Lo que necesitas saber:
Después de publicar su libro de cuentos 'Carolina y otras despedidas', Elvira Liceaga publica su primera novela 'Las vigilantes', uno de los libros más destacados del 2023.
Cuando terminé de leer ‘Las vigilantes’ de Elvira Liceaga sentí la enorme necesidad de llamarle a mi madre. Le llamé porque lo que acababa de leer me había puesto a pensar en todo lo que sabía sobre ella, lo que había escuchado en reuniones familiares y las conclusiones que de todo aquello podía sacar…
Pero algo más poderoso se quedó en mi: Debía acercarme más y conocer todo lo posible sobre su pasado; un pasado que finalmente termina siendo mío. Pensé en el tiempo y en la vida, ¿Cuántas horas, días, meses o años necesitaría para escudriñar todo lo que quiero saber? ¿Cuántas cosas me dolerán o, sencillamente, no quiero saber? ¿En qué estado de ánimo estaba ella cuando se enteró que yo iba a nacer?
Las vigilantes, primera novela de Elvira Liceaga, más allá de la ficción y el enorme valor literario que establece, es una narración que requiere de nuestra empatía y pone a prueba la capacidad que todos tenemos de conmovernos y de poder conectar todo. Lo que en ella leemos es algo que —tristemente— todos conocemos directa o indirectamente: el origen y la consecuencia que tienen miles de embarazos no deseados en este país, la condena social por aquellas maternidades no aceptadas y la constante lucha por ganar derechos y servicios de salud cooptados por ideologías.
‘Las vigilantes’ de Elvira Liceaga
Julia, Catalina y Silvia son las 3 mujeres que encarnan estas verdades. La voz principal es la de Julia. Una mujer que después de haber estado 5 años en el extranjero, regresa a su país para habitar nuevamente la casa de su madre porque tiene un hueco que necesita satisfacer. Pero su madre, Catalina, ya no puede ser la madre que Julia necesita.
Catalina, por otro lado, la anima a acompañarla a un refugio para chicas embarazadas, donde es voluntaria. Y aquí entra Silvia: una joven que no sabe leer ni escribir, pero necesita aprender rápidamente a hacerlo porque quiere explicarle al bebé, con puño y letra, el por qué no se quedará a su lado.
Las vigilantes son 3 mujeres que se entrecruzan para ayudarse y construir una relación de amistad, ternura y —muchas veces— constantes cuestionamientos que ponen en entredicho sus valores y los del lector.
Las heridas, cicatrices, dolores, necesidades, respiraciones e incomodidades, son articuladas por Elvira Liceaga a través de puntos y aparte que se tienen que convertir en saltos de página porque solo así es posible dar tiempo para pensar y repensar la profundidad y, al mismo tiempo, la sencillez de lo que se está leyendo. El libro se convierte en un espejo de nosotros mismos porque en él emergen nuestras propias relaciones y nuestros propios recuerdos. Los pasos en falso que han dado Julia, Catalina o Silvia se proyectan en acciones concretas y en sueños. La novela da una importancia a los sueños y los reafirma como una realidad alterna que nos puede ayudar a entender la complejidad de estos personajes, el limbo en el que nos encontramos todos aquí afuera y el limbo en el que viven quienes no han visto la luz. Aquellos y aquellas que perciben la realidad desde la oscuridad interior de un vientre.
Las vigilantes es un libro entrañable y una reflexión que no queremos dejar pasar por alto. Elvira Liceaga es una mujer que a lo largo de su carrera ha transmitido el amor por los libros y ahora, afortunadamente, los hace. En Sopitas.com tuvimos la oportunidad de charlar con ella para conocer su proceso de escritura y el camino que tuvo que recorrer para alcanzar a Julia, Catalina y Silvia. Esta entrevista ha sido editada para fines de extensión y claridad.
Las vigilantes por momentos se lee -y termina- como una historia de amor… ¿Cómo entretejiste la relación entre tus tres personajes principales? Julia, Catalina y Silvia..
Primero déjame decir una cosa. El final para mí es de las cosas más importantes, digamos, del aparato narrativo. Yo estaba muy interesada en crear una novela con una estructura narrativa, una casa para estas tres mujeres. Y el final para mí era muy importante. Era muy importante que no tuviera un final obvio, que no fuera un final feliz, que no fuera un final complaciente, que no fuera un final donde la gente se quedara tranquila. Porque yo no escribo para complacer, escribo para provocar. Pero no para provocar, hacer enojar a la gente necesariamente, sino para provocar reflexiones, autocuestionamiento, empatías, sentimientos, sensaciones, comodidades, incomodidades, contradicciones, ambivalencias. Entonces, no siempre el final fue algo que para mí fue tan importante, pero conforme fue creciendo la novela, conforme se fue desarrollando la novela, me di cuenta que el final no podía ser un final en donde todos quedáramos contentos. Tenía que ser un final como la vida, donde te dan sacudidas, y tenía que ser un final honesto y al mismo tiempo lúcido. Entonces ahí es donde mucha gente dice, me rompiste el corazón, no me lo esperaba, fue muy impactante, me dejó pensando, me cambió la experiencia de la novela, me removió. Para mí eso era lo más importante, que el final fuera honesto con Silvia, con Julia y con Catalina, y no fuera un final artificial, sino que se apegara a la complejidad de la relación. Y creo que al final se demuestra que, como tú dices, esta es una historia de amor, pero también es una historia punk. Es una historia donde cada una de ellas es honesta a sí misma, y se respeta y se da a respetar.
¿Cómo separaste tus propias experiencias con la ficción?
Bueno, eso es muy difícil, la verdad. Es una novela con mucho componente autobiográfico. De hecho, es una novela que empezó a escribirse en un taller de autobiografía, en donde yo no tenía proyecto, no tenía ningún plan de escritura, simplemente estaba buscando qué escribir. Este taller fue hace tres o cuatro años, antes de la pandemia, y yo todavía no era madre, había publicado un libro de cuentos, y estaba buscando qué escribir. Empecé contando anécdotas mías y de mi madre, de las primas y tías y abuelas de mi madre, mi madre pertenece a una familia muy numerosa, y su generación y las generaciones de arriba son muchas más mujeres, sobre todo son mujeres, y entre ellas se han tejido redes de apoyo, de cuidado, de protección y de salvación pero también redes muy complejas, donde no todo es sencillo y no todo es amor puro. Entonces yo siempre las he visto con mucha envidia y con mucha admiración, con muchas ganas de tener esas otras primas, o esas otras hermanas, o esas otras tías, o abuelas, yo misma, pero nuestras generaciones se han ido achicando y ya somos muy poquitas, y es imposible ser ese abrazo tan colectivo que ellas tienen. Hay un desapego natural. Y claro, nos hemos mudado de ciudad y todo ha cambiado, pero siempre he admirado mucho esas relaciones que tienen entre ellas, de muchísima cercanía y de muchísimo cuidado. A ellas les tocó una época de represión, prohibición y de aparentar muchísimo. Entonces, yo empecé a escribir sin proponérmelo escenas chiquitas, muy fragmentarias de mí. De hecho, el personaje principal, la narradora, antes de llamarse Julia, se llamaba Elvira, y en algún momento alguien que leyó el borrado, me dijo: No, tienes que poner una distancia un poco más obvia, como simbólica, porque aunque sí seas tú, o aunque se parezca mucho a ti, esta no es tu vida. Y eso es gran parte de lo que aprendes en un taller de memorias o de autobiografía, qué es la autobiografía o qué son los memoirs. No se tratan de la vida, sino de la escritura. Entonces, bueno, yo empecé escribiendo estas pequeñas escenas, estos fragmentos aparentemente inconexos, y de pronto, empecé a inventar otros fragmentos.
