Klip, de Maja Milos, llega a las salas comerciales de nuestro país tras un año de su aclamado estreno en la Cineteca Nacional, a donde también regresa. Se trata de una cinta estremecedora de una estética tan brutal como sensual sobre la miseria de una juventud que reproduce el rol impuesto por una aplastante cultura industrial, consistente en una fuerte división de género, un canibalismo social de espantosa voracidad y un interés apenas superficial en básicamente todos los aspectos del mundo, indiferencia que coexiste, de forma irónica, con una profunda sensación de vacío.
¿Te suena familiar? Bien, quizá eso se debe a que estás acostumbrado a (y muy probablemente harto de) ese cine que nos restriega en la cara de forma continua los resultados de la aplicación una moral patriarcal y de una economía desigual. Ok, te sabes el discurso de memoria, ¿por qué entonces ver un filme más al respecto?
Pensemos primero que el cine que consumimos está lleno de lugares comunes, lo que, por cierto, no es necesariamente malo. Decimos que una película refleja con maestría un tema clásico cuando ese lugar común está bien explotado. Decimos que es un aburrido y vulgar cliché cuando lo hace mal.
Klip, con seguridad, se encuentra en el primer grupo. La originalidad de Klip no consiste en presentar un tema inexplorado ni en romper con nuestras categorías. Tampoco consiste en escandalizar nuestra moral ni mucho menos en traer a la luz una situación existente pero poco retratada.
El brillo de Klip consiste justamente en mantener el equilibrio perfecto entre sutileza y dureza al retratar la violencia en sus múltiples facetas. El ojo queda seducido por los cuerpos que con maestría capta la fotografía rústica y valiente de Vladimir Simic, mientras la edición de Stevan Filipovic nos mantiene al borde del asiento por su vertiginoso ritmo.
El título de la película refiere al extraño ritual de la generación postfacebook, dueña natural del smartphone y sus posibildades, consistente en guardar en video el retrato constante de lo inhumano y cruel que hay en la sociedad moderna sin nunca más volverlo a ver: se trata de un registro de audio e imagen que, con todo, es mudo y ciego al momento de establecer la cuestión por el sentido de nuestro hacer.
La actuación de Isidora Simijonovic en el papel protagónico impresiona profundamente por sus desnudos honestos (cosa inesperadamente difícil de lograr) y su mirada tan conmovedora como lasciva.
Klip hace vibrar la pantalla y demuestra que es posible ofrecer una versión fresca de un campo que parece árido de tanto ser visto. En efecto, la crisis del cine contemporáneo, si hay tal, no consiste en la escasez de temas, sino en la de ingenio, por lo que joyas como esta se agradecen.