Por Diego Castañeda
“Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”, dice el dicho que famosamente Platón le atribuye a Heráclito. “Imposible el futuro es, siempre en movimiento está” es el famoso dicho de Yoda en el episodio II de Star Wars. En ambos casos se alude a que inevitable que las cosas cambien. Lo mismo puede decirse de los países, sus sociedades y, obviamente, de sus economías.
El largo camino hacia el desarrollo económico siempre ha estado caracterizado por el cambio. A Inglaterra le tomó 200 años llegar a cierto nivel de desarrollo haciendo ciertas cosas (la revolución industrial), los que le siguieron (Alemania, Estados Unidos, Francia) tardaron 100 años haciendo cosas diferentes. Países como Japón o Corea del Sur lo hicieron en 30 años, a su propia manera, con muchos cambios a la receta original. Lo que quiero decir es que el proceso de desarrollo de los países no es homogéneo, está sujeto a sus propios contextos históricos, geográficos, tecnológicos—por mencionar algunos—y siempre a cambios, lo que en el pasado funcionó, no necesariamente lo hace en el futuro; lo que hoy no funciona, no necesariamente funcionará por seguirlo tratando.
Por esto resulta sorprendente (en realidad no sorprende nada) que recientemente unas de las organizaciones empresariales más importantes del país, el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) se expresara preocupada por dos cuestiones, una estrictamente coyuntural y otra más estructural sobre la economía mexicana. La primera es un rechazo a negociar ciertos aspectos de las condiciones laborales en el TLCAN. El argumento del CCE para no querer abordar este tema es que México no podría converger a salarios más altos sin implicar una sustitución entre trabajo y capital (es decir, que se sustituyera trabajadores por máquinas). El argumento del CCE en este punto tiene dos fallas básicas; primero, la misma teoría económica sugiere que conforme dos economías se integran, tal como lo han hecho las economías de México, Estados Unidos y Canadá, se debería tender a una convergencia de precios y salarios; se esperaría, entonces, que las enormes ganancias de productividad que sectores de la economía mexicana han tenido se tradujeran en mayores salarios (eso es la que la teoría nos indica). No obstante, lo que observamos es que en 23 años apenas los salarios han tenido una pequeña ganancia de un par de dólares por hora, lejos de converger han divergido.
¿Cuál podría ser la causa de tal divergencia?
La diferencia de productividades no puede ser la causa, ya que la productividad sectorial sí se ha incrementado. Esto ha hecho pensar a nuestros socios comerciales durante mucho tiempo que nuestro país hace una especie de “dumping laboral”; es decir, que mantiene artificialmente los salarios más bajos de lo que su productividad permite (es importante recordar que hoy el costo de la mano de obra en México ya es inferior incluso al de China). ¿Y qué mantiene artificialmente bajos esos salarios? Existen muchas explicaciones, algunas de ellas pasan por el hecho de que México no respeta su propia legislación laboral de forma plena, no se reconocen muchos derechos laborales, las mismas empresas formales y el mismo gobierno en muchas ocasiones incentivan la informalidad a través de subcontrataciones, no cumplimos plenamente los acuerdos de la Organización Internacional del Trabajo, somos un país en el que existe poca fortaleza sindical—contrario a lo que se suele pensar—, apenas 1 de cada 10 trabajadores pertenece a un sindicato y los que existen no defienden las causas de los trabajadores.
Del primer punto del CCE quizá podemos concluir que las empresas tienen miedo a cambiar en el tema laboral porque piensan que mayores salarios les restarán un margen a sus utilidades. Si esto fuera cierto y la causa de la competitividad de muchas de esas empresas fueran los bajos salarios que se mantienen de forma artificial, entonces quizá, en realidad, muchas de esas empresas no existirían en un mercado donde se respetara de forma plena la ley, quizá esas empresas no existirían en mercados verdaderamente competitivos.
El segundo aspecto en el que el argumento es equivocado es asumir que cualquier incremento en el costo laboral se traduce de forma automática en sustitución por capital (robots). Si bien esto puede ocurrir en algunos sectores, la diferencia entre el costo del trabajo y el costo del capital hoy en día es tan alta que en la mayoría de los casos difícilmente se observaría una sustitución al tener incrementos reales en el nivel de salario. Es importante recordar que una de las causas de que el país en forma general no incremente sus niveles de productividad es que la razón capital/trabajo en la economía ha caído; es decir, cada trabajar cuenta con una “dotación” menor de capital y, por tanto, su productividad se ve limitada. Si la preocupación del CCE está en la posibilidad de un cambio tecnológico que elimine trabajos, la forma de mitigarlo es fomentando la acumulación de capital humano (la adquisición de habilidades, la educación), no explotando trabajadores.
Otra opinión que se expresó es más preocupante. Se habló del miedo para intentar disuadir a la opinión pública de ideas sobre un cambio en el modelo económico y, por ende, en el modelo de desarrollo. La organización empresarial apunta que México debe pensar en ser una economía del siglo XXI, que cambiar el modelo podría ser peligroso, traer incertidumbre. No obstante, los resultados del actual modelo de desarrollo son francamente mediocres. Crecer alrededor de 1 por ciento per cápita (por persona) durante tres décadas implica que el ingreso de las personas se duplica cada 70 años: lejos de converger con las economías avanzadas, cada vez nos rezagamos más.
Lo mismo se podría decir de los niveles de pobreza, que en el mismo lapso de tiempo se mantienen más o menos constantes en términos absolutos: alrededor de 50 millones de personas, de acuerdo a la metodología de CONEVAL. Si observamos la productividad total de los factores (PTF) una medida amplia de innovación y eficiencia en la combinación de capital y trabajo (y otros factores como energía) encontramos que su crecimiento es casi nulo y la mayoría de los años negativos. Si observamos la distribución del ingreso encontramos que hoy más de la mitad de la población vive peor respecto al mundo que lo que hace tres décadas. En pocas palabras, el afán de conservar la estabilidad y no cambiar de modelo, lejos de traer estabilidad al país, está colapsando el desarrollo bajo su propio peso.
Si entendemos que los problemas del país en esos temas y en otros tantos (déficit de infraestructura, deficiencias educativas, etc) muestran las fallas del modelo económico que seguimos, entonces es imposible sostener que el modelo debe mantenerse firme, estático. La necesidad de cambio es evidente.
Es evidente al grado que muchos de los expertos económicos en México y en el mundo se sorprenden al ver cómo en nuestro país se siguen haciendo las mismas cosas durante décadas esperando resultados distintos. Algunos de ellos incluso ven en ello un signo de mediocridad. Para otros, la principal preocupación en nuestra economía es que no crecemos. Contrario a lo que el CCE expresa en sus declaraciones, una buena parte del sector financiero internacional espera con ansias un cambio, que se hagan las cosas de forma diferente para ver si en el mediano plazo podemos tener una mejor trayectoria de desarrollo económico.
Si por temor al cambio nos aferráramos al status quo, la humanidad nunca hubiera dejado de ser una especie de nómadas. Las sociedades que hoy son prósperas seguirían siendo sociedades agrarias. La economía como disciplina académica y como cuestión práctica nunca ha sido estática, con más frecuencia de lo que se suele pensar lo que no funciona se descarta y lo que sí lo hace perdura. La economía mexicana no debería ser la excepción.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda