En 1989, Élmer Mendoza irrumpió en la escena literaria mexicana con la publicación de Trancapalanca, libro que recopila 23 cuentos cortos que resultaron determinantes en la carrera de uno de los escritores más sobresalientes de la llamada “narcoliteratura”.

Si bien antes de este libro Élmer Mendoza ya había publicado las antologías de cuentos Mucho que reconocer (1978), Quiero contar las huellas de una tarde en la arena (1984) y Cuentos para militantes conversos (1987), fue Trancapalanca con el que Élmer Mendoza comenzó a definir el estilo narrativo con el que finalmente daría el salto hacia la novela.

24 años después, este título volvió a ser reeditado, ahora bajo el sello de Tusquets Editores, en la colección Andanzas. Esta acertada decisión, permitirá que nuevos lectores se encuentren con este valioso ejercicio narrativo integrado por relatos que el autor escribió durante varios años.

Ahora bien, ¿qué podemos encontrar en Trancapalanca? Este libro contiene un micro universo difícil de encasillar tanto por la variedad de historias que aborda, como por los estilos narrativos que abarca. Esto último a veces puede confundir un poco al lector, pero después se constituye como un elemento esencial en la mayoría de los relatos.

No es de extrañar que por muchos años este libro haya sido considerado como “mítico”. Entre sus páginas está impregnado el espíritu de innovación y libertad de un escritor que por su misma novatez, se permitió experimentar con el lenguaje a favor de sus historias. Este arriesgado experimento dio como fruto un libro aleccionador y disfrutable tanto para el lector común, como para aquel que desea formarse en el arte narrativo.

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A pesar de sus más de dos décadas de existencia, Trancapalanca sigue resultando igual de innovador. En los relatos, el lector descubrirá la fórmula para fundar una ciudad; se topará con el relato de un fantasma de carretera; le dará una advertencia sabia a los vacacionistas de los destinos de playa; nos emocionará con el duelo en la pista de carreras entre un atleta mexicano y un africano; y seremos testigos de cómo un hombre en sueños se convierte en un escritor a punto de ganar el Premio Nobel.

Elmer no escatima ni en recursos, ni da concesión alguna para que la mayoría de sus cuentos tengan una “vuelta de tuerca” ingeniosa, y con la cual cambia por completo toda la idea de cada historia. Así se convierte en el encargado de asesinar a uno de los capos más peligrosos del país; nos narra cómo se enteró de la muerte de Julio Cortázar, o da voz a personajes como Lupe y Moreno, dos boxeadores que se enfrentan en una pelea presidida por un fallecimiento sombrío.

23 historias muy diferentes entre sí, pero desde entonces arropados por el estilo caracteristico de este escritor. Relatos breves pero fulminantes. Concisos y perfectamente logrados. Un libro para devorarse en una tarde y para recurrir constantemente a él. Un libro imperdible, como resulta toda la obra de Élmer Mendoza.

Trancapalanca
Élmer Mendoza
Tusquets Editores

Con motivo del relanzamiento de Trancapalanca, Élmer Mendoza nos respondió unas preguntas desde Los Cabos, en las cuales nos narra más sobre esta obra:

Trancapalanca fue editado originalmente en 1989. Ahora con su relanzamiento, ¿qué tanto ha cambiado tu perspectiva de estos relatos? ¿Cómo mira el autor una obra escrita desde 20 años atrás?

Con terror. Al principio pensaba que era como desnudarse en un lugar inapropiado. Ahora pienso que el libro encontrará sus lectores y algunos otros toparán con él. Espero que no lo encuentren demasiado viejo ni ingenuo. En cuanto a mi perspectiva, creo que es un libro que merece ser leído; si encuentran por ahí a Juan Manuel Márquez con un ojo morado diciendo que se quiere retirar, es que seguro leyó uno de mis cuentos.

Supimos que hiciste una labor de corrección y revisión de los textos de Trancapalanca ¿Qué tantos cambios podemos esperar de aquella edición original a esta más reciente?

No esperen, se aburrirían; realmente fue muy poco lo que eliminé; es una versión con más fidelidad que la que practican los humanos.

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¿Cuál de los cuentos de Trancapalnca es el que recuerdas con más cariño?, y en sentido contrario, ¿cuál te dio más problemas a la hora de estructurarlo?

Recuerdo con afecto 43 grados a la sombra; firme muchos ejemplares en ese cuento.

El que más dificultades me ocasionó, fue Peras y manzanas; recuerdo que buscaba un final abigarrado, algo fuera del cuento que dejara a mi lector frío; cuando lo pienso no estoy seguro de haberlo conseguido.

La mayoría de los relatos que conforman este libro tienen una “vuelta de tuerca” que cambian la perspectiva de las historias. En tu caso, tienes claras estas volteretas narrativas desde antes de sentarte a escribir, o se te ocurren sobre la marcha.

Aparecen sobre la marcha; aparecen muchas; el cuentista debe saber si toma alguna; me interesé por tomar las menos lógicas, incluso dentro de la posibilidad del final sorpresa. A veces, lo inesperado es sólo una ilusión y conviene conseguir algo que rebase eso: la ilusión.

En los relatos de “Trancapalanca” ya estaba presente el tema del crimen organizado, mismo en el que has profundizado con éxito durante los siguientes años. Desde tu punto de vista como narrador, en comparación de hace veinte años, ¿qué tan complejo es hablar del México actual y sus problemas con respecto al tema del narco?

Ahora está en todas partes. Eso lo hace más difícil. Hace 20 años era más sencillo trabajar los mitos, incluso el de que podían ser eliminados por un asesino a sueldo. Ahora las historias se han convertido en ejemplos de crueldad y no son tan atrayentes.

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