Por José Ignacio Lanzagorta García
Ya anunció que en septiembre se va… más de un año antes de que termine su período. Ya sabemos que así es: así nos dejó también Cuauhtémoc Cárdenas y luego López Obrador. Ebrard no dejó el cargo, pero todos recordamos que no fue por falta de ganas (o en una de ésas sí). Tal vez la diferencia es que mientras que en el caso de Cárdenas y de López Obrador –e incluso con Ebrard-, la posibilidad de que alcanzaran la presidencia era creíble, Mancera… Mancera sólo estará dejando el cargo. Y es muy probable que lo veamos de vuelta para concluir su periodo si no logra ni la candidatura.
En un mundo de Duartes, Borges y demás, a lo mejor somos muy severos con Mancera. Puede ser que Mancera sigue representándonos la decepción de una expectativa no cumplida de continuidad a la que le apostamos más del 60 por cierto de los electores capitalinos en 2012. Pero es que su proyecto de gobierno se limitó a lo cosmético: maquillaje en el transporte, maquillaje en las políticas de casi cualquier corte, maquillaje en el espacio público, maquillaje en la movilidad, maquillaje en medio ambiente, maquillaje en la interacción con la política federal. Cuando había que ser “de izquierda”, sacó el maquillaje de la discusión del salario mínimo. Listo. Y bueno, probablemente lo que considerará su mayor legado fue toda una cirugía estética de la que tal vez sí tengamos que tomar desinflamatorios por algunos años y lidiar con sus secuelas: una constitución política que poco de lo sustantivo nos resuelve y más bien nos trae nuevos retos. Por supuesto, la constitución vino también con maquillaje para las cicatrices: ahora le llamamos “Ciudad de México” a la porción de la ciudad de México que llamábamos Distrito Federal.
En cualquier caso, tal vez lo irrisorio de Mancera es que nos anuncia que se va a buscar la grande el mismo día que avisa que tendremos a Godzilla destruyendo la ciudad y, bueno, eso: que pareciera tener poco contacto con la realidad. Mancera es sintomático del abismo que hay en los canales y mecanismos de representación política en el país. Mancera está convencido de que lo hizo bien: posicionó, dice, una “marca ciudad”, dio continuidad a programas sociales y hasta implementó un par nuevos, invirtió en infraestructuras de movilidad vistosas, hizo muchos eventos masivos reseñados, nos cambió banquetas en zonas centrales, se mostró a la vanguardia de los movimientos de identidades sexo-genéricas ante las oleadas hostiles de los últimos años, ¡nos quitó lo ciudadanos de segunda con la reforma política del Distrito Federal! ¿Qué más queremos?
Nos ha faltado un Jefe de Gobierno que reflexione, se posicione y actúe sobre las complicaciones mayúsculas a las que se enfrenta ya la zona metropolitana –es que ahora es difícil decir “Ciudad de México” sin saber si estamos hablando de una demarcación política, de una urbe o de una marca comercial-. Entre tanta cosmética el problema medioambiental se nos desdibujó; la negociación o siquiera el planteamiento de una estructura de gestión a escala regional que vele por temas de agua, desagües, desechos y otras infraestructuras brilló por su ausencia; no le vimos forma a una urgente preocupación por la tendencia tan salvajemente excluyente en la apreciación de las zonas centrales de la ciudad. Y en lo inmediato, vimos un deterioro en las condiciones de seguridad de la ciudad. No estaba en sus manos resolverlo todo, pero es que no le vimos una idea de ciudad: sólo vimos una obsesión para trabajar por y para “una imagen de la ciudad”. En esa imagen nunca cupimos los ciudadanos más que como escenografía. Y ahora quiere nuestro respaldo.
Las publicaciones extranjeras respondieron a esa imagen: el New York Times nos puso como primer lugar en sus recomendaciones turísticas para 2016, nos llamaron la “nueva Berlín”, la “nueva Islandia”. Si ésos son los indicadores, sí, el gobierno de Mancera para lograr una imagen de la ciudad fue un éxito. Pero es que a los que nos toca vivir en la ciudad y votar por los gobernantes todavía no estamos seguros de que ser Berlín por un día era lo que más anhelábamos.
Mancera se va. Se va convencido de que lo hizo bien y que tiene todo para ganar. Se va convencido de que podrá representar la mesura y balance que un candidato de una complicada alianza entre la derecha y la izquierda necesita. Qué irónico: lo que una alianza así de vacía necesita es justamente lo que él puede ofrecer: el vacío, una ausencia de posiciones, de proyecto. Ya veremos si esa alianza logra concretarse y si no, si él consigue la candidatura y si no, si la consigue para el PRD y si no… En cualquier caso, no parece que pueda posicionarse en contexto electoral en el que justamente nos disputaremos la continuidad o la ruptura. No sé si su ligereza tiene sentido en 2018. Ya veremos.
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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jicito