El consejo es clásico: si vas a Tepoztlán, “patea” calle y métete a comer a dónde se te antoje. Por lo general lo que encuentras es una masa extraordinaria que abraza todo tipo de viandas alegres. En el mercado que se extiende en la plaza cotidianamente, encontrarás puestos de todo, pero abundan los de barbacoa, que no es de hoyo y que exhibe las cabezas de los “sacrificados” como trofeo. Salsas picosas y chescos, quizá alguna “chela”, con la que te prevengas. Hay vasitos de fruta y verduras; o hasta puedes comprar cosas e irte por ahí de picnic.
Se puede comer básicamente con cualquier presupuesto, chacharear hasta agotarte o subir las paredes hasta la pirámide, que impone más de lo que realmente cansa. Pero se trata de un pueblo mágico y hay que disfrutarlo. Vas con lo que el viento no te critique, porque los afanes de moda aquí van más por lo hippie pandroso que por buenas garritas. Las noches, si pernoctas en algún sitio, que también los hay de todos precios, son sensacionales con una serie de antros y giros de todo pa’ todos.
Los siguientes son cuatro restaurantes de calidades comprobadas, en donde con un poco más de plata, te sientas a cotorrear sabroso y a vivir una experiencia más sibarita. Y no olvides las Tepoznieves para concluir cualquier jornada. Valen la pena todavía.
La Luna Mextli
Revolución 16-A
Restaurante y galería, la casona que lo cobija responde a la disposición típica española con columnas sobre corredores y un patio central, que en este caso se utiliza para montar un pequeño escenario y mesas alrededor, para escuchar jazz y otros géneros los fines de semana, empezando el viernes.
La cocina en este sitio es francamente simple. Uno llega a la conclusión de que no hay nada que no se pudiera replicar en casa, con excepción de una que otra cosilla. Pero sus tortillas si se trata de tacos son pecadoras, como en todo el pueblo, y la masa de sus sopes de queso de cabra, inmensa. Tienen mole y carnes, pero el fuerte sin duda son los antojitos y las ensaladas. Las enchiladas de mole son particularmente bien apuntadas. Es bastante económico y consecuente con el bolsillo incluso en tragos.
El Ciruelo
Zaragoza 17
Se trata del restaurante familiar por excelencia y el que más visitan las familias pudientes de la zona. Su principal virtud, además de un menú que no ha cambiado en siglos (básicamente todo está bien ensayado en la cocina y por tanto es sabroso) es la vista al Tepozteco. ¡Vaya maravilla escénica!
El Ciruelo es el niño caro de los restaurantes de la plaza. Su selección de antojitos, incluyendo los sopes de polvo de chicharrón, los de queso de cabra, los tacos de mariscos y otras cosas, son preámbulo de platos como las quesadillas de pipián y pato, o la pechuga de pollo rellena de huitlacoche y salsa de queso de cabra. Tiene muy buenas ensaladas y unas sopas que hasta Mafalda se comería, como la de frijol. Posee un bar que parece “tripa” y que en las noches adquiere otro semblante, menos aburrido que en el día. Es el lugar “de la gente bonita”, pero hay que pagar el precio.
Axitla
Av. Tepozteco (en las faldas de la entrada al parque)
Presentado como un restaurante de comida internacional, reconoces el sabor de esta cocina, porque no es distinta a la que elaboraba la cocina de tu abuela o casa de tus papás. Las divergencias radican en la sazón, y, la de aquí, armoniza bien con lo que uno espera encontrar en las mesas de Tepoztlán. Axitla se localiza en las faldas de la gran pared del Tepozteco, dentro de una casa que bien podría ser un gran jardín botánico donde confluyen cientos de especies de plantas y árboles. En épocas secas, la terraza es un deleite, pero cuando llueve, vale la pena resguardarse en el los interiores.
La austeridad del sitio poco tiene que ver con la gran diversidad de opciones del menú, enriquecido con los productos de la localidad. Es una mezcla de platillos típicos con opciones un tanto más urbanas o preparaciones más ambiciosas. Nosotros proponemos abordar los platos típicos, en donde, comprobamos, el sabor está asegurado. Las quesadillas de masa fresca arropan todo tipo de rellenos, desde el queso, el cazón, las setas, y desde luego, el huitlacoche. Imagínelas rociadas de salsa de gusano de maguey de ancestrales tintes irrumpiendo en boca con una acidez matizada por la cualidad ahumada del insecto. El mole poblano no les queda nada mal y aplicado en sus enchiladas de masa gruesa, el efecto es exquisito. No le vamos a mentir vendiendo todos los platos como deliciosos, pero sus sopas de tortilla o champiñón no tienen pierde.
Los Colorines
Av. Tepozteco 13
Llegar aquí constituye una experiencia de sangre. Además del meneo que implica caminar por estas calles de piedras malformadas y desgastadas por tanto paso; el restaurante, es testigo de la paciencia del Tepozteco y las heridas causadas por los fuegos intermitentes que lo asolan. Los Colorines hacen gala de su nombre y conforma un cuadro multicolor de escenas rústicas, apenas atenuadas por los cuadros que enmarcan expresiones de reconocimiento con firma de artistas que se ven aquí y allá.
Durante 46 años estos Colorines han guiado al turista inocente por apetencias gastronómicas íntimamente nacionales. Porque lo que se ofrece aquí, es lo de siempre, muchos de los platos que destacan con versiones reloaded en otros restaurantes, en Los Colorines saben al México de las abuelas. Las ollas formadas una tras otra sobre esas barras que encierran la enorme cocina, dispuesta al centro, para repartir escenarios diversos y viandas calientes, portan guisos sensacionales: mole rojo, mole verde, frijoles, caldillo de jitomate para huauzontles, caldos gordos de gallina, etcétera, etcétera.
La masa de aquí es muy buena y se aplica sobre sopes, huaraches, tortillas, tacos y cuanto hay. El menú es corto y realmente sin diferencias considerables con el de una fonda de más o menos buen porte, la diferencia, sin duda, es el sabor y el amor a la tradición. Por las mañanas pruebe los sopecitos, los tlacoyos, huaraches, quesadillas y chilaquiles, pero en especial su menudo que puede revivir a un muerto. Hay paquetes que incluyen jugo y café, y desde luego los precios son muy atractivos. Sin lujos ni otras displicencias la asistencia a este sitio deviene en un paseo cultural.
Por: César Calderón
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