camotes podría tener la función de desestabilizar la frágil alianza PAN-PRD. No es cosa menor: ante la posibilidad de una elección entre tres, el PRI está haciendo lo suyo para dejarla en dos.
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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jicito