Muy pronto empecé a contar escenas, muy pronto empecé a escribir escenas que no me sucedieron a mí, que no le sucedieron a mi mamá, que no le sucedieron a nadie que yo hubiera conocido, pero que pudieron habernos sucedido. Y empecé a desdoblarme de una manera muy natural en ese alguien que se inspiraba en muchos acontecimientos de la vida familiar y de la vida que le contaban, sin embargo, ya no era yo. Y se llamó Elvira por mucho tiempo porque para mí era más sencillo recurrir a la vida personal llamándolo Elvira, hasta que eventualmente ya tenía tres mujeres que no eran exactamente yo. Es extraño porque la trama de la historia no es autobiográfica, pero la textura de la novela sí lo es. Por ejemplo, la narradora es locutora y se fue a vivir a Nueva York. Yo fui locutora, soy locutora, pero en ese momento me fui a vivir a Nueva York y creía que ya mi futuro como locutora se había acabado. Y quería escribir, pero sentía que fracasaba todo el tiempo en la escritura, que no daba una. Entonces esas experiencias son gran parte. Esas experiencias de cada una se parecen mucho a mi vida o a la vida de mujeres que conozco. De pronto además salté a mis amigas y a los amigos y a otras personas que he conocido a lo largo de mi vida. Siempre he dicho que cualquier persona que escriba un libro tendría que agradecerle absolutamente a todas las personas que se han cruzado en su camino porque nunca sabes de quién te vas a robar algo. No sé si realmente un día acabé de diferenciarlas.
Cuando me di cuenta que tenía estas tres mujeres en el papel, me di cuenta de varias cosas. La primera es que tenía que escucharlas a ellas. ¿Quiénes eran? ¿Qué querían? ¿Qué deseaban? ¿Qué planes tenían? ¿De dónde venían? ¿Qué les dolía? ¿De qué hablaban? ¿De qué no podían hablar? ¿Cuáles eran sus heridas? ¿Cuáles eran sus contradicciones? ¿Cuáles eran sus necesidades? Pero también los momentos en donde se meten el pie ellas mismas. ¿Qué límites cruzan? Y sobre todo ¿qué silencios tienen? Para mí en esta novela es muy importante el silencio. Creo que se narra tanto como el lenguaje puede. Y lo que estas mujeres deciden no decir es fundamental. Escuchar sus silencios y escuchar su lenguaje corporal fue fundamental para crear una ficción. Y una vez que las conocí, dije quiero escribir una novela. Quiero escribir una novela para estas tres mujeres con un aparato narrativo que funcione para contar esta historia. Y empecé a descubrir que la historia tenía una vocación de brevedad, una vocación fragmentaria, una vocación realista, que tenía muchísima ternura, pero también muchísima tristeza, que había mucho cuidado y mucha amistad y mucho amor, pero también se cruzaban límites y también había mucho aprendizaje. Y en ese sentido me dediqué a hacer una novela honesta, en el sentido de que en esta novela no hay utopía, no hay heroínas, no hay escenarios maravillosos ni catastróficos. Es la realidad de un contexto mexicano; eso es lo que yo supe hacer. Es lo único que pude hacer.
Uno no escribe la novela que quiere, sino la novela que puede. Y luego también hay un momento en donde te das cuenta de que la novela que tú tienes en la cabeza no es la novela que tienes en el papel. Y la novela que tienes en el papel tiene sus propios caminos y tienes que hacerle justicia y honrar esa novela que has escrito, no la que tú querías haber escrito. Entonces un poco te vas despidiendo, sacas el machete, cortas, cortas, escribes más y para mí eso fue fascinante. Yo me la pasé demasiado bien escribiendo esta novela. Me gusta mucho poner una palabra detrás de otra. Disfruto mucho escribir. Fue un desafío que hasta en los momentos más agónicos, hasta en los momentos en donde estaba convencida de que no iba a poder lograrlo, de que yo no tenía el talento que se requería, hasta esa desesperación la disfruté. Me gusta mucho escribir.
La cuestión de los silencios es muy importante. Las pausas son espacios y huecos que convierten todo en un rompecabezas. Articulas como pocas lo que significa vivir esto en México. Hay distintas perspectivas y circunstancias, pero hay una actualidad que las une a todas, que es esta violencia y estos centros en donde también las madres van a tener a sus hijos ¿Cómo realizaste esta investigación que termina siendo periodística?
