Jazz Bustamante, de Veracruz, es una mujer transgénero e integrante del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio, de la Red de la Diversidad Sexual y de Género, y fundadora y asesora del Colectivo Ser Humano A.C.

Es alguien que lucha por los derechos de la comunidad LGBT+, pero —como otras personas que buscan que se respeten todas las preferencias sexuales y la identidad de género—, ella ha cruzado por un difícil camino de discriminación, odio, e incluso, ataques físicos y psicológicos.

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De hecho, en más de una ocasión, se enfrentó con las llamadas terapias de conversión. “Tratamientos” psicológicos y hasta religiosos con los que supuestamente organizaciones, clínicas y retiros espirituales buscan corregir la orientación sexual o identidad de género de una persona.

En algunos casos por voluntad propia, y en otros más, de forma obligatoria, sin su aprobación.

Aunque, como indica la psicóloga, investigadora y activista por los derechos de las personas LGBT+, Claudia Gastelo, “no hay una evidencia científica que respalde los ECOSIG”. Sí, como ejemplo agrega: “No hay personas que acudan para cambiar su heterosexualidad, porque es la norma, la heterosexualidad es una sexualidad más”.

“Demonios de la homosexualidad”

La primera ocasión en que encontró algo parecido a los llamados Esfuerzos por Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (ECOSIG), fue cuando tenía 17 años, cuando estaba muy interesada en la religión. Sí, aunque en un principio iba a un templo católico, donde daba catecismo, luego cambió: comenzó a asistir a una iglesia evangélica, pues en la anterior, no les agradaba que se travistiera.

Ya estando en el templo pentecostés, durante una reunión, la pasaron al frente porque le dijeron que el pastor haría una oración por ella, una de sanación.

Sin embargo, el religioso le puso la mano en la frente y comenzó a decir: “En nombre de Cristo Jesús, la sangre de Cristo tiene poder, salgan demonios de la homosexualidad”.

“Fue, digamos, el primer contacto que yo tuve donde me tratan como a una persona enferma o con demonios”, comenta en una entrevista a la distancia.

“Eres un varón de Cristo”

Después de algunas sesiones en la iglesia evangélica, el pastor y una de las hermanas le sugirieron que debía seguir su “guía espiritual” en un templo filial de Valle de Chalco, en el Estado de México.

Al regresar a Veracruz, se comenzó a sentir depresiva.

Antes, cuando tenía ocho años de edad, intentó suicidarse, por lo que ella cuenta que era muy constante que fuera a terapia psicológica. Cuando regresó a su estado natal, se sintió tan mal que un día se cortó el cabello, se vistió con ropa de hombre y lloró por todo lo que le había ocurrido. Desde los 14 o 15 años, Jazz ya había transicionado.

Al regresar a la iglesia, la abrazaron por verla vestida así, hicieron una oración por ella y le dijeron: “Así te quería ver, yo he hecho mucha oración por ti porque eso eres, un varón de Cristo”.

Jazz llega a un supuesto “retiro espiritual”

Jazz se resintió con la iglesia y jamás regresó.

Eso sí, volvió a su transición con mayor fuerza, ya que comenzó un tratamiento hormonal con la ayuda de una endocrinóloga. Ya tenía 21 años, estudiaba psicología y tenía un negocio personal: un salón de belleza.

En una ocasión, una de sus clientas la invitó a asistir a un retiro espiritual que, le dijo, a ella le había funcionado.

Confió.

Así empezó a asistir a una serie de platicas, tipo coaching, —una por semana—, en la que nunca le dijeron que dejara de ser una mujer trans, solo le comentaron que “saldría fortalecida”.

Esta clase de terapias de conversión, en las que las intenciones no son obvias en la primer visita, también son comunes. La psicóloga, Claudia Gastelo, comenta: “Otras personas los refieren como retiros espirituales de grupos religiosos, donde también los privan de su libertad y lo que hacen son diferentes actos contra ellos; desde insultos, han manifestado que los han encadenado, que los dejan sin comer, que incluso han utilizado electrochoques mostrándoles, por ejemplo, pornografía”.

Jazz no sabía que se encontraría con algo así.

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Jazz no sabía que se encontraría con algo así.

“Yo nunca voy a buscar una ECOSIG ni una terapia de conversión, creo que eso hay que dejarlo muy claro. Yo voy con mentiras”, señala. Pagó 500 pesos para asistir a una supuesta “hacienda hermosa” donde se “conectaría con Dios”.

Entonces llegó la hora de ir a la Hacienda de Mina (cerca de Minatitlán, Veracruz), donde estaría tres días. Era viernes por la noche. Llegaron a otro punto donde había más jóvenes, señoras, —incluso niñas y niños. Subirían a cinco autobuses que los llevaron al retiro.

“El lugar de las debilidades humanas”

Les pidieron cerrar los ojos cuando llegaran a la hacienda.

Cuando los abrió, se dio cuenta que había antorchas encendidas, algunos árboles alrededor y unas cabañas que, al parecer, estaban hechas con bambú, madera y techos de palma.

Después de acomodarse en una enorme explanada, de lo primero que se percata es que hay cerca de 300 personas.

También cuenta que, en medio, había un poste alto, algo “rústico” que sostenía un megáfono. Enfrente de éste, se encontraba una pequeña capilla donde había personas haciendo oración. De la bocina comenzó a escucharse la voz de una mujer diciendo: “Han llegado al lugar de las debilidades humanas. De aquí van a salir fortalecidas y fortalecidos, van a nacer en una nueva persona”.

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Foto: Cuartoscuro.

Los coordinadores del retiro los obligaron a repetir las siguientes palabras: “Todo lo que aquí vea, todo lo que aquí haga, todo lo que aquí diga, no lo divulgaré jamás, y en caso de que lo hiciera, que se me regrese 70 veces siete, 70 veces siete”.

Jazz sintió, en ese momento, que se trataba de una especie de pacto.

“Renuncia a tu vida ingobernable”

Los llamados padrinos y madrinas los llevaron a las cabañas. Ya era la madrugada del sábado y comenzaron a responder algunas preguntas sobre su vida, su infancia o situaciones que les causaron daño. Después, a las 10 de la mañana, Jazz cuenta que empezó a reclamar por el hambre. Hasta ese momento solo les habían dado agua, café y té.

Les dieron una torta que sería su única comida hasta el lunes.

El domingo volvieron a llevarlos a la explanada en compañía de sus llamados padrinos. El padrino que le asignaron siempre la trató como hombre y —relata— la hicieron leer todas sus respuestas, cerca de 30 hojas donde Jazz contaba sus experiencias y que  luego debía quemar.

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Tras esto, él padrino la increpó. “Ahora le tienes que pedir perdón a él por tu vida ingobernable y renunciar a la homosexualidad”, dijo.

Jazz cuenta que intentó explicarle que la transexualidad no era ninguna enfermedad. Que no había nada de qué pedir perdón. Sin embargo, el padrino la forzó a terminar el proceso. Después de varias horas de discusión, y más por cansancio que por convencimiento, lo hizo.

También recibió otra “recomendación”. Una que sonó más a amenaza. “Puedes ir con amigas, amigos al cine, a pasear, pero un año no vas a tener relaciones homosexuales, un año te la vas a pasar solo”, le dijo el padrino. “Si tu tienes relaciones sexuales, te vas a morir de sida o te van a mutilar algún brazo o alguna pierna, te vas a quedar ciego o morir en un accidente”.

“Me voy muy enojada, frustrada”

En la explanada, el megáfono comenzó a sonar otra vez. “Repitan conmigo, renuncio al homosexualismo, renuncio al lesbianismo, renuncio a mi vida ingobernable, renuncio a la infidelidad, renuncio a vivir en depresión, renuncio a la mediocridad”, se escuchaba en la multitud.

Mientras, los padrinos les recordaban aquellas cosas que más les dolían, las mismas que habían escrito días antes.

Sí, su padrino le decía: “Ya, renuncia, ríndete, ¿tú crees que esa vida te va a llevar a algo bueno? Esa vida no te va a llevar a nada bueno. Renuncia aquí, deja toda esa carga que tienes en la espalda, déjasela a él (a Dios), renuncia a esa vida ingobernable, renuncia a esa homosexualidad que nada te deja”.

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Jazz se sintió enojada porque estaba utilizando lo que le había contado para hacerla sentir mal. Luego de una serie más de alabanzas, terminó el retiro espiritual. Todos se fueron a comer y en la entrada, un padrino le dijo:

—¿No que no podías? La próxima vez te quiero con el cabello corto, sino yo aquí te lo corto.

—Pues nada más falta que yo me deje.

Uno de sus compañeros en la experiencia intentó calmar los ánimos diciendo que era una broma, pero Jazz sabía que no era así. “Me voy de ahí, me voy muy enojada, esa es la verdad, frustrada”.

Jazz y las consecuencias de asistir a este “retiro espiritual”

Al regresar a su casa, comenzó a sentirse mal, física y emocionalmente. Le dolía la cabeza, tenía diarrea, vomitaba, tenía ataques de ansiedad, pesadillas y se refugiaba en la comida. Incluso, llegó a pensar nuevamente en el suicidio.

Sobre las consecuencias de estas “terapias”, Claudia Gastelo, miembro del Colegio de Profesionistas de la Psicología de Mexicali indica: “Está registrado que lo que hacen es fomentar las ideas de suicidio y que también están relacionadas con los intentos de suicidio, porque estos procedimientos son violentos en su mayoría”.

Mientras tanto, sus familiares le preguntaban por qué estaba así, pero fue hasta meses después que les contó que había ocurrido.

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La psicóloga de Jazz le recomendó que denunciara a este lugar, aquella hacienda, pero recordó que había firmado una responsiva donde aceptaba las extrañas condiciones. Sabía que sería muy difícil probar su falta de consentimiento a lo sucedido y además, en ese momento, sólo quería estar bien.

“Sí es fuerte regresar de un proceso donde muchas personas están de acuerdo en que tú estás enferma o enfermo. Yo recuerdo que en casa una tarde me puse a llorar y dije: ‘Pues sí es cierto, yo estoy mal y todas esas personas están bien, sí tengo que cambiar, dejar de ser quien soy para poder sentirme bien’”.

“Trato de esforzarme por dar mi testimonio, porque, así como yo, hay muchas personas en el país que siguen pasando por estos procesos”, agrega.

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Me llamo Erick Ponce y trabajo en Sopitas.com desde el 2020. De hecho, entré justo un mes antes de que se decretara la pandemia de COVID-19; pero bueno, este no es el lugar para deprimirlos. Antes colaboré...

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