Por Karen Villeda

Elena Ferrante está en boca de todos. Su misteriosa identidad ha sido objeto de especulaciones basadas en el sexismo. Se ha inferido que es un hombre e incluso se desarrolló un software para analizar sus textos (a partir de libros escritos por escritores hombres de Italia, por supuesto). Ella, que concede poquísimas entrevistas y siempre por correo electrónico, afirmó para Vanity Fair que “se tiende a encerrar a las escritoras en un gineceo literario”. En la misma entrevista, respondió lo siguiente ante las acusaciones de que su obra era fruto de “un trabajo de un grupo de hombres”: “¿Has oído hablar de que un libro firmado por un autor hombre es en realidad fruto del trabajo de un grupo de mujeres?”. ¿Se imaginan si hubiera dicho algo similar de Molière (seudónimo de Jean-Baptiste Poquelin), Stendhal (Henri Beyle) o de Charles Lutwidge Dodgson, digo, Lewis Carroll? Ni siquiera era concebible cuestionar a un escritor hombre en el siglo pasado, pero en pleno siglo XXI nos enfrentamos a la suspicacia del talento de una mujer. Y qué talento. Elena Ferrante, quien ha escrito Dos amigas, una memorable tetralogía brutalmente honesta sobre la vida de Elena “Lenù” Greco y Raffaella “Lila” Cerullo, nos deslumbra desde la primera página de La amiga estupenda.

¿De qué trata?

Nápoles, Italia. Década de los cincuenta. Una amistad. Dos mujeres, niñas en ese entonces. Ésta es la premisa de La amiga estupenda. Lo que detona esta novela es la desaparición de Lila. Lenù, en un ejercicio de memoria, relata el intimísimo vínculo (a veces campo minado) entre ambas. La amiga estupenda abre con una enigmática confesión:

No siento nostalgia de nuestra niñez, está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, a diario, pero no recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuese especialmente fea. La vida era así y punto; crecíamos con la obligación de complicársela a los demás antes de que nos la complicaran a nosotras.

En la primera entrega de la saga (a la que le siguen Las deudas del cuerpo, Un mal nombre y La niña perdida), ambas niñas (tan distintas como el agua y el aceite) crecen en un barrio empobrecido y violento que se caracteriza por el desencanto que sufrió el Viejo Mundo al encontrarse en plena reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial. El retrato coral de este lugar, en las afueras de la capital de la región de la Campania al sur de Italia, es elemental en La amiga estupenda: “Sin amor, no sólo se seca la vida de las personas, sino también la de las ciudades”. Elena Ferrante despliega, con maestría, los mecanismos emocionales que se entretejen en cada uno de los actos de las dos amigas. Es así que, en la cotidianidad, nos maravillamos con Lenù y Lila, de su primera lectura del clásico Mujercitas, por la que ambas sueñan con ser escritoras, y nos apenamos cuando en la adolescencia, en contraposición de la aplicada Lenù, Lila deja los estudios para encargarse del negocio familiar y sus rumbos parecen separarse:

Temía que en mi ausencia le ocurrieran cosas, buenas o malas. Era un temor antiguo, un temor que no había superado: el miedo de que al perderme trozos de su vida, la mía perdiera intensidad e importancia.

¿Por qué leerla?

Entre alegrías y temores, Lenù y Lila son testigos directos de las vivencias de personajes secundarios que parecen de carne y hueso, como don Achille Caracci, el ogro de la historia (“[m]e aterraba sobre todo que don Achille pudiera tener oídos tan finos para captar incluso los insultos dichos a gran distancia. Temía que viniese a matarlos”), o la Oliviero, la maestra que azuza a sus alumnas para que éstas continúen sus estudios (una escena memorable es cuando la madre de Lenù le dice que estudie por su cuenta para hacer el examen de ingreso al bachillerato elemental porque no pueden pagarle las clases particulares: “No está escrito en ninguna parte que no puedas intentarlo”). Después de leer y releer a Elena Ferrante, una termina por convencerse de que la verdadera amistad es la relación humana más compleja: “Tú eres mi amiga estupenda, tienes que llegar a ser la mejor de todos, de los chicos y las chicas”. Lenù y Lila se graban en tu corazón y, como leí en el estado de Facebook de una colega, “la vida es eso que ocurre mientras lees a Elena Ferrante”.

Elena Ferrante, que fue nombrada como una de las cien personas más influyentes a nivel mundial por la revista Time en 2016, es imprescindible para la literatura contemporánea. Su mayor mérito no solamente reside en ser la creadora de una auténtica obra maestra, sino en ser una escritora bajo sus propios términos y condiciones, sin ceder a la presión mediática de revelar quién es (ha declarado que “el vacío creado por mi ausencia lo llena la escritura en sí misma”). Al recibir el Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán, que se entrega durante la Feria Internacional del Libro de Fráncfort, la novelista y ensayista Susan Sontag dijo que “la literatura es la libertad”. Eso es Elena Ferrante: literatura y libertad.

Elena Ferrante, La amiga estupenda, Barcelona, Lumen, 2012.

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Karen Villeda es escritora. Ha publicado un par de libros para niños, uno de ensayos y cuatro poemarios. En 2015 participó en el Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. En POETronicA (www.poetronica.net) explora la relación entre poesía y multimedia. (Ah, y tiene un gato llamado León Tolstói.)

Twitter: @KarenVilleda

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