Cuando era joven, antes de ser locutora, antes de irme a vivir a Nueva York, mi madre era voluntaria en uno de estos albergues. Mi madre es terapeuta, como Catalina, la madre de esta novela, y mi madre, ya jubilada, empezó a hacer mucho voluntariado. Curiosamente, uno de sus voluntariados era con chicas embarazadas, generalmente violentadas, que no querían ser madres y que querían dar a sus hijos en adopción. Y digo curiosamente porque no es un caso tan común, especialmente cuando el aborto es legal. Yo me preguntaba qué tanto es legal el aborto o de qué tanto sirve que sea legal el aborto si hay sectores poderosos de la sociedad que lo siguen prohibiendo socialmente. Pensaba mucho en estos grupos antiaborto que se esfuerzan por convencer a las chicas, donde la edad tiene mucho que ver. Tiene que ver en convencerlas con argumentos religiosos y con mucha violencia también de que no aborten. Y eso sucede en todo el mundo. En los países más primermundistas y en los países como el nuestro, donde la pobreza es prácticamente la mitad de la población. Y pobreza no sólo quiere decir desigualdad de recursos y escasez de oportunidades, sino desprotección.
Yo pensaba mucho en estas chicas que están desprotegidas a la hora de ir a una clínica a abortar y estos grupos las atrapan, las captan. Pienso en la desprotección, por ejemplo, de las niñas. Las niñas que se tienen que quedar en casa cuidando a sus hermanos, a sus padres, a sus abuelos, que tienen que ser madres involuntarias. Y pienso mucho en estos casos, especialmente desde la pandemia, y la cantidad de mujeres que no pudo abortar, la cantidad de chicas, especialmente niñas que ya no regresaron a la escuela. Leí tanto reportaje como pude sobre estos grupos abortistas; cómo operan, cómo se organizan. Hay muchas partes que quedan fuera de la novela pero que son atroces, la contabilización de chicas que ya no abortaron gracias a que estos grupos que intervinieron afuera de una clínica o en las escuelas, en las secundarias. Se organizan por WhatsApp y se motivan los unos a los otros. Es horroroso, son como una secta. Empecé a leer sobre estos grupos también en España y eran también atroces. De hecho allá ya hay una ley donde esto es penalizado. Tú no puedes ir a convencer a nadie de no abortar, es ilegal.
Entonces, me interesaba mucho eso y me interesaban mucho también los casos de cómo en diferentes lugares del mundo se abandonan a bebés voluntariamente, cuando alguien decide yo no quiero ser madre… Siempre hay este juicio contra las mujeres y quería cuestionarlo. Hay un libro maravilloso de Begoña Gómez que leí que se llama Las Abandonadoras, que es sobre diferentes mujeres que han abandonado bebés, como Joni Mitchell o como Muriel Spark, escritoras y artistas muy famosas que en algún momento no vieron la posibilidad de crear, o que eligieron su carrera o que no tenían cómo alimentar. Entonces… ¿Cómo es que no hablamos de eso? Me interesa poner el dedo en esas llagas heridas de la sociedad y en esos prejuicios.
