Por José Ignacio Lanzagorta García

Inegi nos ofrece una nueva y muy peculiar serie: el estado de ánimo de los tuiteros, hora con hora y presentado, por el momento, a nivel estatal, pero tienen la información para escalas mucho más pequeñas. Hasta ahora no es más que eso: una máquina que recolecta todo lo que tuiteamos (y que tengan activados la geolocalización), los lee y les asigna una calificación de acuerdo a si encuentra en ellos una actitud positiva, negativa o neutra. Así a simple vista: mñeh, pero cualquiera que haya visto Black Mirror –por no referir a los clásicos- intuye que es el inicio de algo.

Suena sencillo, pero para producir esta serie, cuyo índice solamente hace la división entre tuits positivos y tuits negativos para un período y demarcación dada, se necesitó, además de la tecnología y que Twitter soltara los datos, un complejo ejercicio para enseñarle a una máquina a leer y calificar tuits. El criterio de los estudiantes de la Universidad Tec Milenio, pasado por varias sistematizaciones, es el que nos dicta si en tu tuit sobre el frente frío en curso hay elementos suficientes para valorar tu actitud.

Podemos pensar y preguntarnos mil cosas. ¿Realmente nos están midiendo el estado de ánimo? Parece que sí. O sea, hay mil problemas. Si la incapacidad de descifrar lo más elemental del lenguaje figurado, metáforas, sarcasmo y, por supuesto, entonaciones que podrían apenas sugerirse por muy cambiantes, caprichosos e ilimitados recursos gráficos convencionales y no convencionales, es el pan de cada día de cada tuitero, ¿cómo entrenar, hasta ahora, a una máquina a calificarlo correctamente? No importa. Con lo que pesca es suficiente para determinar si, así muy en general, andamos en plan buena vibra o no tanto. Un buen ejemplo son los picos que la serie muestra los días 8 y 19 de septiembre del año pasado: la máquina sí se dio cuenta que probablemente un par de terremotos nos tenía bastante menos positivos que otros días.

Y cuando digo “menos positivos” es que en la breve historia de la serie, desde enero de 2016 hasta la fecha, el índice nunca ha mostrado un valor menor a 1, es decir, que los tuits negativos (el denominador de la división) fueran mayor que los positivos (el numerador), dando un valor entre 0 y 1. O sea que, en general y si la máquina nos lee más o menos bien, en el Twitter mexicano solemos estar más contentos y chistuiteros que enojados y sadtuiteros. Aquí más de uno pondría un tuit con los ojitos de sospecha que no sé cómo lo calificaría el algoritmo.

Odio en Twitter
Foto: Shutterstock

La idea de Twitter como ese coliseo de odio pues… o no tanto o tal vez la exigencia de nuestros parámetros de la buena onda llegan a ser frenéticos. La recurrente explicación de los políticos de que Twitter sólo sirve para que nunca hablemos de lo bueno que casi nunca se cuenta, que andamos de mal humor social, que ahí hacemos bullying a los pobrecitos funcionarios o que la seguridad en la Ciudad de México, por ejemplo, va increíble, pero que en el puro trolleo nos damos cuerda solitos… pues en una de ésas y no tanto. A lo mejor sí nomás están siendo muy muy malas sus administraciones.

Pero bueno, mil -de verdad, mil- preguntas: ¿y los bots? ¿El índice mide el estado de ánimo también de decenas de miles de meadeliebers? Si controlas bots y entiendes cómo funciona el algoritmo de Inegi, ¿te conviene alterar el índice en algún sentido? Y, además, más:  ¿y el estado de ánimo en Twitter qué? ¿Qué tipo de representatividad podemos pensar a partir de ese índice? Salvo cuando hay terremotos y gasolinazos, ¿cómo podemos entender los cambios en el estado de ánimo? ¿Desde qué escala temporal nos empiezan a importar más las tendencias en el estado de ánimo que los eventos concretos? ¿Con qué otras variables y series podemos relacionar este estado de ánimo? ¿Quién o qué puede hacer qué y para qué con esa información? ¿Qué papel juega Twitter como ¿propietario? de la base de datos? ¿En qué momento empieza el capítulo de Black Mirror?

En los próximos días, semanas y meses estaremos felices con el juguete nuevo haciéndole preguntas, críticas, interacciones, propuestas de mejoras. Por lo pronto, Inegi presenta este indicador más que como una serie relevante en el conocimiento del país, como una de sus primeras incursiones en lo que llaman “ciencia de datos”, aquella en la que es posible procesar un volumen cada vez más gigantesco de información y sirviéndose de técnicas informáticas que tienen la capacidad de “aprender” a analizarlo. No es menor y resulta fundamental reconocer que el ejercicio es público, abierto a todo aquél o aquella que quiera consultarlo. El Inegi sigue fungiendo como la institución de Estado que es a pesar de las vapuleadas que ha recibido en esta administración.  Con las capacidades que va adquiriendo, es cada vez más importante que permanezca así y defenderlo de que sea capturado por las dinámicas partidistas.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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