Los sociólogos israelís dividen a la población judía en cuatro categorías: los laicos, personas nacidas en Israel sin filiación religiosa; los tradicionalistas, israelís observadores de la tradición y religión judía, más o menos practicantes; los ortodoxos, judíos con fuerte tradición religiosa, observantes de las leyes del Talmud y los ultraortodoxos: la sección más radical del judaísmo, practicantes fervientes del Talmud y ultraconservadores.

Desde el domingo miles de judíos ultraortodoxos han desfilado en las calles de las dos principales ciudades del país, Tel Aviv y Jerusalén, para protestar contra la nueva ley que pretende obligarlos a alistarse en el Ejército. Son más de un tercio de la población del país y están furiosos.

Se llaman así mismo los haredim, “los que tiemblan ante Dios”, “los temerosos de dios” y hasta hace unas semana nadie en Israel ponía en duda su rol privilegiado en la sociedad judía: no van al ejército, mientras que, en un país que se considera en constante peligro, para el resto de la población el servicio militar es obligatorio. Tampoco pagan impuestos y gozan de ayudas gubernamentales para mantener a los siete hijos que suelen tener en promedio.

La clase media israelí ha protestado, la carga económica de los “temerosos” se ha vuelto insostenible para el gobierno y la sociedad judía, en su mayoría tradicionalista o laica. La pregunta es simple, ¿por qué nosotros hemos de mantenerlos a ellos y a sus hijos, si ellos no hacen nada por nosotros?

“Rezar”, responden los religiosos, “estudiar las escrituras”, y miles de hombres y niños vestidos de negro, las patillas largas, como salidos de una película vieja de la Segunda Guerra Mundial, han tomado las calles de Mea Sharim, el barrio ultraortodoxo más emblemático de Tel Aviv, para protestar contra Benjamín Netanyahu y su gobierno.

Desde las banquetas, sus mujeres los miran sin poder participar en la protesta, los haredim no pueden mezclarse en actos públicos con ellas. Las haredim, con sus pelucas, temen ser enviadas al servicio militar en el que habrán de convivir con otras mujeres y hombres; los niños se han encadenado unos con otros para protestar contra Netanyahu.

Entre los manifestantes se encuentran judíos de todo el mundo: Mea Sharim, es el máximo centro religioso de todo el territorio israelí. En ningún otro lado del mundo se estudia el Talmud con tal fervor ni se siguen sus principios con tal abnegación. “Mandan hombres de paz a la guerra” dicen los haredim, “mandan a hombres de letras a hacer la guerra”.

Los laicos también los miran desde las aceras. La situación se ha vuelto insostenible, dicen. Pronto, los haredim, serán un tercio de la población. En menos de veinte años serán el 50%, si el ritmo de nacimientos se mantiene.

¿Quién nos va a mantener cuando todos seamos haredim, quién nos va a defender cuando todos sean haredim? ¿Dios?

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