No, dile a tus padres o a tus abuelos que no pongan su colección de vinilos bajo candado todavía, nadie se va a meter en sus casas para robarse sus discos. Pero si conoces a un amigo con una colección decente de acetatos y con la intención de venderla, dile que un millonario brasileño está comprando.
Su nombre es Zero Freitas, un magnate de Sao Paulo de 62 años con una obsesión bastante común: la colección de vinilos. Sin embargo, lo que distingue a este hombre no es la actividad en sí, sino el extremo al que ha llegado. Desde que compró su primer vinilo en diciembre de 1964, Freitas ha dedicado su vida a comprar tantos discos sean posibles, y como bien sabemos, una obsesión de verdad no conoce límites. Hasta la fecha, el mismo Freitas no sabe cuántos acetatos tiene en su hogar y en su bodega, pero él calcula que debe ser el dueño de “varios millones”. Y contando.
Cuando Freitas compró su primer disco con su propio dinero, Roberto Carlos Canta a la Juventud, él ya contaba con una colección de cientos de discos, producto de los obsequios de sus padres. Al terminar la preparatoria, el fanático brasileño ya tenía 3,000 discos, y a los 30 años, podía presumir un catálogo con un total de 30,000 discos. Por supuesto, su afán por adquirir estos objetos no es sólo para que ocupen un lugar en su bodega. Es obvio que Freitas no ha escuchado todos los álbumes en su colección pero el hombre cuenta con el conocimiento que solo puede poseer alguien que vive con música en sus oídos desde que se levanta de la cama hasta que cierra los ojos para dormir.
Coleccionar discos es un hobby que exige bastantes recursos, y casi ninguna persona que llega a ser un coleccionista serio lo hace porque comprar discos a diestra y siniestra deja dinero. En este caso, su hobby es financiado por la fortuna que posee gracias su negocio como dueño de una línea de autobuses privados que ofrecen sus servicios en los suburbios de Sao Paulo. Al terminar la universidad, Freitas tomó control del negocio familiar y desde entonces ha sabido cómo navegar esa empresa.
Por supuesto, Freitas no se limita a su país para comprar discos. El millonario cuenta con agentes en varias partes del mundo (incluyendo la Ciudad de México) para negociar sus compras. Además, una docena de universitarios trabajan en su bodega para catalogar su colección, aunque es posible que se trate de una tarea de nunca acabar. Cada día, los becarios meten alrededor de 500 discos al catálogo, pero no es raro que en un periodo de seis meses lleguen varios camiones, cada uno con más de 100,000 acetatos.
Por varios años, el único incentivo que tenía Zero Freitas para armar su monumental colección era muy simple: “tenerlos todos.” Pero hubo un punto donde otro coleccionista le preguntó: “¿Y qué vas a hacer con todo esto?”. De ahí surgió la causa humanitaria de pasar a digital todo lo que tiene en sus archivos y buscar esos discos raros, particularmente en países como Cuba, Brasil y Nigeria, donde la mayor parte de su acervo musical no ha sido digitalizado. Desde su punto de vista, estas obras corren el riesgo de desaparecer de la historia, y aquellos que cuentan con los recursos, como él, tienen una responsabilidad de salvaguardar ese legado ante la indiferencia del resto del mundo.
El fin de semana pasado publicamos un artículo sobre el afán coleccionista de personas que todavía se aferran a los formatos físicos, no precisamente porque les gusta tirar el dinero (cuando mucho se puede encontrar gratis en internet) sino por una necesidad de poseer algo tangible. Claro, la ambición de cada quien depende de los recursos que uno tenga para financiar sus pasatiempos o de las otras obsesiones que giran alrededor de su vida. Si nuestra atención también es regida por intereses en el cine, el turismo, la literatura, o lo que caiga, a duras penas podemos conseguirnos una colección decente de cada una. Quién como Zero Freitas que puede realizar su sueño y además encontrar un propósito altruista fuera del atascadero sin sentido de cosas. Via The New York Times.