Por Carlos Brown Solà

Como cada año desde 2014, en el marco del Foro de Davos, la organización no gubernamental OXFAM lanzó hace unos días su reporte sobre la desigualdad global de la riqueza que ha generado, una vez más, mucha discusión y una nueva ronda de críticas. Estas críticas van desde un asunto metodológico hasta creer que cuestionar y combatir la desigualdad económica en el mundo es una cuestión de ‘envidia’. Es importante poner algunas de ellas bajo el reflector y cuestionar su validez ante el estado actual de la injusticia económica global.

Para poder abordar estas críticas, debemos hacer una distinción entre dos términos que se han usado como sinónimos en la discusión pública sobre desigualdad en los últimos meses: ingreso y riqueza. El primero se refiere a un flujo y el segundo a un stock, un acervo. Pensemos, pues, para términos prácticos, que una persona tiene a su disposición un tinaco –la riqueza– y una llave de agua corriente –el ingreso– en su casa. Utiliza el agua corriente en su día a día para beber y para bañarse, y va guardando un poco en el tinaco, de acuerdo a sus posibilidades. A veces deberá hacer uso del agua del tinaco cuando la de la llave no sea suficiente para satisfacer nuestras necesidades.

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Hablemos primero de la desigualdad de ingresos

Branco Milanović ha estudiado durante toda su carrera la desigualdad económica global y ha resumido buena parte de su trabajo en una gráfica, considerada la más importante de 2016 y conocida coloquialmente como ‘la gráfica del elefante’ por su forma. Milanović encontró que en 30 años, entre 1988 y 2008, buena parte del mundo aumentó sus ingresos en términos reales –es decir, que fluye más agua de la llave corriente–, pero para algunos de forma más rápida que para otros.

Los grandes ganadores según la gráfica son las clases medias altas en Europa y Estados Unidos, especialmente el 1 % más rico de la población –la punta de la trompa en el punto C–, que vieron crecer sus ingresos en cerca de 65 por ciento, y las clases medias y medias-bajas en países en desarrollo como China e India –el lomo, alrededor del punto A. Sin embargo, las clases trabajadoras y la clase media europea y estadounidense –en el punto B– no se han beneficiado de este crecimiento de los ingresos, fenómeno que ayuda a explicar en parte el triunfo de Trump y del Brexit, así como el auge de los populismos europeos.

Ahora hablemos de la desigualdad de la riqueza

El nuevo reporte de OXFAM destaca que sólo ocho hombres –sin mujeres entre ellos, por cierto– concentran actualmente la misma cantidad de riqueza (neta) que 3,600 millones de personas en el mundo; es decir, sus 8 tinacos tienen tanta agua como los tinacos de la mitad de la humanidad en este momento. Una frase llamativa que, una vez más, pone la desigualdad económica en el centro de la discusión pública: de acuerdo también a OXFAM, hace apenas un año eran 62, y no 8, quienes concentraban lo mismo que la mitad de la población global. Retomaremos la principal y más recurrente crítica a estas cifras, aunque quedarán muchas más fuera por motivos de espacio: el uso de la riqueza neta como indicador central del reporte.

La riqueza neta se obtiene al sumar, en un momento determinado, todos los activos –financieros y no financieros– de una persona o familia, y restarle todas sus deudas. Es decir, si solamente poseo una mesa, pero mis deudas son mayores que lo que pagué por la mesa (porque me “comieron” los intereses del crédito que usé para pagar la mesa), entonces tengo una riqueza neta negativa. En el ejemplo del agua, esto ocurriría cuando se pide prestada agua a algún vecino o vecina por una cantidad mayor a lo que tenemos en el tinaco. Esta medida es un estándar utilizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que muchas veces no explica los problemas alrededor de la desigualdad, pero que es igualmente válida.

Debemos recordar, además, que la riqueza puede heredarse, lo que provoca que las desigualdades se transmitan también entre generaciones. Así, los multimillonarios de hoy podrán heredar a sus hijos sus enormes tinacos llenos de agua, mientras quienes tienen padres que deben agua actualmente seguramente tendrán mayores limitaciones al empezar su vida. La mayor parte de la población del mundo tiene empeñado su futuro, mientras que unos cuantos (y sus tataranietos) no tienen de qué preocuparse.

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Se suele criticar que, bajo este indicador, una niña colombiana de cinco años –dejando a un lado la capacidad de agencia– con un billete de 1,000 pesos y sin deudas tiene más riqueza que un joven profesionista estadounidense con créditos estudiantiles y pocos bienes. Esta crítica pasa de lado dos realidades: una, que las deudas importan y pesan en la realidad de las personas y representan una carga diaria pesada (lo sabemos muy bien quienes nos hemos enfrentado a un banco por deudas); la segunda, que perder el trabajo o sufrir una enfermedad grave es más difícil de afrontar cuando no tienes ahorro o patrimonio, lo que lleva a muchas personas a endeudarse o vender su poco patrimonio para afrontar las adversidades, ya sea que vivas en Colombia o en Estados Unidos (¿ven por qué importa la seguridad social pública y universal?). Dicho de otra manera, que cuando te cortan el agua corriente y queda poca almacenada en el tinaco, es difícil bañarse o cocinar y muchas veces se tiene que recurrir a pedir agua a un vecino –cuando es posible y que, además, deberemos regresar en el futuro– o a vender el tinaco para ganar dinero y comprar garrafones.

Que nuestros activos sean propios o se deban a alguien más –que el agua sea nuestra o de otros– importa.

La desigualdad económica importa

Las críticas al reporte de OXFAM buscan muchas veces minimizar los efectos de la desigualdad económica en nuestras sociedades ante la opinión pública, y es recurrente leer o escuchar que estos intentos son un reflejo de la “envidia” hacia los multimillonarios, que con “su esfuerzo” han conseguido lo que tienen. Ésa es una historia contada a medias. Muchas de esas personas  multimillonarias comenzaron sus carreras con riqueza heredada de sus familias, como es el caso del ahora presidente Trump, y esa riqueza les permitió concentrar cierto poder político y económico e influir en las instituciones para mantener o mejorar su estatus socioeconómico en detrimento del resto de las personas.

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En países como México, donde la movilidad social –es decir, la capacidad para cambiar, de manera fortuita o deliberada, el estatus socioeconómico propio– es prácticamente nula, origen casi siempre se vuelve destino. Esto ha llevado a nuestro país, y a este mundo, a una situación extrema e insostenible, donde la injusticia es parte del día a día.

Hablar y reconocer el problema es sólo el primer paso, pero por algo se empieza.

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Carlos Brown Solà es economista e internacionalista.

Twitter: @cabrowns

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