Por Isabel Fulda
Ignorar el 10 de mayo en México es prácticamente imposible. Las oficinas se vacían a medio día, las calles se llenan de tráfico y los restaurantes están tan llenos que parece que regalan comida. No hay tienda departamental que días o semanas antes no nos llene de mensajes y correos con descuentos en electrodomésticos, sin importar si no eres madre o no tienes una a quién regalarle una nueva plancha o una bonita licuadora con 50 % menos. No quiero arruinarles la fiesta hoy (bueno, tal vez un poco), pero hay que saberlo y discutirlo: el 10 de mayo es una celebración conservadora.
En 1922 se festejó por primera vez el Día de las Madres en México. La iniciativa surgió desde el periódico Excélsior, entonces dirigido por Rafael Alducín, y apoyada por la élite de la época. El presidente Álvaro Obregón, el Secretario de Educación Pública José Vasconcelos, las cámaras de comercio y hasta el Papa Pío XI celebraron su creación. Según el diario El Demócrata, que con entusiasmo apoyó la instauración del día, la nueva celebración servía como una reacción en contra de la “inocua propaganda contra la maternidad”. La “inocua propaganda” a la que se referían era a la lucha que en ese momento daban varios grupos feministas en México para garantizar el acceso de las mujeres a métodos anticonceptivos.
El 1 de mayo de 1922, Excelsior publicó una lista de sugerencias de regalos para el Día de las Madres.
El 10 de mayo surge como una reacción en contra de la idea de que la maternidad debe ser voluntaria. Su instauración tenía una agenda política muy puntual: mitificar la maternidad como una manera de hacer frente a los cambios que parecían poner en riesgo el orden familiar existente. La idea de que la maternidad era algo sagrado y heroico que debía celebrarse funcionaba (y funciona) muy bien para ocultar las injusticias que enfrentaban las mujeres en México, tanto entre quienes no deseaban ser madres y eran obligadas a ello como las que sí lo querían, pero estaban forzadas a ejercer este papel de una forma particular.
Casi cien años después, su significado no ha cambiado mucho, excepto tal vez que ahora los electrodomésticos se pueden pagar con tarjeta de crédito o PayPal y que las tarjetas de felicitación son electrónicas. Las palabras de Alducín en 1922 no parecen tan lejanas de las que probablemente escucharemos hoy en voz de funcionarios públicos, conductores de radio y televisión y tiendas departamentales:
No hay sacrificio suficientemente grande para el corazón de una madre; no hay cáliz de dolor y amargura que ésta no esté dispuesta a llevar a sus labios, si puede evitar una gota tan sólo de acíbar a los seres queridos, prolongación de su propia vida; no hay manera de poder aquilatar con certeza la profundidad y alcance del amor materno.
Es cierto, las madres en México hacen sacrificios importantes por sus familias todos los días. Algunos de éstos merecen ser reconocidos y agradecidos. Otros son resultado de un sistema injusto que, lejos de ‘celebrar’, debemos cuestionar y cambiar. Las narrativas alrededor del 10 de mayo ignoran que no todas las mujeres quieren ser madres, que muchas lo son a pesar de su voluntad y que otras, por culpa del Estado, perdieron hasta la vida por serlo. El Estado tiene una deuda con las niñas y mujeres a las que ha obligado a parir, a quienes ha metido a la cárcel por abortar, a quienes ha dejado morir en los pasillos de los hospitales en trabajo de parto. Tiene una deuda también con las miles de madres que tienen hijos desaparecidos o hijas víctimas de un feminicidio.
Vivimos en un país que se paraliza para celebrar a las mujeres que les dieron vida y luego se desentiende de ellas. ¿No sería mejor que, en lugar de flores y felicitaciones, el Estado les proporcionara servicios de salud materna? ¿Que los empleadores, en lugar de repartir tarjetas de felicitación, garantizaran licencias de maternidad y acceso a estancias infantiles seguras? ¿No tendríamos que estar más preocupados por –no sé– garantizar que las niñas no sufran violencia sexual, que las mujeres indígenas no se sigan muriendo durante el parto o que ser una madre en México no sea sinónimo de peores condiciones laborales?
Las mujeres que son madres en México realizan un arduo trabajo físico y emocional que es importante reconocer. Para quienes así lo deciden, estoy segura que la maternidad puede ser una tarea fascinante y satisfactoria. Pero la celebración de estas maternidades no tiene por qué ignorar las realidades de México, las diferentes maneras que existen de ser mamá y el daño de perpetuar estereotipos de género en escuelas, oficinas y medios de comunicación. En 1949 el presidente Miguel Alemán inauguró el Monumento a la Madre en la Ciudad de México bajo el lema “a la que nos amó antes de conocernos”. Unas décadas más tarde, un grupo de feministas intervino el monumento con una segunda placa que a la fecha persiste: “porque su maternidad fue voluntaria”. Preocupémonos por eso. Ya después, si quieren, nos encargamos de repartir flores y chocolates.
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Isabel Fulda es politóloga por el CIDE y maestra en teoría legal y política en UCL, además de que es la coordinadora de investigación en GIRE.
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