Por Rodolfo De la Torre
Por cerca de 25 siglos la fábula de la hormiga y la cigarra ha permitido ejemplificar el valor de la previsión, el trabajo y el ahorro, virtudes de la hormiga, respecto al costo del descuido, la flojera y el dispendio, vicios de la cigarra. También ha permitido a muchos contar una historia de los orígenes de la desigualdad: los que se esfuerzan, como la hormiga, terminan en una mejor posición que los que no lo hacen, como la cigarra. Sin embargo, en pleno siglo XXI, es necesario actualizar esta historia con las herramientas económicas y estadísticas con las que no contó Esopo.
Por ejemplo, una investigación en curso del Centro de Estudios Espinosa Yglesias muestra que las diferencias en salud entre las personas, medida de acuerdo a los años que en promedio podrían llegar a vivir, dependen en menos de 30% de las decisiones individuales. Es decir, factores fuera del control de las personas, como la propia salud de sus padres, la edad, la existencia de servicios de salud y otras circunstancias, son las principales causas de que algunos vivan vidas más cortas que otros. Nuestra responsabilidad, en cuanto a hábitos de vida saludable, importa, pero tal vez menos de lo que creemos.
El mismo estudio muestra que la desigualdad se hereda de una generación a otra. Hijos con un gran rezago escolar, por ejemplo, suelen provenir de hogares donde los padres tuvieron pocos años de escuela. Cerca del 50% de la desigualdad en los logros o fracasos escolares se explica por el origen familiar. Puesto de otra forma, si todos los alumnos pusieran el mismo empeño en estudiar, los favorecidos por su origen familiar simplemente terminarían el año en que están inscritos, mientras que otros, por las adversidades que aún tienen que vencer, apenas estarían comprando el derecho a un “volado” para ver si se mantienen o no estudiando.
Las desigualdades en salud y educación se acumulan con el tiempo y terminan expresándose en pesos y centavos al llegar el momento de trabajar. El Informe sobre Desarrollo México 2016, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, establece que la mitad de la desigualdad del ingreso está explicada por lo que les ocurre a las personas antes de los 18 años. Y esta desigualdad, en México, puede ser enorme. En las estimaciones más recientes y ajustadas a la realidad, investigadores del INEGI han encontrado que el 1% de los hogares más ricos ganan tanto como el 60% de los más pobres.
Esta desigualdad no es inevitable. La intervención gubernamental puede reducirla sustancialmente mediante políticas como la educación pública gratuita y de calidad, el acceso universal a servicios de salud y programas sociales que concentran su atención en la población más pobre. Muchos países europeos tienen una desigualdad originada en el libre mercado similar a la nuestra que, sin embargo, es notoriamente atenuada por la efectividad de sus acciones redistributivas. En México la capacidad de la política pública para reducir las desigualdades de ingreso es casi nula. En América Latina, países como Argentina, Brasil o Uruguay, nos superan en ese rubro.
¿Y por qué no tenemos políticas públicas redistributivas que sirvan? Ciertamente no es por desconocimiento, pues los diagnósticos y las recomendaciones no son secretos. En gran medida la desigualdad persiste por reglas del juego social, denominadas leyes e instituciones, sesgadas en contra del interés colectivo. El Informe sobre Desarrollo Humano México 2011 documenta cómo los sistemas políticos en América Latina, y México en particular, han debilitado el poder de negociación de los trabajadores, han favorecido el poder monopólico empresarial y han tolerado una elevada corrupción.
De esta forma, es bastante común encontrar cigarras enriquecidas por la manipulación de leyes y la captura de instituciones, mientras existen hormigas empobrecidas cargando no sólo el peso de sus circunstancias adversas y su herencia familiar, sino también el costo de gobiernos que no representan sus intereses.
La fábula original de la hormiga y la cigarra es un cuento de niños maravilloso y aleccionador. Para las nuevas generaciones, que han dejado de ser niños, requerimos una nueva fábula con su respectiva moraleja.
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Rodolfo de la Torre es Director del Programa de Desarrollo Social con Equidad del Centro de Estudios Espinosa Yglesias.
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