Por José Ignacio Lanzagorta García
Manuel Bartlett nunca declaró que el sistema se cayó como suele atribuírsele. De hecho, por casi tres décadas había sido realmente muy poco lo que había dicho sobre la noche del 6 de julio de 1988 en la que presidiendo la Comisión Federal Electoral (CFE) de la Secretaría de Gobernación, señaló que hubo una “falla técnica” en el nuevo sistema electrónico que impedía ir conociendo el progreso de los resultados de los comicios presidenciales. Fue el representante del PAN ante dicha comisión, Diego Fernández de Cevallos, quien en su muy particular lírica sentenció una versión que suscribirían otros representantes: “el sistema se calló, pero del verbo callar, no caer”. Él y el entonces representante de los partidos socialistas, Jorge Alcocer, dicen que eso fue lo que ocurrió: las pantallas del sistema se apagaron luego de recibir un primer corte de casillas de la capital del país, una muestra donde la ventaja no era favorable para el PRI. Nada más. Pero tampoco menos.
Tras la elección, Manuel Bartlett se convirtió en Secretario de Educación Pública del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, con quien había rivalizado por la candidatura presidencial. Más adelante dejó el cargo para gobernar su entidad, Puebla. En esos seis años guardó silencio sobre la noche del 88. Las consignas se volvieron dogmas. Las teorías sobre cómo fue que cayó el sistema se diseminaron. Desde la izquierda fue fraude. El candidato de izquierda y disidente del PRI, Cuauhtémoc Cárdenas, habría ganado la elección. Desde ahí, el clima de autoritarismo del régimen era tal que podían darse el lujo del cinismo: el propio Secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, habría declarado que “se cayó el sistema”. Desde la derecha hubo ambivalencias entre el colaboracionismo con el régimen y la resistencia. El candidato del PAN, Manuel Clouthier, nombró un gabinete alternativo, exigió reformas electorales y denunció ése y otros fraudes hasta su trágica muerte en una carretera un año después. Más adelante la bancada de su partido votaría junto con el PRI la destrucción de los paquetes electorales que pudieran demostrar aritméticamente el resultado.
Los nombres que poblaron el imaginario del fraude fueron principalmente tres: Miguel de la Madrid, Fernando Elías Calles y, por supuesto, Manuel Bartlett. Todos herméticos sobre este asunto hasta que la siguiente elección presidencial los obligó a dar algunas escuetas declaraciones. A diferencia de los otros dos, Manuel Bartlett no ha salido de la escena política mexicana en todo este tiempo. Senador por el PRI entre 2000 y 2006, donde, además de temas de reforma del Estado, comenzó a mostrar una gran inclinación por el sector energético y, a su vez, un distanciamiento con su partido hasta terminar apoyando a López Obrador en su primera campaña presidencial. Para 2012, Bartlett fue electo nuevamente senador, pero ahora por el PT. Quedó, sin embargo, como el abanderado simbólico de un fraude del 88.
Ahora, a sus 82 años, López Obrador anunció que lo nombrará como titular de la Comisión Federal de Electricidad cuando arranque su gobierno. El escándalo volvió a él a través de las mismas siglas: “CFE”. La pregunta que muchos se hacen no es si Manuel Bartlett, por sus credenciales, por sus conocimientos técnicos o por sus habilidades políticas, por su agenda en el sector y tal vez también por su edad, es el administrador público más apropiado o no para el cargo, sino si lo merece o no en virtud del símbolo del fraude electoral de 1988.
En una entrevista a Reforma, 29 años después de esa noche, apenas el año pasado, Bartlett dio su más claro deslinde: no hubo tal caída del sistema, no hubo fraude cibernético, habría sido nada más una falla en el sistema cuando se apagaron las pantallas. Sin embargo, sí hubo fraude: Carlos Salinas no ganó, fue lo que dijo. La operación electoral estuvo en otros lados, algunos que escapaban, dice, su mirada y su conocimiento. Sin embargo, dado su cargo entonces, ¿escaparían por eso su responsabilidad? ¿No le correspondería, por lo menos, denunciarlos inmediatamente y no tres décadas después? Eso no lo dice en la entrevista.
Bartlett es un nacionalista, es un político y es un administrador público. Sus posiciones en el sector energético, si no son las de un tecnócrata, sí son, sin lugar a dudas y de manera consistente, las del proyecto de nación del gobierno entrante. Incluso dentro de los lopezobradoristas a más de uno le he leído decir que Bartlett estaría mejor aún en Pemex que en la CFE. Al margen de su pasado priista, Bartlett es un político que ha trabajado a pulso y con empeño por esa posición: la de un líder del sector energético que es sólo posible bajo un gobierno nacionalista. Como para tantos que Morena ha dado cobijo, su pasado es irrelevante en tanto sirva al proyecto de nación.
La redención de Manuel Bartlett ante López Obrador no la alcanzó apenas hace unos cinco minutos, como es el caso de la pasarela de panistas que vimos desfilar hace poco. Su adhesión al lopezobradorismo no ha sido oportunista o, por lo menos, tan descarada. Pero no está claro que ésa sea la única redención que importe. La reacción de la familia Clouthier, por ejemplo, ha sido muy elocuente.
Quien esté en contra del proyecto nacionalista energético de López Obrador difícilmente verá con buenos ojos cualquier nombramiento. Al muy técnico por ser muy técnico, al muy político por ser muy político, al muy joven por muy joven… al muy dinosaurio priista protagonista simbólico de las prácticas autoritarias del régimen… pues eso. Dentro de los términos y parámetros ideológicos propios del proyecto lopezobradorista, el nombramiento de Bartlett en CFE suena más casi natural. Lo que descorazona, en todo caso, es encontrar una y otra vez señales de que si el triunfo de Fox no significó la llegada de justicia, verdad y memoria sobre el régimen priista, la “Cuarta Transformación” que promete López Obrador, menos.
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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jicito