Riqueza es un concepto muy usado tanto de forma coloquial como entre los científicos sociales que estudian el progreso de los países o de las personas; sin embargo, es un concepto que por su naturaleza puede resultar fácil de confundir con otros, como con el ingreso. Su diferencia no es trivial y, aunque están relacionados, es importante diferenciarlos para entender distintos aspectos de la desigualdad en México y en el mundo.
La riqueza es lo que en economía suele llamarse un acervo: un acumulado de cierto tipo de bienes, propiedades, activos financieros, acciones de compañías, cuentas de ahorros (no confundirse con otro acervo, el capital), por poner algunos ejemplos. Por otro lado, el ingreso es un flujo, la suma de dinero que se gana y de la cual se consume, se ahorra o se dispone de ciertas formas. La relación entre ambos es que el flujo del ingreso puede convertirse en riqueza conforme se acumula, por ejemplo, ahorrándolo, o que el acervo de riqueza pueda transformarse en ingreso (un buen ejemplo de esto son los dividendos que pagan las acciones a su poseedor).
Imaginemos que somos Bruce Wayne (Batman) y poseemos mansiones, vehículos, compañías, una cuenta de banco enorme (y la baticueva, OBVIAMENTE). Todos esos bienes o activos constituyen nuestra riqueza. Ahora imaginemos que somos Peter Parker (Spiderman) el dinero que obtenemos de vender nuestras fotografías es nuestro ingreso y, si ahorramos durante años y nos pensionamos, esos ahorros se habrán transformado en “riqueza” (muy escasa seguramente).
La distinción es importante porque la riqueza es una forma de decir que poseemos activos, que hemos acumulado por nuestro trabajo, herencia o de otra forma un cierto tipo de bienes valiosos en el tiempo. La riqueza ha cobrado mucha importancia en el debate sobre la desigualdad en el mundo porque cada vez se ha observado una tendencia acelerada a su acumulación en muy pocas manos.
Algunos estudios, como el elaborado por Oxfam en 2015, han encontrado que hasta el 50% de la riqueza del mundo se encuentra concentrada en el 1% de la población mundial. Para el caso de México, el mismo Oxfam en otro estudio reporta que el 10% más rico del país (el decil 10) concentra el 64% de la riqueza existente.
Estas cifras son preocupantes porque la alta concentración de la riqueza tiene implicaciones serias para la sociedad, no es un grupo de personas que nomás se sientan a contar su dinero como Rico McPato.
La concentración de la riqueza implica un enorme poder político, poder para modificar las reglas de convivencia en la sociedad que a su vez facilitan una mayor acumulación vía la captura de rentas en la economía. Por ejemplo, modificando los códigos fiscales para pagar menos impuestos o cabildeando ciertas decisiones que pueden representar oportunidades de negocio.
La alta concentración del ingreso genera diferencias abismales en la igualdad de oportunidades, mientras unas pocas personas tienen acceso a bienes y servicios que les dan ventajas a lo largo de su vida al poder generar bienes club (los economistas llamamos bienes club a la provisión privada de ciertos satisfactores que excluyen a la mayoría de la sociedad, contrario a un bien o servicio público), la gran mayoría se encuentra con una sociedad desigual. La igualdad en los resultados de hoy es importante porque determina la igualdad de oportunidades el día de mañana, la alta concentración de la riqueza rompe con esto al generar baja movilidad social.
Por ejemplo, en México, de acuerdo a datos del CEEY, una persona que nace en el 20% más pobre del país tiene apenas un 4% de probabilidades de llegar al 20% más rico, mientras que una persona que nace en el 20% más rico de la sociedad tiene un 80% de probabilidades de permanecer ahí.
Una sociedad tan inmóvil es una sociedad menos democrática y con menor cohesión social.
Una forma muy sencilla de imaginar esto es si nos trasladamos al universo de A Song of Ice and Fire (Game of Thrones). La riqueza de las grandes familias de Westeros ha sido constante durante siglos, los Lannister siempre han sido los más ricos y por tanto poderosos, usando su fortuna para ejercer poder político y modificar el arreglo institucional de su mundo a su conveniencia.
Entendiendo la diferencia entre la riqueza y el ingreso y la importancia política y social de la misma, nos queda una pregunta por contestar: ¿por qué nos importa la desigualdad?
La desigualdad es importante porque, además de los efectos sociales y políticos que describí antes, tiene efectos económicos. Un país más desigual tiende a crecer menos. Por ejemplo, un estudio reciente de la OECD encontró que México ha perdido cerca de 11.3 puntos porcentuales del PIB por efecto de la desigualdad en los últimos 20 años. La economía ha dejado de crecer alrededor de medio punto del PIB todos los años.
La forma en que la desigualdad afecta al crecimiento tiene muchos mecanismos: genera inestabilidad macroeconómica, causa que se desaprovechen oportunidades de inversión que con una distribución más equitativa de la riqueza y del ingreso se aprovecharían, y pervierte una serie de mecanismos en la economía que favorecen la formación de monopolios y la captura de rentas en detrimento de la mayoría de la población.
La desigualdad es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo. Durante la segunda mitad del siglo XX disminuyó por una serie de políticas que causaron la mejora en la calidad de vida de los países—entre ellas, la implementación del estado de bienestar; desafortunadamente, durante las últimas décadas abandonamos aquello que la contenía. Durante los últimos 30 años ha resurgido poco a poco desde dentro de las sociedades, como lo hizo el Imperio Galáctico sobre las ruinas de la República en Star Wars, y amenaza con segregar a nuestras sociedades y sumergirlas en desesperación, así como el Imperio con su Estrella de la Muerte amenazaba a incontables planetas.
Afortunadamente no necesitamos robarnos los planos de la Estrella de la Muerte para detener a la desigualdad, en su lugar tenemos que hacer algo un poco menos arriesgado y eso es transformar la forma en que conducimos nuestras economías, fomentar un desarrollo inclusivo y el regreso de un estado de bienestar preparado para los retos del siglo XXI.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda