Cuando Paul Banks y compañía lanzaron su disco debut, tenía una amiga de esas que son férreas fans de Joy Division. Un día llegó con el Turn On The Bright Lights y, pese a su idolatría por los de Salford, confesó que le había encantado. No sé si ella fue ayer en el Pepsi Center, pero seguro varios que en 2002 se quitaron del prejuicio de “ay… es que canta como Ian Curtis” ahí estuvieron, para escuchar de principio a fin (y en vivo) el álbum que hace 15 años dio a conocer a Interpol.

Aunque todo mundo ya sabía lo que iba a pasar, luego del abridor Pumarosa, la gente comenzó a hacer su luchita para ocupar un buen lugar y ver algo del escenario. Mientras a todo volumen sonaba “Riding for the Feeling” del genial Bill Callahan, esa misión ya parecía imposible… nada raro, desde hace tiempo era difícil conseguir boleto y los exagerados precios de la reventa es signo de la alta demanda. Así que para cuando comenzaron a sonar las primeras notas de “Untitled” ya nadie podía moverse entre tanta multitud.

Foto: César Vicuña / Ocesa

La banda neoyorquina no tuvo que hacer mucho para echarse al público a la bolsa. Con la austeridad de recursos que seguramente tenían hace 15 años (sólo una gran manta blanca y un juego de luces), Banks, Fogarino y Kessler se plantaron en el escenario y sólo tuvieron que ejecutar ininterrumpidamente los 11 temas del Turn on… Pero qué más se necesitaba, si la segunda canción que se escuchó fue “Obstacle 1” y los gritos hicieron innecesario que Banks rematara el final de los versos: “Oh, she’s bad”.

Anoche todo fue demasiado familiar, que no es lo mismo que predecible. Debido al recinto, la modestia del escenario y la sabida secuencia de las canciones (mínimamente interrumpidas), el concierto de Interpol tuvo aires de ir a ver tocar a la banda “de siempre” (dicho en el mejor de los sentidos). El propio Banks lo dijo: “México es nuestro segundo hogar” (bueno, ya sabemos de su paso por nuestro país). Y sí, parece que Interpol es la banda que nació gustando a casi todos. Nada extraño al escuchar “Roland”, que parece que fue de los temas más esperados de la noche y que hizo vibrar todo el Pepsi Center. “No mames, está temblando”, dijo un tipo al sentir la forma en que el suelo se movía por el frenético baile de 7 mil personas.

Foto: César Vicuña / Ocesa

Luego de escuchar el track 9 y su inicio más que evocativo de “Shadowplay”, el público se dejó llevar por tranquilo final. Apenas habían pasado poco más de 45 minutos y sobre un fondo de luces verde, sonó “The New” y Banks se dirigió de forma más personal: “Sabemos que han sido tiempos difíciles en México. Es un honor que hayan venido a vernos”, dijo. Luego de “Leif Erikson” se acabó lo programado y vendrían las posibles sorpresas. Bueno, no tanto así. “Así termina Turn on… Pero hubo una canción en particular que casi incluimos”. Y dio inició “The Specialist”.

Una breve pausa. La gente apenas había comprado la siguiente ronda de cervezas, cuando de jalón sonaron un par canciones más y todo acabó. Hora y media (nada más) que el público disfrutó, recordando cómo ese Paul Banks les hizo imaginar cómo hubiera sonado Ian Curtis en el siglo XXI… para quien conocía a Joy Division y, para los que no, una puerta de entrada a la mítica banda. Bueno, al menos eso pensé al salir del concierto. Fácil como 20 playeras del Unknown Pleasures.

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Foto: César Vicuña / Ocesa
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