Por Esteban Illades
Vicente Fox ocupa un lugar complicado en la historia nacional. Para algunos es el presidente del cambio, el que terminó con los 71 años ininterrumpidos de gobiernos priistas. Es la línea que marca un antes y un después.
Para otros es todo lo contrario: es el presidente que desperdició la gran oportunidad de que las cosas en verdad fueran distintas. Su presidencia fue sólo un intermedio que dio pie a los turbulentos tiempos de Felipe Calderón y que terminó por regresar al PRI al poder 12 años más tarde. Sin mencionar que el daño que causó fue tal que el Tribunal Electoral llegó a establecer que Fox puso en riesgo la elección de 2006 por cómo la entorpeció.
Y para otros es sólo un mal chiste, más por lo que ha hecho desde sus tiempos como presidente de México –“Ya digo cualquier tontería, ya me voy”, dijo en su último año– hasta sus tuits en inglés mal masticado contra Donald Trump –cómo olvidar su “fish die by the mouth”, por ejemplo–.
Pero en cualquiera de estos tres casos, Fox era una figura que había quedado rezagada. Sólo a raíz de su resurgimiento reciente durante la campaña de Trump fue que más gente lo volteó a ver. Y esto fue porque, al igual que en ocasiones anteriores, sus intentos desesperados por volver a ser relevante lo catapultaron al foco: tan absurdo fue lo que dijo, hizo, dice y hace con tal de ser escuchado que, como diría mi abuela, le cae de variedad a quien no lo conoce.
BREXIT Hangover,reflexionando con los grandes de Europa,España y el mundo occidental. Sadness, uncertanty, madness. pic.twitter.com/Slu6Hzs6W1
— Vicente Fox Quesada (@VicenteFoxQue) June 25, 2016
Pero con su regreso a la fama, era inevitable que los aspectos que nadie había pensado sobre quién es Fox y de qué vive hoy, hoy, hoy, fueran investigados. Y por eso aparecieron Raúl Olmos y Valeria Durán, periodistas que trabajan en la ONG Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), y quienes acaban de publicar un libro en verdad sorprendente. Se llama Fox: negocios a la sombra del poder (Grijalbo, 2017), y es una acusación tan dura al expresidente mexicano que lo deja en la lona cual Connor McGregor.
El libro, de unas escasas 120 páginas, es en realidad un reportaje extendido sobre el patrimonio de Vicente Fox. Narra las condiciones económicas en las que llega a la presidencia –casi en quiebra, con negocios a punto de ser rematados para que los acreedores recuperen dinero– y cómo van cambiando durante su sexenio (2000-2006). Ahí, a través de documentos, Olmos y Durán muestran algo sorprendente: la fortuna de Fox, sus hermanos, su esposa –cómo olvidar a Martha Sahagún–, sus hijos e hijastros da un giro de 180 grados en seis escasos años.
Primero a raíz de los negocios de su hijastro Fernando Bibriesca, quien se convirtió en accionista de la empresa de transportes Estrella Blanca en tiempos de Fox. A raíz de la participación de Bibriesca, la compañía comenzó a volverse una de las favoritas del gobierno foxista, al grado de que para el final del período servía casi como el servicio de mensajería de facto a nivel federal. Y claro, todos salieron ganando.
Luego a partir del Centro Fox, la imitación de biblioteca presidencial estadounidense que hizo Fox al terminar su gobierno. Al principio, el centro, una A.C. (asociación civil) sin fines de lucro, tenía como objetivo educar a funcionarios y recordar las pasadas –y casi inexistentes– glorias del expresidente. Por ejemplo, cuenta con una réplica de su oficina en Los Pinos, y en una de sus salas tiene una cita completamente olvidable de Fox, junto a otras, éstas sí célebres, de Nelson Mandela y Mahatma Gandhi. En el colmo del egotrip, hay una placa que el propio Fox se mandó hacer, y que los autores fotografiaron: dice, textual “Vicente Fox ‘el hacedor del milagro de la democracia mexicana´” (sic).
Hasta ahí dice uno, bueno, no hay problema, quiso hacer un museo y una ONG y eso no tiene nada de malo. Pero resulta que hay mucho más: Olmos y Durán excavan y encuentran que en el Centro trabaja personal asignado por presidencia –recordemos que a los expresidentes se les da una pensión de unos 200 mil pesos mensuales, así como un staff pagado por los contribuyentes mexicanos que lo ayuda en sus actividades laborales–, pero no para cuestiones altruistas, sino todo lo contrario. El Centro Fox se renta para bodas, pedidas, bautizos y cualquier cosa, en realidad. La familia claro que se gana sus buenos pesos a costa de nuestros impuestos, al grado de que el director de ventas es en realidad un funcionario en la nómina federal.
(Esto sin contar el colmo de que si uno paga en efectivo no le cobran IVA.)
En ese negocio, financiado por los mexicanos que él gobernó, hay mucho dinero perdedizo. Tanto –por lo menos 27 millones de pesos– que el gobierno de Felipe Calderón y el de Enrique Peña Nieto empezaron a preguntarse si no había algo raro. El resultado, muestran Olmos y Durán, es que actualmente la Procuraduría General de la República tiene una averiguación previa abierta contra el expresidente.
Va de nuevo: un expresidente mexicano está bajo investigación federal por no poder justificar el origen de sus recursos y nadie lo sabía.
Sin embargo, comentan los autores, la investigación está casi congelada. Al unir ciertos cabos, descubren que Fox y Peña son más cercanos de lo que uno pensaría, y lo son por conveniencia. Una de las coincidencias más impresionantes del libro es que, horas después de que el gobierno calderonista notifica a Fox que está siendo investigado, Fox hace una aparición pública para decir que el PAN es cosa del pasado y que el futuro son Peña y el PRI.
Al terminar de leer el libro –que no seguiré spoileando, pero que cuenta con mucho más material interesante del mencionado aquí–, uno no puede evitar concluir que Fox, o la gente que lo rodea, nos está tomando el pelo.
No porque sea un ser listo, pues en una de las entrevistas que le hacen los autores para pedir que aclare varias irregularidades, queda claro que no tiene ni la más mínima idea de cómo funciona qué. Nos toma el pelo porque llegó a la presidencia como la gran promesa mexicana y terminó por dejar las cosas peor de lo que las encontró. De paso se tomó todo como un chiste, como si el destino de cientos de millones de mexicanos no fuera cosa seria, y terminó por hacerse millonario a expensas de ellos.
Fox: negocios a la sombra del poder resulta material obligado por dos motivos. Primero, porque da una clase maestra de cómo hacer periodismo, algo que se necesita más que nunca en México. Todo el material presentado por Olmos y Durán tiene respaldo en documentos y registros, nada es “Yo pienso qué”, o “Tal vez pasó así”.
Y en segundo, porque pinta al expresidente de cuerpo entero: es un charlatán que le vendió un monorriel a Springfield y se fue antes de que nos enteráramos de que Cuca se estaba comiendo los cables.
***
Esteban Illades
Facebook: /illadesesteban
Twitter: @esteban_is