Por Mariana Oliver

Jem – Parecen normales, pero descubrieron que

podían hacer lo que querían.

Black Mirror llegó a las pantallas británicas en el invierno de 2011. Se trata de una serie incómoda y estupendamente escrita en la que Charlie Brooker apostó a capítulos independientes y complejos, pese a que la mayoría de las series contemporáneas están diseñadas para atrapar la atención con una narrativa que se enlaza capítulo tras capítulo, replicando la fórmula ya probada de Las mil y una noches. En Black Mirror cada episodio contiene en sí mismo el principio y el final, por lo que es necesario encontrar una y otra vez los códigos de lectura.

Imagen: netflix.com

Quisiera decir que llegué tarde a Black Mirror como a otras tantas series en las que las referencias me parecen lejanas, por no decir ajenas, pero no es así. Black Mirror es la construcción de distopías que nos estremecen porque son probables. No plantean un futuro lejano e inalcanzable, cuestionan el presente y delatan que en cualquier momento podría romperse.

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La habitación parece normal: una cama, una silla, ventanas. Hay un calendario con los días tachados, fotografías, como en todas las casas, y objetos tocados por el calor de lo cotidiano que hablan de la presencia de quienes viven ahí. Nadie sospecharía que se trata de un  montaje.

Una mujer negra despierta súbitamente en la habitación. Se lleva las manos a la nuca con un gesto de dolor. Tiene las muñecas envueltas con vendas. En el suelo hay pastillas derramadas, frascos de color ámbar. No sabe quién es, ni qué hace ahí. Su memoria es una sucesión de retazos inconexos que se manifiestan de manera intermitente. Frente a ella una pantalla proyecta un símbolo blanco, aún incomprensible. Se llama Victoria Skillane, pero no lo recuerda. Tampoco sabe, todavía, que frente a ella no solo está transcurriendo el presente, sino que tiene ante sí una reproducción del pasado y del futuro.

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Victoria saldrá de la casa intentando encontrar alguna explicación. Hay gente observándola desde las ventanas y las calles, apuntan hacia ella con las cámaras de sus teléfonos que no cesan de disparar. Es un sonido habitual. Nadie le habla y procuran no mirarla directamente, sino a través de las pantallas. La imagen se multiplica al infinito.

Victoria se encontrará con diversos cazadores en la travesía que le espera, la mayoría de ellos tendrán el rostro cubierto. Encontrará también supuestos aliados, como una mujer joven llamada Jem, quien le explica lo que está ocurriendo: el símbolo del Oso blanco apareció repentinamente en las pantallas e hizo que la mayoría de las personas se volvieran espectadores que carecen de agencia y se limitan a grabar cuanto ocurre. Así que deben llegar al sur y destruir los transmisores de la señal.

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La memoria y el miedo jugarán en contra de Victoria. Aunque por momentos algo parecería indicarle que se detenga, es guiada sutilmente hasta el cuarto de control del Oso blanco. Ahí se produce el último enfrentamiento con los cazadores. Victoria logra arrebatarle un rifle a uno de ellos y cuando lo dispara no hay pólvora ni estruendo, sino una explosión de trozos de papel brillante. Aquí es cuando la historia da un giro y delata su mecanismo: lo que hemos contemplado hasta ahora es un linchamiento público sofisticado. Victoria Skillane está siendo castigada por secuestrar junto con Iain Rannoch, su prometido, a Jemima, una niña de 6 años. Tras meses de búsqueda, el cadáver de la niña fue encontrado. Iain le prendió fuego y Victoria se limitó a grabar. El oso blanco de peluche se convirtió en el símbolo de la búsqueda de Jemima.

El castigo de Victoria es ejemplar: repetirá lo mismo todos los días, perderá la memoria y volverá a empezar. La angustia de la persecución y la incertidumbre se repetirán una y otra vez. Y también, todos los días, habrá un momento en el que tenga plena conciencia del ciclo ininterrumpido en el que está atrapada. Sabrá entonces que el calendario en la pared no marca el final de castigo, sino la sucesión.  

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Oso blanco es el nombre del “parque de justicia”. El castigo que ahí se aplica es en apariencia sofisticado y se sirve de la tecnología para ejecutarse. Sin embargo, lo que observamos es un linchamiento público al estilo más antiguo. Entre 1890 y 1920 más de 3000 personas fueron linchadas por muchedumbres en el sur de Estados Unidos. Aquellos linchamientos estaban asociados con la reafirmación de la supremacía blanca: la mayoría de las veces, las víctimas eran personas de raza negra.

En aquellos linchamientos era usual que la gente comprara tarjetas postales para rememorar el evento. La diferencia en “Oso blanco” es que la gente produce su propio souvenir, ellos mismos toman las fotografías y las guardan en el teléfono móvil que seguramente reposa a un costado de sus camas mientras duermen. En lo demás es idéntico: Victoria es una mujer negra, los verdugos son blancos, la mayoría de los espectadores también. Es un espectáculo de masas en el que la violencia es el centro de la festividad.

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Charlie Brooker ha puesto en tela de juicio el concepto de justicia y del castigo como una consecuencia ineludible. Al igual que el resto de los que acudieron al “parque de justicia”, Brooker nos convierte en espectadores del castigo. También nosotros hemos mirado a Victoria a través de una pantalla. Ningún espectador puede ser inocente.  

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Mariana Oliver es germanista y maestra en literatura comparada por la UNAM. En 2016 ganó el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos con el libro Aves migratorias.

Twitter: @marianaoliver

 

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