Hoy, hace 40 años se estrenaba la joya del terror cinematográfico, la película que marcaría a decenas de cineastas y que se volvería un fenómeno mediático de enormes proporciones.

Dicen que Warner se acercó a varios a directores antes de confirmar a William Friedkin; dicen que incluso Kubrick rechazó la dirección de la película, que otros directores como John Boorman, se habían negado a dirigirla porque era una película cruel con los niños.

Dicen que por poco y no se filma, que los papás de Linda Blair, la protagonista, no dudaron ni un segundo en aceptar que su hija trabajara en la macabra producción; dicen que la niña fue amenazada de muerte luego del estreno, que tuvo que recibir atención psicológica y que durante el rodaje, un incendió forzó a la producción a bendecir el set… dicen… dicen, porque de El exorcista no podemos estar seguros de nada; los cimientos de la película están hechos de misterio, son su narrativa pero también su estrategia propagandística. Nunca un género cinematográfico se había visto tan impactado por una sola obra: El exorcista cambiaría todas nuestras concepciones de lo fantástico en el cine.

Empezar a ver El exorcista y salirse del cine

Fue el 26 de diciembre de 1973, Friedkin seguía haciendo cambios hasta el último momento en que pudo; el día del estreno, como pasa con todas las piezas maestras, las opiniones fueron completamente disímiles, para algunos, la película era inigualable, para otros, eran berrinches mal actuados de una niña que no convencía a nadie… tendría que pasar tiempo para que se reconociera unánimemente el asombroso logro de El exorcista, sin embargo, todas las críticas y opiniones quedaban en silencio cuando comenzaba la película.

La gente iba a caudales a ver la cinta, muchos salían antes de que pasara la primera hora, ofendidos por un contenido nunca visto antes en cines comerciales. Las primeras escenas filmadas en Irak son de las mejores logradas de la película y sin embargo las menos recordadas, es ahí en donde el padre Merrin se encuentra con el demonio que alguna vez derrotó y que le confirma, en la escena frente al sol, que ha vuelto.

Un corte rápido nos lleva luego hasta Washington, la cámara se levanta por los aires y nos muestra un plano lleno de casa idénticas, como si Friedkin nos quisiera decir que la historia que está a punto de contar podría pasar en cualquier lugar, a cualquier persona. Ese recurso lo usaría también Polansky en su Rosemary’s baby.

Es ahí en donde vemos por primera vez a Regan (Linda Blair) y nunca olvidamos su cara; de hecho, siempre que volvemos a ver El exorcista nos sorprendemos de la inocencia y belleza de Regan, de sonrisa y piel brillantes, las mismas que luego veremos mancilladas, sangrantes, putrefactas porque ya las ha tocado el maligno.

La montaña rusa de Friedkin apenas comienza; el director lentamente nos insinúa que algo anda mal con la niña, y pasan muchos minutos (pocos han logrado crear la atmósfera que creó Friedkin) antes de llegar a los inolvidables espasmos, a la niña retorciéndose antes de que, de su garganta, salgan cientos de horribles voces, sufriendo quién sabe qué terrible tormento; luego Merrin le dirá al padre Karras (y a todos los espectadores) que sólo hay una presencia, un único autor del mal que hará todo para engañarnos y derribar nuestra fe.

Pocos se dan cuenta de que las escenas del exorcismo no sólo impactaron a la audiencia, impactaron también la forma en que se hacían efectos visuales y también el imaginario entero de directores que se dedicarían después al género fantástico y su subgénero del terror sacro, del exorcismo. Regan, enterrándose un crucifijo en la vagina sangrante, lamiendo esa misma sangre, profanando el misterio de la crucifixión y la eterna inocencia de los niños, marcaría un antes y después en los productos culturales relacionados con la posesión demoniaca.

Literalmente, cineastas y espectadores quedaríamos traumados… no hay mejor palabra, no hemos podido superar esas imágenes, recurrimos a su recuerdo a la hora de crear nuevas películas y a la hora de verlas también; la forma en que Friedkin representó a la poseída es la forma en que, años después, esperamos que se represente y que los directores repiten una y otra vez en tímidos intentos de homenaje como El exorcismo de Emily Rose, para nombrar una no tan lejana.

Lo que nos enseñó El Exorcista

El cine fantástico siempre se ha considerado un arte menor; ha sido reducido constantemente por la crítica a un cine de entretenimiento y nada más. Afortunadamente, El exorcista le mostró a muchos que el cine de terror puede alcanzar las cumbres más sublimes del arte y abrió la puerta a que creadores como Kubrick, Polansky, Romero o Fulci primero, y Craven, Cronenberg y Carpenter después, experimentaran y se atrevieran a contar poderosísimas historias.

No basta decir que es la primera película de terror nominada a un premio Oscar, lo importante es que se inscribe en una traición fílmica que refleja las más oscuras pulsiones del ser humano, y critican sin tapujos el entorno en donde vive. Sin El exorcista no tendríamos la maravillosa The Omen, no sabríamos del monstruo onírico de Freddy, es más, si Friedkin no hubiera experimentado con mancillar la inocencia del niño, tal vez no podríamos explicarnos Children of the Corn o al muñeco Chuky.

El exorcista logró, de hecho, reivindicar la producción fantástica frente a la crítica mainstream y frente a los outsiders, como una pieza tan espeluznante como magnífica.

Un legado que hay que superar

Yo soy el primero en admitir que El exorcista es acaso la cumbre más alta que ha alcanzado el cine de terror. Le debemos mucho, fans y creadores, y siempre tendremos que volver a ella como lo hacemos con cualquier clásico.

Es justo decir que el cine de terror aprendió mucho de Friedkin y su obra maestra, pero ha llegado el momento en que debemos dejar atrás esas imágenes por el bien del cine fantástico mismo. Ahora más que nunca, los creadores deben mirar hacia atrás y ver El exorcista no como algo que deben imitar o alcanzar, sino como un pasado que puede inaugurar una nueva etapa del imaginario fantástico; el pasado es prólogo, decía Shakespeare, y hoy, parece que los creadores del cine de terror no se han dado cuenta de las tristes repeticiones y lamentables producciones a las que nos han acostumbrado.

Repensar el legado de El exorcista es exigir a la imaginación que llegue a cumbres tan altas como esa. Los creadores fantásticos tienen una deuda urgente con el espectador y sólo podrán pagarla si se atreven, como se atrevió Friedkin, a jugar con el móvil más antiguo y poderoso: el miedo.

@Perturbator 

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