Por Diego Castañeda
Al comienzo de la semana la oficina del representante comercial de los Estados Unidos dio a conocer cuáles son los objetivos que la administración Trump busca con la renegociación del TLCAN. En Canadá y Estados Unidos el documento ha sido recibido con muchas dudas, en México poco se ha dicho y las posturas que dominan parte de la opinión pública subestiman algunos aspectos clave del documento.
La postura frente a la negociación en muchos sentidos podría haber salido de la cabeza de Gollum, como en una discusión interna aún sin conclusión y en la que conviven, por un lado, las ideas tradicionales del comercio internacional que tratados como el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TTP) buscaban implementar y, por el otro, aspectos del proteccionismo y del mercantilismo dignos de hace más de tres siglos.
Por ejemplo, es imposible reconciliar el objetivo principal, la reducción de los déficits bilaterales con México y Canadá (64 mil millones de dólares y 11 mil millones de dólares respectivamente) y el objetivo de mantener una zona libre de aranceles y cuotas. Por necesidad, la reducción de los déficits comerciales implica que Estados Unidos debe exportarnos más y nosotros exportarles menos (o una combinación de las dos), aspecto que es prácticamente imposible de lograr por mecanismos de mercado: sólo podría hacerse a través de proteccionismo; por ende, el documento persigue objetivos mutuamente excluyentes.
De igual manera, objetivos como la eliminación del famoso artículo 19 del TLCAN que establece los mecanismos de resolución de conflictos tendría como efecto hacer que el comercio entre los tres países fuera menos libre. Por ejemplo, de acuerdo a datos del Peterson Institute actualmente tan sólo el 1.3 por ciento de todas las exportaciones de los socios del TLCAN a Estados Unidos sufre investigaciones y procesos de sanción por dumping o por subsidios a las exportaciones. Si el artículo 19 desapareciera este número podría incrementar hasta el 6.6 por ciento, un incremento superior al 500 por ciento. El efecto de la desaparición del mecanismo de resolución de controversias causaría con toda claridad un comercio menos libre en toda la región.
Como este ejemplo podemos encontrar otros objetivos dentro del documento que parecen indicar que la renegociación del tratado será dura, complicada y más larga de lo que se ha reconocido. Estados Unidos busca, en general, llevar al TLCAN los capítulos sobre condiciones laborales, ambientales, propiedad intelectual y comercio electrónico que se encontraban en el TTP. Sin embargo, también busca asegurar que tenga más capacidad de ejercer medidas proteccionistas contra México y Canadá a la vez que se asegura acceso total a los mercados de los dos países. A todas luces los gobiernos de México y Canadá no pueden pensar que la forma en que se da el preámbulo de la negociación es positivo.
El gobierno canadiense ya rechazó públicamente algunos de los objetivos, estableciendo de forma clara que son fronteras que no se pueden pasar. El gobierno mexicano parece optar por una estrategia distinta, la de no hacer muchos comentarios bajo la creencia de que eso le ayuda a tener una posición más fuerte frente a la negociación del acuerdo. Tal postura es debatible y, aunque los expertos mexicanos la respaldan, los expertos tanto en Canadá y Estados Unidos han expresado que esperan una posición más dura por parte de México frente a estos objetivos.
A menos de un mes de que la renegociación comience de manera formal, el día 16 de agosto, México no se encuentra en una posición sólida para enfrentar el proceso. Una de las razones es que tiene una administración en la recta final de su mandato, hecho que por sí mismo limita la capacidad para discutir en un horizonte temporal de largo plazo y este tipo de tratados importan más por sus efectos de largo plazo que los de corto plazo. Por otro lado, enfrenta mucha incertidumbre, ya que en el corazón de la administración Trump no existe un consenso sobre la postura comercial, pero sí hay un conflicto de economía política entre los distintos grupos que apoyan a Trump.
Por ejemplo, una renegociación rápida que siga de guía al TTP fallaría a parte de la base electoral de Trump, a los que les prometió cambios radicales. Sin embargo, intentar hacer cambios radicales implicaría, por necesidad, una negociación larga y lenta sin nada digno de escribir a casa. Por último, quizá un punto que hace a la posición mexicana débil, es que no se conoce una hoja de ruta pública sobre qué objetivos persigue. ¿Qué es lo que el gobierno mexicano considera mejorable al tratado? Si no sabemos qué es lo que queremos, ¿cómo sabremos si lo que conseguimos es positivo o es negativo? ¿Cómo distinguimos entre una victoria o una derrota?
Las negociaciones comerciales históricamente han sido procesos complicados y las que están por comenzar en América del Norte no será la excepción. En promedio, un tratado comercial tarda 46 meses en negociarse, pensar que puede ser rápido es el camino seguro a llevarse una amarga sorpresa. Una negociación rápida es poco probable y, además, es poco deseable, pues robaría al país de la oportunidad de buscar objetivos realmente importantes, como el de la movilidad laboral y la reforma migratoria, objetivos que deben ser prioritarios en la renegociación.
Más allá de las contradicciones del documento que Estados Unidos presentó, se debe reconocer como una propuesta ambiciosa y México debería tener una contrapropuesta igualmente ambiciosa; de lo contrario, es poco probable hacer que esta vez el TLCAN sí funcione para todos.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda