Conciertos hay muchos en todo México, sobre todo en el Distrito Federal. La sobreoferta de espectáculos musicales de corte internacional mes tras mes, apabulla a los miles que a estas alturas del partido deben agendar sus gustos, además que sus bolsillos sufren los embates del costo del boletaje. En esta suerte de ruleta rusa, quienes escogieron asistir al cierre del Bestia Festival fueron los que ganaron el premio mayor del mes y quizás hasta del año.
El recinto es la Estación Indianilla, espacio cultural que también ha servido para eventos musicales y que en esta ocasión luciría como el marco perfecto para demostrar cómo se debe llevar a cabo un concierto. La entrada fue de lo más ordenada y eso que había gran número de personas esperando su admisión al lugar por la no muy amplia puerta del lugar. Una vez adentro, en el vestíbulo había una exposición de grabados/gráficas, las cuales eran alusivas a la herida abierta que han dejado los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.
En el área contigua y en punto de las 9 de la noche, en el escenario aparecían los intergantes del grupo (SIC) quienes echaron a volar el equipo de audio, el cual sorprendentemente se escuchaba perfecto. Y no se usa la palabra a la ligera. En verdad el sonido era impecable. Julian Bonequi y Rodrigo Ambriz, dos vocalistas extremos polivocales, armados con batería, micrófonos y una consola, expulsaron sonidos de orden inclasificable que bien podrían describirse como el sonido de la tierra en la época de las cavernas. No había canciones como regularmente las conocemos, más bien eran expresiones sonoras que en verdad remontaban a estados primigenios y uno bien podía imaginarse perseguido por una estampida de mamuts o una parvada de enojados pterodáctilos. Después de esta actuación la banda partirá a Europa para presentarse en diversos shows por Suiza, Alemania y Francia.
Los enmascarados del Monogatari también desestabilizaron el escenario a base de ritmos que cruzan las fronteras entre los géneros más ruidosos y densos. Ambientes llenos de capas de ruidos varios, estallaban de repente en explosiones de algo similar al Grindcore o al Black Metal, además de echar mano de toda suerte de secuencias, pads electrónicos y pedales conectados sólo a sus guitarras, sino también a instrumentos tan dispares como platillos.
Una de las cartas fuertes e la noche eran los legendarios The Ex, holandeses formados a fines de los 80 quienes se hicieron famosos dentro de la escena Punk con tendencias de corte anarquista (ojalá que no esté leyendo esto Mancera, no sea que los vaya a arrestar). Al paso de los años la banda fue evolucionando y “complicando” más su sonido, incorporando influencias de Jazz, New Wave, Progresivo y Post-Punk, cosa que se hizo patente en el escenario del Bestia Festival. Andy Moor, Terrie Hessels (más conocido como Terrie Ex), Katherina Bornefeld y Arnold de Boer, tocaron con gran potencia y energía ante los ya varios cientos ubicados frente al entarimado. El sonido de la más alta calidad, dejaba apreciar todas las notas y golpes que la banda desataba por las bocinas. La baterista de repente saltaba al frente de la banda para tomar el microfono y Terrie Ex atacaba su guitarra con una baqueta de la batería entre rolas bien definidas que de repente abrían compuertas a la improvisación.
El gran momento de la noche había llegado, el ambiente se hallaba electrificado y se respiraba cierta tensión mezclada con impaciencia, pues después de 29 años de ausencia finalmente el público mexicano podría presenciar a los oriundos de Oakland, Neurosis.
Si durante todo el show las bandas anteriores habían gozado de un efectivo sonido, Neurosis atacaba con mayor contundencia y claridad, comenzando con “A Sun That Never Sets”. Estábamos siendo testigos de lo que seguramente será el mejor audio de concierto que se haya escuchado en todo el año. El poder de la banda era inaudito, se podían escuchar cada uno de los instrumentos de forma impecable. Scott Kelly está al frente de la banda con su enorme y tatuada humanidad, desgarrando su guitarra. Steve Von Till a su diestra, también blandía su lira al tiempo que llevaba la voz, que pasaba de ser un macabro barítono a convertirse en una hidra furiosa. Ambos caballeros no lucen cabello largo pero sí portan unas crecidas barbas que les rozan el cuello.
Para el segundo tema, “Locust Star”, los dos guitarristas llevan las voces potentísimas, como si declararan la guerra a la humanidad y hacia el final de de la rola, de repente el bajista Dave Edwardson emerge con una aun más potente, como un monstruo, un Tiranosaurio, es Hulk, es Godzilla destruyendo todo a su paso. Así llega “At The Well” con más de 10 minutos de distorsión y riffs contundentes, desde el mundo de las sombras.
El tecladista/ruidero Noah Landis, literalmente asestaba golpes a su modulo de efectos y cables. Entre cada rola hay una intro, no hay saludos a la gente, ni una sola palabra, el grupo está aquí para hacer lo que corresponde: tocar. Para el momento que llegan “Distill” y “The Tide”, es claro que el público es presa del poder de la banda, quienes golpean todos nuestros sentidos como si fueran un tsunami de mazos. No hay nadie coreando las líneas de guitarra, no hay saltos, nadie platica, nadie baila. Es más, en un hecho sin precedentes, por primera vez en la historia, ¡nadie está grabando nada con su celular! El grupo no lo permite, le cierra la boca a todos y paraliza sus actividades a base de canciones. Por fin el público está poniendo atención a lo que pasa en el escenario y no en sus templos virtuales.
Los tonos ultra graves están a la orden del día. Cada golpe del bombo nos rebota en el cuerpo, es una patada de elefante, un coletazo de ballena. El baterista Jason Roeder, también dio cátedra de precisión y resistencia, pese a estar sumido en la oscuridad durante casi todo el show. Así una tras otra, y como lo prometió Scott Kelly en entrevista previa, Neurosis construyó una gigantesca torre sónica con pesados bloques de volumen y distorsión, hasta hacerla estallar en mil pedazos que cayeron sobre nosotros con el tema final “Stones From The Sky”. Dos horas y 10 temas, insuficientes para saciar la sed de casi tres décadas, mucho más cuando se presencia una banda de este calibre con una excelente producción y un magistral trabajo de audio provisto por el señor Daniel Goldaracena, destacado ingeniero y productor.
Algunas interrogantes deja este magnífico concierto: ¿Por qué no suenan todos los conciertos así?, ¿qué es lo difícil de hacer que los shows suenen bien?. Hay infraestructura, ingenieros facultados, equipo de primer nivel y sin embargo seguimos teniendo conciertos caros con audio deficiente, claro, con sus honrosísimas y muy contadas excepciones. Evidentemente las buenas cosas cuestan más pero ¿no valdría la pena pagar cada centavo de nuestro golpeado y devaluado salario a cambio de obtener un audio/show de calidad? ($550 pesos en este caso, un precio que fue una ganga ante el concierto que se ofreció), ¿aprenderemos finalmente que los conciertos son más que “eventos sociales” para ir a tomarse la foto y presumir que “estuvimos ahí”?, ¿volvería a tener un lugar preponderante la música, lo que ejecutan los músicos y se propaga por bocinas, por sobre ir a “pasar lista” a los conciertos?. Las cosas se pueden hacer muy bien, se puede dejar a un público complacido, con lo cual se construye una escena y hay garantías de que el público volverá a todos los conciertos que hagas. El Bestia Festival lo dejó muy claro y ha dejado también la vara muy alta.
En sus redes sociales Neurosis prometió: “Ciudad de México, lo haremos de nuevo. Gracias”. Desde ahora mismo los estamos esperando con la misma ansiedad que desde hace 29 años.
FB: IvanNieblas
Fotos: Diego Figueroa