Leí también, desde luego, muchísimos libros sobre feminismo, sobre derecho al aborto, sobre el derecho a decidir, pero yo me esforcé muchísimo porque -aunque a la novela se colara la actualidad y ciertas noticias y ciertas cosas que la madre y la hija leen- no fuera un libro en ningún sentido manifiesto y que no fuera un libro de ninguna manera teórico, discursivo. Porque yo, algo que tengo claro como el agua, es que cuando yo leo una novela, lo que quiero es que me cuenten una historia. A mí en las novelas no me interesan las teorías, sino las experiencias; me interesaba mucho aterrizar todo lo que había investigado en cómo se ven, qué se dicen, si se abrazan fuerte, si se abrazan poquito, si se dicen, si no se dicen, a dónde van, cómo preguntan, cómo no preguntan, cómo reflexionan, cómo reaccionan ante lo que la otra tiene que decir. Es decir, cómo todo eso se representa en nuestra vida cotidiana y en lo menor que es la vida inmediata. Porque si yo quisiera hacer una reflexión sobre el abandono, sobre el aborto, sobre las maternidades, sobre ser hija, sobre el deseo de no ser madre, pues escribiría un ensayo. Yo quería ver cómo interactuaban estas tres mujeres entre ellas, en un contexto donde todo esto es asfixiante. Poner el ojo en diferentes violencias que a mí me interesan, políticamente como lucha, pero literariamente también, cómo se vive un embarazo, que es para mí la experiencia más íntima que puede existir. Me interesan esos límites de la experiencia, esas ambivalencias. Y todo lo que me alimentó en la teoría y en la investigación está puesto en gestos, en miradas, en diálogos, pero no en el discurso, en lecturas, con mucha humildad. Para mí es importante cuando las novelas cuentan historias, más que nos quieran educar. Yo no quería educar a nadie. Y para mí lo más importante es que alguien lea este libro y diga, “ah, me dejó pensando..”
Eso es. Te deja pensando. Me llama mucho la atención que hablas de esa humildad y creo que a lo largo de las pausas o cambios de página que utilizas te deja pensando… “ok, esto no me está regañando, no me está diciendo que está mal dejar a un bebé o está mal dar en adopción, sino que es una decisión muy personal, muy íntima y me habla también a mí como hijo me hace pensar en no juzgar excesivamente las acciones de mi madre… ¿Hay algo que no has dicho o escrito porque te haya dolido mucho o haya sido muy personal?
Porque haya sido muy personal, no. Creo que ahí no tengo ninguna vergüenza. En el último momento de escritura, en los últimos dos meses, que es donde yo creo que realmente se escribe la novela, quité alrededor de 100 páginas.Y eso fue porque empecé a trabajar con editores. Yo siempre digo que es muy importante trabajar con amigos, más que con editores. Porque los amigos tienen mucha confianza para decirte lo que está mal. Y yo tuve grandes amigos que leyeron esta novela. César Tejeda, Alejandra Mofat, Silvia Aguilar, Jazmín Avarrera, Yolanda Segura.
Después la leyó Francisco, que es mi pareja, que es un gran editor, y fue muy bueno porque si tus amigos tienen confianza para decirte lo que está mal y lo que no sirve, tu pareja no tiene piedad en destruirte. Francisco me animó a borrar muchísimas cosas que la novela no necesitaba en donde yo explicaba cosas. Y fue curioso porque su lectura me ayudó a recuperar esa primera vocación de la novela, que era de brevedad y de minimalismo, en donde el lector tiene que imaginar mucho y reflexionar mucho. Y claro, lo que pasa es que a mí me gusta mucho escribir, entonces yo me fui me fui, me fui, me fui… Me dediqué a escribir muchísimas más escenas, muchísimas más explicaciones de por qué ellas hacen lo que hacen, muchísima más información, muchísimas más notas periodísticas, muchísimas más reflexiones y lecturas y citas. Y ahí fue donde agarramos el machete y corté, corté y corté. En algunas cosas le hice caso y en algunas no. Él, por ejemplo, hay una escena que no voy a decir cuál es, pero él me decía, esta escena se tiene que ir. Y es una escena que muchísima gente me ha dicho es la mejor escena de la novela.
Entonces, también tienes que confiar en ti. Y eso fue muy interesante porque yo tuve dos lectores al final de la novela. Francisco, que es mi pareja, que es un destructor sin piedad y que no le importa romperte el corazón. Y una amiga que es una poeta que se llama Andrea Cote. Ella me decía, esta es la escena más importante de esta novela. En esta escena se conjuga toda la novela. Y él me decía, “la tienes que quitar”. Y yo no sabía qué hacer. Y entonces me respondió, quizá, con una de las cosas más importantes que alguien me ha dicho como escritora: “ha llegado el momento de elegir quiénes son tus lectores.”
Decidí dejar la escena… y es una escena a la que le ha ido muy bien en los corazones de mis lectores.
Sé que empezaste a imaginar muchas cosas y que muchas cosas parten de tu propia experiencia. Pero a mí me gustó mucho cómo basas muchas de nuestras realidades en los sueños. La importancia de los sueños. Lo dice David Lynch todo el tiempo. La importancia de los sueños es algo más metafísico, es algo más sensorial. ¿Es importante para ti, en el sentido de Julia, de Celeste, de Catalina, que le den importancia a los sueños? ¿Y a ti te parece importante como Elvira Liceaga?
Sí, para mí los sueños son muy importantes desde siempre. Siempre he querido ser esa persona que tiene un diario de sueños y que recién se levanta, los escribe, porque dicen que mientras más los escribes, más recuerdas tus sueños. Y yo soy muy indisciplinada y nunca lo he logrado. Ojalá, ojalá un día sea esa persona. Son muy importantes. Yo, como ya dije, soy hija de terapeuta y a mí, cuando tenía 13 años, mi mamá tocó la puerta de una psicoanalista, me empujó y cerró la puerta, y nunca he dejado de ir a terapias. Para mí los sueños son parte total de la autobiografía. Y cuentan tanto como cuenta la vida real, porque además ahí se demuestra quiénes somos. Y quiénes somos sin tapujos, y cuáles son nuestros miedos, y cuáles son nuestras angustias, nuestros deseos.
Freud decía que eres todos los elementos de tu sueño. Eres el pasto, eres la otra persona, eres la maceta. Entonces, como que me interesa mucho la interpretación de los sueños, no en un sentido místico, mágico, sino en un sentido de complementar la realidad. ¿Por qué soñamos lo que soñamos? Y me gusta mucho cuando nos encontramos en los sueños. No porque tengamos el mismo sueño, sino porque a veces los sueños se encuentran primero a nuestra realidad. Yo a veces sueño cosas que quiero que me pasen, y luego yo creo que provoco que me pasen. Creo que hay unas conexiones invisibles, desde luego, pero también un poco inexplicables en los sueños. Y me interesa el análisis de los sueños. Yo siempre estoy dispuesta a que la gente me cuente sus sueños, aunque sé que hay gente que dice que es horrible, que qué flojera que la gente te cuente sus sueños, y qué flojera escribir de los sueños de alguien.
En esta novela Julia sueña cosas que cree que está soñando ella, pero que son los sueños que Silvia no se atreve a tener. Y le dice, oye, soñé este sueño, pero yo creo que este sueño es tuyo. Y la otra le dice, pero si lo soñaste tú, no yo. No será que tú tal y tal… Y entonces empiezan a tener un diálogo ahí que nos revela cuál es la relación entre ellas dos, que están, proyectándose una en la otra. Y algo que me doy cuenta que los sueños catalizan la novela, es cuando uno cree que sabe lo que la otra necesita pero en realidad quien necesita ayuda es una misma. Eso para mí es uno de los leitmotivs más importantes de la novela. Creer que puedes ayudar al otro cuando en realidad nadie necesita que lo vengan a salvar.
¿Por qué crees que Julia es movida para tratar de ayudar a una sola persona cuando puede seguir ayudando a varias? ¿Cómo construiste esa ficción de Julia? Ese ángulo de… “están mal muchas cosas, pero pueden estar bien si tú lo decides…”
Yo he sido alfabetizadora rural, entonces toda mi vida he estado marcada por estas experiencias en donde tú te sientas con alguien que todavía no sabe leer o escribir a tratar de enseñarle cómo. Y en ese encuentro, en donde hay mucha verticalidad, se subvierte esa verticalidad, porque en cada una de las experiencias que yo he tenido, quien acaba aprendiendo eres tú, y quien acaba siendo el maestro es el que se supone que se le iba a enseñar.
Y se cuestiona mucho la utilidad de la escritura. ¿Para qué de veras nos sirve escribir? Es la experiencia de aprender a escribir algo en donde todos podemos aprender, y de qué manera la escritura es una herramienta de domesticación y no una herramienta de liberación. Yo quería poner eso de una manera realmente muy sutil, muy sutil, porque el libro no se trata sobre la escritura, aunque un poquito sí, no se trata sobre el aprendizaje, aunque un poquito sí, no se trata sobre el enseñar y acabar siendo enseñado, aunque un poquito sí. Entonces yo quería que todo eso viviera de una manera en la experiencia de estas tres mujeres, sin que se tratara de un tema. Yo no quería hacer una novela de temas, yo quería hacer una novela de experiencias. Claro, está el tema de la escritura, está el tema de las maternidades, está el tema de ser hija, está el tema del voluntariado, el ayudar. Pero yo quería escapar de los temas y bajar a la experiencia, bajar al cuerpo, bajar a las palabras, bajar a los diálogos, a los encuentros. Entonces con estas experiencias personales de haber alfabetizado y haber voluntariado con estas chicas, me di cuenta que lo que a mí más me interesaba escribir era cómo se subvierten los lugares. Y por eso hay un momento en donde Julia dice, cómo volvemos a esta lógica protocolar de alumna y maestra sin saber quién es quién. Ya no se sabe quién es la maestra y quién es la alumna, porque todo el tiempo se está comprobando que la que cree que puede enseñar necesita más bien que le enseñen, y es la que tiene que aprender y desaprender mucho.
También me interesaba mucho explorar también de una manera muy sutil estos feminismos que creen que pueden salvar, estos feminismos que creen que saben lo que otras mujeres con menos oportunidades necesitan, como si ellas no fueran capaces de saber qué necesitan. Me interesaba reventar en la relación de Julia y Silvia esas certezas de ciertos feminismos más fresas, más blancos, más privilegiados, que se enfrentan con un ánimo más caritativo a la ayuda cuando eso no es ayudar. Y darse cuenta también que existen personalidades que lo detectan todo el tiempo. Silvia nunca pudo ser engañada, nunca pudo ser persuadida a los deseos un poco ocultos de Julia. Julia tiene muy buenas intenciones, tiene mucho amor hacia Silvia. Julia perdió a una hermana y está buscando sustituir a su hermana, está buscando sustituir a esa fuente de amor, pero Silvia es listísima, y Silvia no se deja, y no se va a dejar, y sabe cómo darse a respetar. A mí me interesaba mucho ese poner todo el tiempo a Julia en su lugar y que Julia no sepa qué está pasando, porque eso pasa, eso pasa. Creo que muchas veces desde el feminismo se tienen muy buenas intenciones, sin embargo, ¿Estamos realmente escuchando? ¿Somos capaces de saber lo que la otra persona necesita? y lejos de los feminismos en todas las relaciones, con nuestros padres, con nuestra pareja, con nuestras hijas, con nuestros hijos, con nuestros amigues…
A mí me interesaba mucho esa ceguera, me interesaba muchísimo esa torpeza emocional, en donde estamos llenos de falsas certezas y de pasos falsos también para caminar con el otro, y el otro a veces lo que necesita no es que le digan qué hacer, sino que estén con él, que estén con él. Y eso me pasa todo el tiempo. Siento que a veces, estoy muy sensible, o con crisis, o con algún tipo de transición. Con tristeza, con enojo, con frustración, con decepción, y no necesito que me digan cómo salir, lo que necesito es que estén conmigo. Y a mí me interesaba poner a prueba a Julia, ¿sería capaz de desaprender de todas sus certezas y de todas sus formaciones aparentemente muy vanguardistas y feministas para realmente estar con una persona que lo que necesita es que le tomen la mano y te calles?
¿Desaprendiste algunas cosas que hayan sido modificadas en el libro o más bien te enriqueció? Elvira Liceaga fue la misma que comenzó desde esa libreta verde hasta la última palabra escrita? Porque en el proceso de escritura tú te convertiste en madre…
Julia, Catalina y Silvia ya estaban en el papel antes de que yo me embarazara. Yo no quería ser madre, no lo planeaba y de hecho estaba bastante contenta. Empezaba a estar bastante satisfecha con no ser madre y me identificaba con otras mujeres de mi edad no siendo madres que habían decidido no ser madres y decía, “yo soy como ellas y muy bien”. Después me embaracé mientras escribía la novela y yo no me embaracé y dije, sí, quiero ser mamá. Me embaracé y lo pensé muchísimo. Negocié muchísimo con esa Elvira que no quería ser madre y que deseaba una vida sin hijos. Y me enfrenté a un diálogo interno muy poderoso, muy intenso, porque el día en que yo me embaracé y el día en que yo decidí ser madre me convertí en dos personas. La Elvira que quiere ser madre y la Elvira que no quiere ser madre. Y sigo siendo la Elvira que no quiere ser madre. Y sigo siendo la Elvira que decidió en algún momento no tener hijos y tener una vida sin hijos, sin criar. Y por eso vivo ahora en esta especie de duelo de mi vida anterior y en esta especie de doble personalidad. Porque yo no he dejado ser esa otra Elvira pero soy felizmente madre. Y soy una madre que se desespera y que se cansa y que a veces grita y que a veces encuentra sus límites de su cuerpo y de su mente y de su tranquilidad y de su capacidad con una niña que ahora tiene tres años pero que también es felicísima, felicísima.
Entonces en esta doble personalidad yo pude explorar a Silvia. Pude imaginarme y empatizar con alguien que está embarazada pero no quiere criar porque yo misma me planteé abortar durante un par de meses. Y también pude empatizar con el deseo de no ser madre, de no querer pasar la vida criando. De no querer pasar la vida educando, mostrando, enseñando, persiguiendo, alimentando. Todas las tareas de la maternidad son realmente agotadoras y me hacen entender perfectamente por qué alguien decide no tener hijos. Pero al mismo tiempo decía, ¿cómo será vivir con un hijo en la panza o una hija, un hijo en la panza durante nueve meses y después despedirte? Ahí hay una ambivalencia. Aunque respetes totalmente tu deseo de no ser madre. ¿Y cómo se hace vivible ese embarazo? Y claro, eso respecto a Silvia.
Por otra parte, en mi familia ha habido muchos duelos infantiles y yo creo que yo siempre los he traído en el cuerpo. Yo siempre acabo escribiendo sobre estos duelos infantiles que han vivido mis tías, mis primas, mis abuelas. Ese hacer la vida vivible a pesar de haber perdido a una hija o a un hijo me interesa porque es algo con lo que yo he crecido. Yo lo he visto. Y claro que la experiencia de Catalina no es la experiencia de ninguna de las mujeres que yo conozca. Es la experiencia que yo le inventé a Catalina. Pero me interesaba esa ausencia y también el duelo de la hermana que no es algo que yo haya vivido de carne propia afortunadamente, pero lo he visto. Es curioso porque son temas muy difíciles, muy delicados que yo imaginé con mucha ternura y con mucho amor y mucho cuidado. Pero en el cuidado también a veces se cruzan límites, incluso cuando hay muy buenas intenciones.
Julia, por ejemplo, quiere cuidar a su madre, Catalina, porque ha vuelto el duelo de Celeste, y hay un momento en donde Catalina le dice “no, yo solita puedo; es más, lo que necesito es que te vayas y me dejes sufrir a gusto.” Entonces, esos límites son importantes en la novela. Y claro, me hizo entender muchísimo por qué la gente decide no criar, qué sucede cuando abandonas, qué sucede con el cuerpo materno, cuándo das en adopción, cómo se vive cuando perdiste a una hermana. Hay muchas preguntas en la novela y creo que ninguna realmente se resuelve porque entre todas, lo que hay son experiencias intuitivas y conscientes de aprendizajes de cómo hacer la vida vivible con estos duelos, que nunca realmente terminan de sanar para estas tres mujeres.
Elvira Liceaga además de escritora, es guionista, docente y locutora de radio. Las vigilantes ya está disponible en formato físico, electrónico y audiolibro.