Al parecer, eso de seguir el “sentido común” está muy bien visto en estos tiempos: adaptarse a significados tradicionales o institucionalizados, pensar qué haría la mayoría antes de actuar, asumir que existe lo correcto y lo incorrecto, en fin, una serie de prácticas que nos hacen parecer personas cuerdas en un mundo que valora mucho la seriedad, las buenas conciencias y lo que no da problemas. Pero como la literatura es una de esas construcciones defectuosas que suelen perder la brújula y poner el mundo patas arriba, aquí les recomendamos cinco libros que lo único que tienen en común es, justamente, que se fundan sobre la ausencia de sentido común.
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A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí
En lo que a sentidos contrarios y universos reversibles se refiere, uno de los primeros maestros fue Lewis Carroll, considerado como fundador de la literatura del nonsense inglés. Con Alicia en el País de las Maravillas (que el autor escribió para su pequeña amiga Alice Liddell) se instauró este otro mundo en el que una niña educada en la rigidez victoriana se enfrenta al disparate en su estado puro. Pero es en el segundo libro, A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí en donde el resorte del sinsentido se estira a grado tal que un bebé puede convertirse en cerdo sin mayor explicación, Humpty Dumpty puede tener una cintucorbata de regalo de nocumpleaños y el lenguaje puede desdoblarse completamente para que aparezca el Jabberwocky, entre otras linduras que hacen que una vez terminada la lectura, una puertita del tamaño de un conejo se abra ante nosotros para invitarnos a pasarnos de vez en cuando a ese lado B que tantas satisfacciones y descubrimientos puede traernos.
Lewis Carroll, A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí, Axial, México, 2016.
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Zoo Loco
Basta mirar cualquier cosa con atención por más tiempo del considerado prudente para notar que todo es realmente muy extraño. Más aún si se trata de seres vivos, y con mayor razón si hablamos de esas especies que no están determinadas por este afán de normalización que a los humanos parece encantarnos. Lo que se pregunta María Elena Walsh para escribir los 42 poemitas que conforman Zoo Loco (inspirados en un género inglés llamado “limerick) es cómo podemos recuperar la sensación de rareza a partir de detenernos a hablar de animales entrecruzando la óptica de lo “real” la óptica de lo “imposible” hasta que aparece el goce de dejar que nos lleven las palabras por delante, que no importe la coherencia ni la verosimilitud: que la literatura y la vida sean una fiesta a la que todos los sentidos están invitados.
María Elena Walsh, Zoo Loco, Alfaguara, Argentina, 2015.
- Ajonjolí y los trabajos
Cuando se nos revelan las costuras de todo lo que calificaríamos de “sinsentido”, aparecen mecanismos que pueden refrescar por completo nuestra manera de ver, de vernos y de estar en la vida. Por ejemplo, al acompañar a la pequeña ardilla Ajonjolí en este libro que narra su búsqueda vocacional, no importa la edad que tengamos, nos va resonando en espejo el absurdo de desoírnos a nosotros mismos en las decisiones que tomamos y la certeza de que existe un lugar en el que cada quien puede realmente sentirse parte de una comunidad, necesario y valorado. Lo hermoso de este libro y de todos los de esta serie (de la que son parte también Ajonjolí y el tenmeacá y Ajonjolí y la música) es que lejos de dar moralejas o lecciones, construye un personaje principal encantador que encara sus inquietudes y hallazgos con plena agencia sobre sí mismo, creatividad, humor e inteligencia.
Roxanna Erdman, Ajonjolí y los trabajos, ilustraciones de Alex Herrerías, Edelvives, México, 2016.
- El diario de un gato asesino
Cada vez que estamos frente a un gato, podemos casi adivinar que lo que está pensando de nosotros no es precisamente complaciente, que le da pereza lo humano pero que le parece buena idea eso de ser querido, mimado, incluso venerado. Por eso es que encontrarnos con este libro, en el que se da voz a un gato gruñón que es sospechoso de terribles crímenes y nos narra en primera persona (o primer maullido) cómo enfrenta estas acusaciones, es un acontecimiento a festejar con todas las de la ley. Porque en El diario de un gato asesino hay maestría y rigor narrativos, pero estos sirven a la construcción de otras formas de decir, pensar, relatar. Es una de esas historias a las que se vuelve una y otra vez, porque cada vez que abrimos el pequeño libro que la contiene parece que realmente accedemos a un universo paralelo en el que el sentido humano cede ante el sentido gatuno. Y eso es una delicia.
Anne Fine, El diario de un gato asesino, Fondo de Cultura Económica, México, 2015.
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Leche de gato
Hasta la fecha no se ha podido resolver el asunto de si el teatro es más literatura, más danza, más partitura o más vida. Quizá nunca se resuelva, pero eso no quiere decir que no se pueda abordar desde todas esas perspectivas y por eso es que Leche de gato cierra esta lista pese a que no puede conseguirse en un libro, que depende de su montaje y que hay que estar atentísimos para ver si algún día tenemos la suerte de verla como puesta en escena para acompañar a Obdulia Carranza y su hija, María Nicolasa, en un viaje tan absurdo como fantástico. Y si no es posible tener la experiencia de esta obra, es muy posible encontrar otras propuestas teatrales que nos tambaleen algunas certezas y nos revelen alternativas para que cuando regresemos a jugar a ser personas serias lo suframos mucho menos y hallemos formas de hacer que los sentidos aparentemente contrarios también nos sean comunes.
Lucila Castillo, Leche de gato, 2013, montaje del colectivo Nosotros, ustedes y ellos.
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Alejandra Eme Vázquez es profesora y ensayista. Estudió en la UNAM la maestría en Letras Latinoamericanas.
Twitter: @alejandraemeuve