Por Diego Castañeda

Uno de los temas muy discutidos en círculos académicos y de políticas públicas respecto al TLCAN se puede articular en la siguiente pregunta: ¿Por qué a pesar de que México es una potencia exportadora y manufacturera su economía prácticamente no crece? La respuesta no es tan sencilla como la pregunta, sin embargo, simplificando el asunto (para facilitar la explicación) es porque la economía mexicana produce poco valor agregado nacional.

El valor agregado nacional puede ser entendido como el porcentaje del valor final de un bien que fue generado por un país (por sus insumos o su mano de obra o su capital intelectual). En la era de las cadenas globales de valor y la integración vertical (la manufactura de productos en partes por todo el mundo), el valor agregado nacional importa más que el volumen mismo de las exportaciones y México, por desgracia, agrega poco valor (alrededor de 32 por ciento en sus exportaciones).

En palabras del economista mexicano Juan Carlos Moreno Brid, “la economía mexicana es un tren que arrastra pocos vagones”. A lo largo de los últimos treinta años, México fue retirando poco a poco al Estado de la actividad económica al grado de abandonar casi por completo cualquier intento de hacer política industrial, de incentivar el desarrollo de industrias nacionales que generen mayor valor agregado.

El problema se puede entender con mayor claridad si entendemos que la mayor parte de lo que exportamos esta compuesto de otros bienes más pequeños (los economistas los llaman bienes intermedios) y estos bienes intermedios, en el caso mexicano, en su mayoría son importaciones, pocos de estos bienes son de producción local. Por lo tanto, nuestras exportaciones se compensan con nuestras importaciones dejando apenas algo más que los salarios de los trabajadores. México es una gran plataforma de ensamble y exportaciones, pero no una muy buena de innovación y desarrollo industrial.

Parte de este problema yace en un mal entendido sobre cómo los países innovan. Durante mucho tiempo se ha creado lo que se conoce como “el mito de Silicon valley”, que es la idea de que las innovaciones tecnológicas son producto únicamente de los grandes inventores, de los Tony Stark del mundo (los Elon Musk del mundo real). Sin embargo, la innovación es un asunto mucho más complejo que un genio inventor multimillonario.

La ciencia y sus aplicaciones (las innovaciones tecnológicas) son un producto social, nacen de las inversiones que la sociedad hace en la formación de capital físico y humano, del adecuado funcionamiento de instituciones. Mucho del valor de nuestras economías en el presente se debe a la producción de conocimiento del pasado. Por dar un ejemplo, los legendarios físicos Max Tegmark y John Wheeler estiman que hasta 30 por ciento del PIB actual de Estados Unidos es producto directo del desarrollo de la mecánica cuántica.

El conocimiento es en esencia un bien público y sus aplicaciones requieren de la existencia de laboratorios públicos, universidades y toda clase de instituciones que necesitan de un Estado que las incentive y vincule. (Para más sobre esta línea argumental vale la pena leer los libros Unjust Deserts de Gar Alperovitz y Lew Daly y Sobre los hombros de gigantes de Robert Merton.)

Apostar a que el mercado por sí mismo puede impulsar el desarrollo de valor por medio de la innovación es equivalente a creer en el mito de Silicon Valley. México no ha logrado transformarse en una economía generadora de altos niveles de valor agregado en buena medida por que el Estado durante décadas no se ha dado a la tarea de incentivarlo. La forma de incentivar la innovación es a través de la inversión pública en aspectos críticos para la economía como la infraestructura, en invertir en la formación de capital humano y hacer un trabajo de vinculación entre sectores productivos, atado a una política industrial activa.

Más que pensar en tener a Tony Stark, Bruce Wayne, Oliver Queen o a Steve Jobs o Elon Musk, necesitamos pensar en tener más como Mervin Kelly. Kelly fue durante años la cabeza de los Laboratorios Bell cuando empezó la era de la información. Kelly entendía que la innovación requería de trabajo en equipo, apoyo público y una visión social. Bajo su liderazgo, los Laboratorios Bell desarrollaron el satélite, el transistor, la telefonía celular y la teoría de la información, en un esfuerzo que en tamaño y recursos sólo puede ser equiparado al del proyecto Manhattan.

Es divertido pensar en “grandes personas”, “capitanes de la industria”, en los “genios que diseñan el futuro”; no obstante, eso es sólo un sueño, una idea divertida para los cómics y las historias de ciencia ficción. Esas concepciones no son un modelo para pensar en cómo desarrollar un país como muchas veces las revistas de negocios y las películas nos hacen pensar. La próxima vez que discutamos porque el país no crece, lo que sirve y lo que no sirve del TLCAN, es importante que pensemos en como generamos conocimiento, como incentivamos la innovación, que hace el gobierno y las empresas (ambos invierten muy poco en investigación y desarrollo).

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

Fotos: Shutterstock

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