Por Ricardo Quintana Vallejo

No es cosa nueva que las corporaciones participen en la marcha de orgullo LGBTQ. Como patrocinadoras y hasta organizadoras, las corporaciones han jugado un papel importante; incluso, en marchas de los ochenta y (en mayor medida) de los noventa, se puede apreciar su lugar y apoyo. Así lo atestiguan las colecciones fotográficas de Alan Light, por ejemplo.

Para muchos miembros y aliados de la comunidad, ver los anuncios de Nike, Google o Banamex (además de un largo etcétera) significa la llegada al mainstream, la aceptación por parte de un sector mayoritario de la población, la celebración del fallo de nuestra Suprema Corte a favor del matrimonio igualitario. Si las corporaciones determinan que su apoyo a la marcha es una buena estrategia de marketing, algo debe estar bien.

Entonces, ¿por qué hay tanta resistencia, por parte de la comunidad, en contra de las corporaciones?

Primero, porque la marcha no tiene lugares infinitos. Hay un número limitado de grupos y organizaciones que pueden traer carros alegóricos y pancartas porque, de otra forma, la marcha duraría todo el fin de semana. Como las corporaciones tienen la capacidad de acceder a una gran cantidad de espacios, terminan por desplazar a grupos de activistas y organizaciones sin fines de lucro que no pueden tener un pastel de boda de tres pisos sobre un carro alegórico, como sí lo puede hacer Hilton.

Foto: Hilton.com

De hecho, en 2015, el #Pride de Chicago publicó una gráfica de las organizaciones participantes. Más del 60% fueron corporaciones; cuando menos otro 20% fueron políticos y organizaciones gubernamentales. Es decir, menos del 20% de participantes fueron grupos de y para la comunidad LGBTQ. Esto nos obliga a preguntar para qué y para quién es la marcha. Algunos, como Danielle Kurtzleben, arguyen que las corporaciones usan las marchas para ganar dinero sin preocuparse por conocer los problemas reales de la comunidad, o usar su poder político y económico para crear cambios.

En algunos casos extremos, hay corporaciones que han comprado el derecho de poner su nombre a la marcha, como en el caso de EQT en Pittsburg, Pensilvania. Cabe mencionar que EQT es una compañía de fracking, algo que para muchos miembros de la comunidad LGBTQ es incompatible con sus valores. Sin embargo, si uno quiere participar en la marcha, tiene que aceptar que se llame la “EQT Equality March”. Así, la corporación desplaza a la comunidad para ponerse en el centro de atención.

Segundo, porque restan visibilidad a asuntos importantes. La marcha es un momento para celebrar logros, pero también para discutir dónde estamos y cuáles son nuestras limitaciones. Es momento de atender y combatir nuestro racismo, clasismo, misoginia y transfobia; de hablar de la violencia en nuestro país, de recordar la noticia de la masacre en Orlando, el ataque en Xalapa, la noticia de los campos en Chechenia. Las oportunidades que tenemos para entablar diálogos y ser críticos de nuestras prácticas son limitadas. Cuando las corporaciones y sus mensajes tienen la mayor parte de nuestra atención, estos temas quedan rezagados.

Tercero, porque estar en el mainstream muchas veces significa tener que conformarse a un modelo heteronormativo de relación y familia (el modelo que las corporaciones normalmente apoyan). La marcha empezó como protesta, para ganar la libertad de desear, amar, ser y vivir como uno quiere y de forma auténtica. Si hay un solo modelo de pareja queer respetable, una sola forma de ser familia, monógama, de clase media, entonces ignoramos a gran parte de la comunidad, que vive su sexualidad e identidad de distintas formas, que también son válidas y merecen respeto y protección. La marcha debe permanecer un lugar para lo irreverente, lo disruptivo, lo raro; un lugar para la libertad.

El apoyo de las corporaciones es bienvenido y agradecido. Es síntoma de una actitud social positiva y alentadora, pero no a costa de los objetivos primordiales de la marcha, de perder espacios que deben ser primero para la comunidad o de ignorar los temas y problemas que merecen nuestra atención.

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Ricardo Quintana Vallejo es crítico cultural y traductor. Estudia el doctorado en literatura comparada de la Universidad de Purdue.

Twitter: @realquir

Sobre Alocado y dislocado: Nuestras identidades (condición socioeconómica, género, sexualidad, nacionalidad, raza), tanto individuales como colectivas, están en constante cambio. Los mexicanos somos versátiles; replanteamos el valor de nuestra historia, cultura y literatura constantemente. Nuestras identidades nos dan mucho de qué hablar. En Alocado y Dislocado se ofrece el análisis de temas actuales y de nuestros símbolos, de nuestras posibilidades identitarias en este momento, desde la dis-locada perspectiva de un mexicano queer en el Midwest estadounidense.

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